13 jul 2010
Calor
Hace tanto calor en los aires, y así en la tierra, que las estelas se quedan sin ganas de desvanecerse. Las nubes fruncen los ojos y retroceden, como si pegándose a la pared de los confines recibieran el frío cósmico de otro mundo, que se rozara con este nuestro. De los pájaros nada se sabe. Las hojas caídas permanecen en los zócalos, en los pretiles; tampoco hay barrenderos que las recojan. Se quedan como están, con el cuerpo redoblado de calor, sin expresión. Son las chimeneas, las antenas y las barandillas las que parpadean y emiten señales de vida, aunque siempre hay el ruido de una máquina trabajando no lejos de aquí.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
¿Quién pone de acuerdo a los pájaros para coronar la cruz?
martes 13 de julio de 2010
¿Quién pone de acuerdo a los pájaros para coronar la cruz?
Me refiero a la cruz de la iglesia redonda que domina la llamada plaza de ***, que de plaza sólo tiene la acera perimétrica, adentro el adefesio levantado por voluntad testamentaria de una dama rica y católica de esta ciudad.
Los días de viento y nubes atormentadas, sobre la cruz graznan las gaviotas. En primavera, alguna cigüeña por despiste o cansancio hace un alto en el metal durante su travesía. Las urracas del árbol de la esquina la ignoran. También las medrosas palomas, que tienen vocación de suelo.
Ahora lleva un tiempo pensando en sus cosas una tórtola. La vecina de una terraza de enfrente toma el sol sobre una toalla verde. De vez en cuando barre el piso, se ducha y vuelve a colocar el bikini en la tumbona.
En otra terraza, en un santiamén, he visto a la nueva vecina de la esquina, la distinguida y afamada ***. Debe de haber llegado de vacaciones. La señora madre, siempre de blanco no maculado, le señalaba los afamados y distinguidos establecimientos a la vista.
Yo supongo que paro en todo esto porque no ceja el calor africano. Podría seguir describiendo las caras de las viviendas, a muchas de las cuales le retiraron la placa del ministerio de la vivienda franquista, con su yugo y sus flechitas, hace poco. La inmensa mayoría están cerradas, o a cargo del servicio filipino, porque los de aquí se echan en brazos del estío desde el solsticio de San Juan.
A otros sólo los he visto cuando le daban a la luz en la planta reformada, y se bajaron las persianas electrónicas; debe de producir hormigueo una casa aquí y otras por ahí, al cabo de muchos aeropuertos.
La joven que toma el sol sigue a la bartola y a la tórtola la ha vencido finalmente la timidez. Una urraca se posa sobre unas tejas y se sacude las alas para estabilizarse. Ha empezado a andar hasta el pie de la cruz. Ya está en la punta, blanquinegra, la cola alargada en perpendicular con el palo.
Me gustaría tener la desenvoltura de Baroja en su Ciudades de Italia. Anoche, en la Colina, empecé a hojearlo nada más que por limpiar la sobrecubierta y husmear un rato. De poco lo termino cuando ya empezaba a refrescar, la madrugada mediante. Cuando no sabe qué poner, eso le importa un comino. Mete trozos de sus novelas o vuelca datos etnográficos de resumen divulgativo.
Qué vivacidad, no obstante. Qué plasticidad en su descripción del mar y el cielo de Nápoles. Y sus damas... Ah, las damas de Baroja...
Ahora suenan las campanas de las ocho. Qué lástima que sea una grabación. La difunta y donante de la iglesia redonda debió proveer para que hubiera un campanillero, por los siglos de los siglos.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
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