22 jun 2010
ORWELL EN ESPAÑA
Orwell en Homenaje a Cataluña presenta una de esas guerras absurdas a lo Gila. No tanto en la razón de ser de la propia guerra, pues a todas las guerras les vemos ese defecto, como ya dijeron los jipis en su momento, sino por sus métodos, o por la falta de los mismos. La guerra civil española que nos cuenta Orwell, la que él vivió, es una guerra sin armas casi, o con armas tan deterioradas y viejas que presentan más peligro para los que las usan que para los enemigos. Todo es viejo y defectuoso, y los cañones, efectivamente, no tienen agujero. Las balas están contadas y se reservan para una urgencia. Los milicianos no tienen uniforme; van tirando con un pantalón de pana. A Orwell la guerra civil de los españoles le parece una guerra de aficionados, una guerra sin guerra. Hay un enemigo lejano al que sólo es posible insultar si se utiliza megáfono; apenas se les ve, más que como unos puntos aterrorizados en una colina. Los fascistas son chinches a las que las balas nunca alcanzarán. Se dispara de vez en cuando por no faltar a la inercia de lo que se le supone a una guerra.
La crónica de Orwell va al grano y nos cuenta lo que es, sobre todo, una guerra de trincheras, que es la que él vivió en el frente de Zaragoza. "Cinco cosas son importantes en una guerra de trincheras: leña, comida, tabaco, velas y el enemigo." Por ese orden. Se aburre mucho y no deja de leer. Tiene piojos, hambre, mucho frío, apenas entiende lo que le dicen y duerme poco y mal. No deja de ser cómica esa queja continua por la guerra chapucera y un poco teatral que le toca vivir; pide un poco de acción. Casi parece estar pidiendo que le peguen un tiro de una vez para acabar con la incomodidad de esa espera. Su decepción es palmaria. Él había venido a luchar contra los fascistas y unos meses después aún no ha visto a ninguno, a no ser a algún desertor, pobres desgraciados que parecen cambiar de bando con la esperanza de comer mejor, o de comer algo.
Después, más adelante, se le complica la cosa. Se mueven un poco y cerca de Huesca le hieren en el cuello. "La experiencia de recibir una herida de bala es muy interesante y creo que vale la pena describirla con cierto detalle", escribe antes de adentrarse en el mundo interior de alguien muriéndose lentamente, que es lo que creía en ese momento estar viviendo. Se salvó por muy poco.
Orwell era sobre todo un escritor, porque este libro es el libro de un escritor que narra en primera persona sus experiencias en la guerra. Es una crónica escrita meses después del momento que narra. Aún no sabe cómo acabarán las cosas en España ni hace demasiadas predicciones, aunque reflexiona sobre la idiosincrasia española y la creencia de que aquí nunca podría darse una maquinaria dictatorial, fascista o comunista, con la eficacia y dureza del tipo alemán.
Lo más sorprendente de Homenaje a Cataluña es lo bien escrito que está. Se le supone a Orwell una urgencia en la escritura, una denuncia también, y quizá, sobre todo, un enfoque más panfletario que otra cosa. Parece un libro tabarra y no lo es. El objetivo de Orwell es claro: consignar una experiencia en el frente y contarnos lo vivido por él en mayo del 37 en Barcelona, esa mini-guerra civil dentro de la guerra civil y el ajuste de cuentas de Negrín, Stalin mediante, a todo lo que oliera a trotskista. Pero se ve que está muy pendiente también del asunto literario. En el buen sentido. Es un libro de escritor. El gran libro de escritor de la guerra civil española es este de Orwell. Hemingway escribe una novela o zarzuela en prosa sobre el mismo tema.
Se comprende mucho mejor de donde sale Rebelión en la granja y 1984 después del trauma que le supone ver la lucha entre un estado republicano sovietizado (el suministro de armas no caía del cielo) y los anarquistas y la posterior aniquilación de las milicias del POUM, una auténtica purga estalinista. Se dice que la guerra civil española es la primera batalla contra el fascismo, pero podríamos decir que también es la última batalla por el poder en la URSS. Orwell, asqueado, es testigo del despliegue de toda la maquinaria propagandística de una guerra ya engrasada. Los que ayer eran milicianos heroicos son, hoy, traidores fascistas al servicio de Franco. Los periódicos hablan de conspiración, el POUM es borrado del mapa. Es decir, los pobres pringados que por casualidad habían caído en esas milicias (al igual que Orwell) acaban en la cárcel y muchos son fusilados o mueren a la espera de un juicio que nunca llega.
La guerra civil española, sus ocho meses viviéndola, le marcaron definitivamente; podríamos decir que Orwell se hizo antiestalinista en España. Ya estaban ahí el Gran Hermano y la granja de cerdos dictadores. Orwell es el gran Lutero de la izquierda.
El previsible Fin del Mundo...
Me hace gracia. Después de maldecir a diestro y siniestro durante toda una entrevista, después de maldecir al ser humano y desear su extinción etcétera etcétera, le preguntan por el libro electrónico. Es como si después de recibir una noticia terrible uno preguntara qué hay de comer:
"¿Hay alguna esperanza de cambio para el hombre?
