Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

31 jul 2010

MUCHACHAS CON FLORES DE MANGO


MUCHACHAS CON FLORES DE MANGO



Las Muchachas con flores de mango de Gaughin de 1899. Se trata de una obra en la que los contornos de las figuras están claramente delimitados por líneas negras y donde los trazos curvilíneos (de vestidos, pechos y bandeja) predominan en el cuadro.

Dos muchachas ocupan gran parte de la superficie del cuadro; se muestran relajadas y naturales, lo cual ayuda a fijar la mirada en la bandeja de flores de mango, situado en el centro del cuadro.
La ausencia de motivos decorativos en el fondo contribuye a destacar las figuras de las chicas y confiere un cierto aire de intemporalidad a la escena.

Una muchacha tahitiana sostiene una bandeja de flores de mango, mientras otra lleva en sus manos un puñado de flores.
Esta obra no es una simple representación de dos mujeres sino la plasmación de la armonía y la sencillez de la vida de su pueblo y de todos los que viven de acuerdo con la naturaleza.
Gauguin huyó de la sociedad parisina con el objetivo de encontrar otra que estuviera integrada en la naturaleza, donde la gente fuera más autentica y no estuviera adulterada por el progreso.
No tardó en darse cuenta de que lo que buscaba sólo estaba en sus deseos.

Al pobre Stieg Larsson no lo dejan descansar en paz




Al pobre Stieg Larsson no lo dejan descansar en paz, y como era de esperar, el padre y el hermano del autor están teniendo un gran enfrentamiento por la herencia y los derechos de autor con Eva Gabrielsson, la mujer con la que Larsson llevaba treinta y dos años compartiendo su vida.

Ni que decir tiene que el culebrón que está generando dicha pelea está siendo seguido muy de cerca por la nación sueca, que se encuentra pendiente de cualquier nuevo capítulo. Y bien es cierto que está generando un gran debate. De momento, la sociedad parece decantarse por Eva Gabrielsson y critican la avaricia del padre y del hermano.




Larsson falleció repentinamente en el año 2004 de un ataque al corazón, antes de publicar su primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres, y no había dejado escrito ningún testamento. Hasta el momento, era un periodista no muy conocido que trabajaba en una revista fundada por él llamada Expo.


¿Dónde reside el problema de su herencia entonces? Pues que nunca se casó con Eva a pesar de llevar tanto tiempo unidos, por lo que el dinero generado por su obra pertenece a su familia más cercana, es decir, padre y hermano.
Seguro que al principio a ninguno de los implicados le preocupo en exceso la ausencia de testamento, pero claro, al ver la gallina de los huevos de oro que había dejado como herencia, todos pasaron a ser los dignos sucesores de su legado y todos le querían más que nadie en el mundo. (También es mala suerte lo del pobre Larsson…).

La última noticia que ha llegado sobre este asunto es que el padre y el hermano le han ofrecido a Eva Gabrielsson veinte millones de coronas suecas (unos dos millones de euros), para que se dé por finalizado este asunto. Lo que a cualquiera de nosotros nos solucionaría la vida y un poquito más, es considerado por Eva como una “limosna” debido a los mucho más abultados millones generados por la obra. Las declaraciones del padre de Larsson sobre este ofrecimiento no tienen ningún desperdicio:

sólo debe llamar y darnos las gracias, bueno y el número de cuenta.
¡Qué grande eres Erland! (ese es el nombre de este gran hombre).

Por su parte, Eva los acusa de que no se han preocupado nunca por la situación de la pareja llegando incluso a no asistir a su funeral. Ni que decir tiene que este extremo es rotundamente negado por padre y hermano (¡está el asunto como para decir que no han ido vamos!).

Sólo me queda una duda, ¿habrán tenido tiempo para leer las tres “novelitas cortas” que dejó escritas o contar el dinero que están generando no les deja tiempo para otra cosa?
Mientras tanto, viendo las “limosnas” que están dando y mi cartera llena de céntimos, me pregunto si tendré algún parentesco con ese hombre, voy a buscar mi arbol genealógico… ¡Yo era el que más lo quería en el mundo!, que conste.

Una lágrima para la historia.


Una lágrima para la historia.


Una noche de 1922, cansado y agobiado del trabajo que le daban sus últimas investigaciones sobre las bacterias, Alexander Fleming descargó su estrés a modo de lágrimas sobre un plato que contenía algunas de sus muestras. Al día siguiente descubrió que donde había caído la lágrima había un vacío, lo cual le hizo sospechar que las lágrimas podían tener alguna propiedad, y de hecho consiguió extraer una enzima que eliminaba las bacterias sin dañar el tejido humano.

Había descubierto sin querer la lisozima, un proteína antimicrobiana que mata las bacterias, pero no a los glóbulos blancos. La lisozima es abundante en numerosas secreciones como la saliva, las lágrimas, moco y también se encuentra en la clara de huevo.


Via. l-serendipity-l

Otra de Pérez- Reverte







EL SÍNDROME DEL CORONEL TAPIOCA


"Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete.
Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.

Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.

Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica.
Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.

Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver.
Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi.
Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro.
Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales.
Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.

Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet.
Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas.
Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa."

Arturo Pérez Reverte