22 jun 2010
El previsible Fin del Mundo...
Me hace gracia. Después de maldecir a diestro y siniestro durante toda una entrevista, después de maldecir al ser humano y desear su extinción etcétera etcétera, le preguntan por el libro electrónico. Es como si después de recibir una noticia terrible uno preguntara qué hay de comer:
"¿Hay alguna esperanza de cambio para el hombre?
El hombre es un animal confuso, de mente cambiante y caótica que le hace creer que es la gran cosa pero no, es un pobre simio atropellador y mentiroso. El ser humano es una basura, un asco. Que se acabe.
¿El libro electrónico es un enemigo o un amigo?
No te preocupes por el libro electrónico, que no va a alcanzar a desplazar a otro porque antes explota esto. Esa es mi gran esperanza, la última que me queda, la de la gran explosión."
Tanta universidad y tanto Aristóteles, Dante y Shakespeare por el mundo repartido, en cabezas y bibliotecas, para al final acabar anhelando la gran explosión. Es un poco pobre la idea. No digo que no le falte razón, al menos en parte (el mundo nos llega a través de los medios como una gran cloaca global), pero desconfío de ese nihilismo de salón, de maldecidor rutinario. Más fácil le sería sacarse a él del medio y acabar de una vez con el ser humano, con el mundo, y con la promoción de libros. ¿A qué esperar? Así como hay una película yanqui de catástrofes cada año (meteoritos, virus, extraterrestres, todo sirve), aparece de vez en cuando el apocalíptico profesional haciendo que echa mucha espuma por la boca, que la condición humana le atormenta y le duele como una muela maldita. Es la profesionalización del anunciador del fin del mundo. Un fin del mundo poco convincente, por previsible, por repetitivo, cosa cansina. Delante de su madre seguro que dramatiza menos.
Creo haberle leído algún libro que me gustaba, aunque ya hace siglos, cuando el fin del mundo parecía tan lejano y todo me parecía bien.
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