6 jul 2010
Deseo De Verano
Poema Deseo De Verano de Andres Sanchez Robayna
El verano alumbró las laderas de nuevo,
con otro sol más puro cegó las hondonadas,
incendió la morera. Sobre el torso del día
dejó sus secos signos, el fuego material.
Ave, sobre la tierra desnuda del verano,
muestra tu sombra breve. En el aire callado,
o en el solo susurro de incesantes abejas,
enséñanos tu vuelo contra la eteridad.
De “Sobre una piedra extrema” 1995
Las Primeras Lluvias
Poema Las Primeras Lluvias de Andres Sanchez Robayna
La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
soplas las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.
Dibujará en la grava algún signo remoto,
y veré casi al alba las huellas del fragor
sobre los restos del volcán, el naufragio nocturno.
Será un signo de nuestra vida, un eco,
ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos,
querré leer en él, y será como unir,
nuevamente, las hojas resecas para un fuego.
¿Qué nos aguarda, puro, en el estruendo,
en el pico del ave enhebrando los mundos
de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos
recogiendo las hojas, y veremos
en la rama quebrada una imagen posible
del estertor del cielo, anoche, entre las nubes
aún grises a esta hora temblorosa.
Nada, ni tan siquiera el viento que rompía,
de madrugada, contra los postigos,
contra la grava, oscuro contra oscuro remoto,
podrá decir el signo, en la ignorancia.
Saber de un no saber, ni siquiera el sentido
de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan
sobre el cristal, sobre la transparencia.
De “Fuego blanco” 1992
La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
soplas las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.
Dibujará en la grava algún signo remoto,
y veré casi al alba las huellas del fragor
sobre los restos del volcán, el naufragio nocturno.
Será un signo de nuestra vida, un eco,
ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos,
querré leer en él, y será como unir,
nuevamente, las hojas resecas para un fuego.
¿Qué nos aguarda, puro, en el estruendo,
en el pico del ave enhebrando los mundos
de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos
recogiendo las hojas, y veremos
en la rama quebrada una imagen posible
del estertor del cielo, anoche, entre las nubes
aún grises a esta hora temblorosa.
Nada, ni tan siquiera el viento que rompía,
de madrugada, contra los postigos,
contra la grava, oscuro contra oscuro remoto,
podrá decir el signo, en la ignorancia.
Saber de un no saber, ni siquiera el sentido
de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan
sobre el cristal, sobre la transparencia.
De “Fuego blanco” 1992
ABANDONO
EL ABANDONO
La tarde estaba hecha de manchas,
largas sombras paradas:
-Se me han ido los ojos a otros ojos.
-Piedad, si te vas muero.
En torno al ocaso lloraban
la hiedra,
los estambres secos
y la luna que asomaba apenas
como hostia pálida:
-Se me han ido los labios a otra boca.
-Piedad, si te vas muero.
Caía la derrota por los rumbos
despeñados del amor y así, las voces
gemían:
-Se me ha ido el alma en otro cuerpo.
-Piedad, si te vas muero.
Para los confidentes de la noche
la suerte ya estaba echada:
El uno cortó por la vereda de enfrente,
el otro derecho a la nada.
Granitos de arena que caen
No entendía cómo ni porqué.
Sólo veía los granitos de arena caer y rodar sobre la montaña que se formaba.
Con cada uno una imagen, un momento, una vida.
Si afinaba un poco el oído escucharía la música del chocar de los pequeños cantos.
Una idea, que se le cruzó por la mente, lo estremeció. ¿ Podría ser qué...?
No. No podía ser.
Concentró toda su existencia en ese desprender de piedrecillas.
Por un instante apreció la disminución del volumen superior.
Se acabará en breve.
Cuando apenas faltaban unos pocos, relajó músculos y mente.
Con los ojos entreabiertos vio el último.
La caída resonó en su interior.
Mirando como se deslizaba por la cima sintió que no podía respirar.
Aquello que creyó, estaba ocurriendo.
Cuando el recorrido acabó y sobrevino la quietud,
finalmente,
renació.
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