27 may 2010
Dias de Playa
Día de playa... Cuando es día de playa, pocas cosas más caben. En los charcos hay peces listados, camarones trasparentes, cangrejos negros y burbujas que sueltan los musgos en la superficie. Sería enloquecedor continuar atendiendo a la vida que ocurre en un charco.
Día de playa, pues, y poco que hacer con la correspondencia entre Strauss y Scholem. Nada que poder decir. Poco que decir también, en otro plano más accesible, a las páginas de Unamuno que suelo traerme en esta clase de viajes, pequeños libros de piel y papel de cebolla, como el Leopardi, el Dante y el Nuevo Testamento que él se trajo a Fuerteventura.
Anoto, de paso, cómo Unamuno se pasaba aquí las horas jugando al solitario, y despelotándose en la azotea para tomar el sol. También él tenía sus días de playa.
MAS GRIS ES IMPOSIBLE
Más gris no es posible. Un gris matizadamente uniforme. Un gris que casi no daña, pues tiene a cada instante, sobre todo hacia donde miro, una palpitación escondida, un retumbar de luz por detrás de lo que se manifiesta.
Lo que choca en esta uniformidad es el verde crecido de los árboles, el amarillo vibrante de una grúa a mi derecha, las gentes en la calle con prendas oscuras de abrigo.
En un balcón se alongan geranios rojos, sanos y apretados en un entusiasmo infantil; incluso las repudiadas palomas descansan entre sus troncos olorosos, mientras el mirlo cruza el aire en línea recta y bajo vuelo rumbo a los brezos del parque.
La naturaleza, como nosotros, tiene a veces estos rechazos a la costumbre; estas inhibiciones. En algún lugar del planeta se estará abriendo el crepúsculo, bordes de montañas y tajos de hierro incendiados de oro.
Pero hoy por aquí ha decidido depararnos la naturaleza estos cielos nublos, inmunes a los tornasoles del atardecer.
Sólo la grúa amarilla y siniestra, detenida en un shabbat que desconoce, como si D's la hubiera olvidado y con ello hubiera dimitido de su intención de seguir acometiendo la creación, parece que fuera a moverse en cualquier momento.
Saliéndonos de la costumbre, podremos estar más ligeros pero también más expuestos y frágiles.
El día que pasa por la tarde al ocaso, envuelto en grisura, es como nosotros cuando de pronto despertamos y, al hacerlo, hemos olvidado el hilo de la voz anterior, mientras que la voz que acude a nuestro despertar no tiene sonido, es sólo mirada en busca de algo, de un latido de vida que redobla, quizá, detrás de las nubes, en un horizonte distinto.
Cinco vencejos, por allá en lo alto, despliegan una red invisible como el significado del día; también ellos callados, también ellos mirada únicamente para amagar el choque contra las esquinas del aire.
Hoy todo está en suspenso, a la espera de una promesa que ignoramos, respirando en el gris, tanteando la posibilidad de continuar bajo otro sol, al ritmo de una marea plena.
Así son las retraídas de la naturaleza, y también las nuestras, como cuando el ser entra en los arrecifes sin darse cuenta, y como el pez en poca agua se queda tocando la arena para alcanzar, quizá, la desembocadura.
Jose C. Cataño
TRES GOTAS de D. Valdés
.
Tres gotas de agua fluyen de mi alma,
Tres gotas de vida salen del corazón,
Tres gotas que se unen en un solo sentir,
Tres gotas de mi existir… amor, ternura, pasión.
