26 jul 2010
COMPRO ORO David Trueba
Semanas atrás nos llegó la imagen del Papa repartiendo bendiciones en audiencia privada a los empresarios que han puesto dinero para patrocinar la gira del Santo Padre por España.
El respeto por la visita de un jefe de estado, aunque sea de un estado de ánimo, no evita que aquella imagen tuviera algo de deportiva.
Emparentó al Papa con el ganador del Tour o de un GP de Fórmula 1, que tiene que hacerse la foto con los patrocinadores, para que quede claro que nada es gratis en esta vida, ni mucho me temo que en la otra.
Ayer mismo, Contador y Alonso, nos regalaron otro fin de semana de éxitos deportivos nacionales, algo que ya es casi habitual y provoca que muchos quieran cambiar el nombre al Reino por el de República Deportiva.
El goce de sus victorias se resiente al verlos abducidos por tal cantidad de publicidad. Más que deportistas de élite, a veces parecían aquellos hombres anuncio que el alcalde Gallardón quiso retirar de las aceras de Madrid porque consideraba que verlos portar los cartelones de "Compro Oro" atentaba contra su dignidad.
Por lo visto, los pobres tienen que tener más dignidad que los ricos.
La transmisión de La Sexta es muy respetuosa con el epílogo de las carreras, porque ahí es donde los pilotos pasean de patrocinio en patrocinio.
En este GP de Alemania, la presencia del Banco de Santander tuvo algo de exagerada, casi pesadillesca.
Hasta el punto de que uno de los trofeos fue entregado por el alto ejecutivo de la rama alemana.
Pasa a menudo. Deberían aprender de Hollywood, por más que las empresas japonesas de tecnología o las petroleras tejanas han sido dueñas de los estudios de cine, jamás sus ejecutivos se han atrevido a entregar ellos el Oscar a mejor actriz o mejor película.
Siempre han respetado el sentido del espectáculo, no queriendo mancillar demasiado con la apabullante autoridad del dinero las ingenuas ilusiones de los ciudadanos ni restregar la marca hasta empobrecer el show.
La cosa resulta tan grosera como ver salir del restaurante a un tipo presumiendo a gritos de que ha sido él quien ha pagado la cena a sus invitados.
25 jul 2010
Mientras Pienso...
No entiendo nada, para decirlo con el rastrero prosaísmo de la expresión. Paso por los análisis financieros en la prensa generalista y se me aturden los sesos, que sólo se empeñan en fantasear cómo serían los techos altos de una casa propia.
A los comentaristas políticos, así a lo grueso, les doy a todos la razón, y me asombro del perfecto engranaje del sistema, que sigue moliendo polvo y nada como si con él no fueran los percances.
Me provoca vértigo el trinfo del pelele, o el de la furcia, siendo tantísimos los contrincantes a los que han de enfrentarse para salir a relucir.
Para qué hablar de la ininteligibilidad de la tecnología, de la que hago uso sin más miramientos.
Los nombres que aprecio tocaban las piedras, los metales, la madera y el lino. Se asomaban al enigma y algunos creían en un ser superior, o lo negaban, y continuaban inmutables y metódicos.
Todo era palpable. Lo huidizo o lo invisible lo evocaban mediante el arte, convencidos de su vocación, espoleados por la sed de cumplir. Se realizaban tras largas tribulaciones.
A los que no llegaban a la meta, por lo menos les quedaba la conciencia tranquila, luego de haberse dejado la piel en el empeño.
Hace un rato, no había nada en la calle. Casi podía decir que ni en la vida, si no fuera por la limpieza, por la inocencia del cielo.
Después he dado una vuelta por la zona de los cines. Sobre las esparcidas hojas alimonadas de las acacias japonesas, en la acera, adolescentes de cabellera hasta la cintura y pantaloncito cortado a ras de ingle, intercambiaban impresiones de la primera parte-supongo- de las vacaciones.
Las impresiones son más bien palabras sueltas, "Formentera", y enseguida una carcajada, un meneo de la pelambre, un moreno todavía más crecido en las piernas y los brazos. De siempre me ha conmovido la feúcha,
la que se concentra en los grupos con el mismo entusiasmo que el resto, igual de vestida que las vestales pero con una calidad en el tejido que salta a la vista. El rasgo de inferioridad es apenas imperceptible.
También todo esto forma parte de los misterios del universo que me anonadan.
Tengo tantas cosas que hacer, tantas que comenzar y algunas que concluir, y me lo he repetido tantas veces, que paso por estas líneas como para reírme de la insistencia de alguien ajeno a mí.
De un otro, paralelo a mí, que acaso entienda partes del mundo, o que no le desasosiegan las que permanecen sin explicación ni armonía ni. Otro, que acaso cumpla algo en esta vida mientras yo deambulo con la mirada en el suelo y, a veces, en las copas de los árboles, en las nubes, en lo que no dice nada.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
24 jul 2010
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