El hombre es un animal confuso, de mente cambiante y caótica que le hace creer que es la gran cosa pero no, es un pobre simio atropellador y mentiroso. El ser humano es una basura, un asco. Que se acabe.
¿El libro electrónico es un enemigo o un amigo?
No te preocupes por el libro electrónico, que no va a alcanzar a desplazar a otro porque antes explota esto. Esa es mi gran esperanza, la última que me queda, la de la gran explosión."
Tanta universidad y tanto Aristóteles, Dante y Shakespeare por el mundo repartido, en cabezas y bibliotecas, para al final acabar anhelando la gran explosión. Es un poco pobre la idea. No digo que no le falte razón, al menos en parte (el mundo nos llega a través de los medios como una gran cloaca global), pero desconfío de ese nihilismo de salón, de maldecidor rutinario. Más fácil le sería sacarse a él del medio y acabar de una vez con el ser humano, con el mundo, y con la promoción de libros. ¿A qué esperar? Así como hay una película yanqui de catástrofes cada año (meteoritos, virus, extraterrestres, todo sirve), aparece de vez en cuando el apocalíptico profesional haciendo que echa mucha espuma por la boca, que la condición humana le atormenta y le duele como una muela maldita. Es la profesionalización del anunciador del fin del mundo. Un fin del mundo poco convincente, por previsible, por repetitivo, cosa cansina. Delante de su madre seguro que dramatiza menos.
Creo haberle leído algún libro que me gustaba, aunque ya hace siglos, cuando el fin del mundo parecía tan lejano y todo me parecía bien.
EL FIN
Veo desánimo por todas partes. Adiós literatura, adiós posteridad, adiós arte, adiós ríos. Aquí dejo unos cuantos recortes para reflexionar, si cabe.
Del artículo de Javier Marías de ayer sobre la muerte de la posteridad:
"¿Quién ve hoy el cine de Bergman, Rossellini o Renoir, amén de unos cuantos cinéfilos que compramos religiosamente sus DVDs? ¿Y quién lee al gran Faulkner o a Fitzgerald o a Céline? En el fondo somos tan frikis como los de La guerra de las galaxias o El Señor de los Anillos, sólo que sin disfraces ni convenciones. Esos autores ya no forman parte de la "cultura general", sólo de la de especialistas o marginales."
Según Marías es el fin de la literatura en el mercado, ya conquistada por el best seller e incapaz de sobrevivir al ritmo vertiginoso con el que se ventilan las novedades. Tres años encerrado en casa escribiendo su tomazo para que después le dure el libro dos meses como mucho en la mesa de novedades.
Suso de Toro también es pesimista. El sábado escribió un artículo en El País (Qué va a ser del escritor), en el que lamenta, o expone al menos, el fin del autor, además del lector de siempre, a costa del nacimiento de otra cosa, de otro tipo de autor, de otro tipo de lector, de un engendro por ahora incomprensible.
"El sistema de adelanto de derechos por su obra al autor permitió la profesionalización de los escritores. Quizá el sistema haya fracasado, desde luego está en crisis total. Hoy no existen los instrumentos para que la literatura de autor llegue a un público posible, pero puede ser que ya haya pasado el tiempo del autor tal como ha llegado hasta aquí. Estamos en un momento de crisis entre el papel y la Red; nace algo nuevo y muere algo viejo; quizá esté muriendo el autor literario y lo que lo rodea. Y el lector literario también. Habrá literatura como la hubo antes de la imprenta, pero la figura de autor será otra. Aún no sabemos cuál."
Ayer, además, me encontré este artículo de Alberto Olmos en su blog. A diferencia de Marías y Suso de Toro Olmos es un escritor joven. La posteridad de Olmos será poder vivir algún día de lo que venden sus libros, o al menos de juntar palabras en alguna parte. Ha publicado varias novelas pero eso no le dará para vivir, supongo. Javier Marías y Suso de Toro viven, que yo sepa, de lo que venden sus libros, pero sobre todo de lo que ganan con los artículos. En todo caso lo que habrán ganado con las ventas no será del todo despreciable, sobre todo Marías. La queja, un poco de los tres artículos, es la siguiente; el marketing, indisociable de la literatura en los últimos tiempos, ha acabado por abarcarlo todo, y ya no hay nada debajo, ni detrás, nada oculto bajo la máscara comercial que sea literatura. La literatura ya no existe, o tiene los días contados.
"Casi todos los escritores jóvenes lo han entendido ya. Se ha terminado la literatura de escribir, ahora empieza la literatura de ser escritor. Ocúpate primero de ser escritor, que ya habrá tiempo luego de escribir. A fin de cuentas, somos escritores para los que compran libros, no para los que los leen y lo importante es entender que los libros se compran antes de haberlos leído, por lo que ese campamento base comercial es en realidad nuestra meta.
Hace unos meses, un personaje del mundillo literario me arrojó este reto a la cara: A ver dónde estás tú dentro de veinte años y a ver dónde estoy yo. Mi respuesta fue: Yo no voy a estar.
Porque si esto no es el fin, se le parece bastante."
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