Tres lágrimas de mi dolor acuden a su encuentro,
Tres gotas de cristalina claridad, de fuerza vital,
Tres gotas de sangre que fluyen de mis venas,
Tres gotas de mí mente… Recuerdos, añoranzas, alegrías,
Tres Gotas simplemente, tres gotas de pensamientos,
Pensamientos bohemios que hacen sonar una flauta
De melancolía solitaria en un amanecer huérfano
De amantes que lo admiren, tres gotas nada mas…
Tres gotas de océanos de incompasiva existencias,
Tres gotas de sonrisas que iluminen el mundo,
Que muere se vidas egoístas y soberbias del no saber,
De Saber y no querer saber… tres gotas de nada mas…
Tres gotas de sudor en una noche de placer material,
Tres gotas de sudor en el arte del amar lo condenado,
Tres gotas simplemente, tres gotas de humanidad,
Solo eso soy… solo tres gotas de vida que se disiparan.
26 may 2010
ELVIRA LINDO . LA FIESTA
Es cierto que ni usted ni yo hemos provocado esta crisis, pero también lo es que hasta hace bien poco usted y yo habitábamos en un país equivocado, y unas veces con entusiasmo, otras con indignación sorda, aceptábamos como normal lo que era a todas luces un disparate.
The Economist acuñó el fin del cachondeo español en 2008 con un significativo titular, The party is over (La fiesta se acaba).
Desde entonces vengo apreciando que las palabras "educación" y "esfuerzo" han vuelto a ser aceptadas en el discurso público sin que al que las utiliza se le tache de aguafiestas.
Son muchos los recuerdos que me vienen de aquella España disparatada de la que ahora hay que apearse a la fuerza. Entre los que más indignan, sobresale uno: la manera en que la clase política se granjeaba la simpatía de la juventud. Poco se hablaba en las elecciones municipales o autonómicas de educación, lo que se prometía eran canchas de esparcimiento etílico.
El ocio juvenil se entendía como un derecho irrenunciable. Esa demagogia tramposa apartaba de un plumazo el verdadero deber de las instituciones: la formación de los niños y los jóvenes.
Los intelectuales abajo firmantes también aportaron su granito de arena celebrando la juerga subvencionada. Eso por no hablar de las innumerables fiestas, esencia misma de la España autonómica, que se sucedían y suceden sin tregua y copan la actualidad de los medios durante días.
Las macrofiestas acabaron con las verbenas vecinales.
Sí, los culpables del desastre económico están señalados. Y sí, es injusto pagar por la codicia de otros. Pero hablo de otra situación insostenible, la del inmoral despilfarro que hemos justificado a cuenta de tradiciones, juvenilismos o identidades...
Nos hemos olvidado de que el encanto de nuestro estilo de vida residía en lo modesto, en lo popular. ¿Quién nos habíamos creído que éramos?
The Economist acuñó el fin del cachondeo español en 2008 con un significativo titular, The party is over (La fiesta se acaba).
Desde entonces vengo apreciando que las palabras "educación" y "esfuerzo" han vuelto a ser aceptadas en el discurso público sin que al que las utiliza se le tache de aguafiestas.
Son muchos los recuerdos que me vienen de aquella España disparatada de la que ahora hay que apearse a la fuerza. Entre los que más indignan, sobresale uno: la manera en que la clase política se granjeaba la simpatía de la juventud. Poco se hablaba en las elecciones municipales o autonómicas de educación, lo que se prometía eran canchas de esparcimiento etílico.
El ocio juvenil se entendía como un derecho irrenunciable. Esa demagogia tramposa apartaba de un plumazo el verdadero deber de las instituciones: la formación de los niños y los jóvenes.
Los intelectuales abajo firmantes también aportaron su granito de arena celebrando la juerga subvencionada. Eso por no hablar de las innumerables fiestas, esencia misma de la España autonómica, que se sucedían y suceden sin tregua y copan la actualidad de los medios durante días.
Las macrofiestas acabaron con las verbenas vecinales.
Sí, los culpables del desastre económico están señalados. Y sí, es injusto pagar por la codicia de otros. Pero hablo de otra situación insostenible, la del inmoral despilfarro que hemos justificado a cuenta de tradiciones, juvenilismos o identidades...
Nos hemos olvidado de que el encanto de nuestro estilo de vida residía en lo modesto, en lo popular. ¿Quién nos habíamos creído que éramos?
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