Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 dic 2009

Gaivotas y Carlos

La gaviota que escucha a Manuel Rivas

La gaviota que escucha a Manuel Rivas
Manuel Rivas leyó ayer su discurso de ingreso en la Real Academia Gallega y mientras lo hizo, en el Paraninfo de la Universidad de A Coruña, que fue una antigua fábrica de armas, vimos que le escuchaba una gaviota. Atenta, aupada en una de las farolas del paseo marítimo coruñés, la gaviota era parte de un paisaje bellísimo: detrás de donde habló Rivas, el mar, los barcos de recreo, los contenedores, una mañana muy feliz de Galicia, sol, aire limpio.
El escritor llegó al sitio con un tojo que le había traído su hermano Paco del monte, hizo su discurso, una excursión emocionante por la historia literaria de su pueblo, asustado a veces por el drama de la historia, y firme siempre su reivindicación de la salud y la libertad como modos de vivir en la tierra. Su asunto era A boca da literatura.
Memoria, ecoloxía, lingua, y su propósito era narrar la raíz de su propia literatura a partir de la vida y la literatura de los que le han precedido. Rivas convierte la memoria de los que le precedieron en la memoria propia, y de ello, de esa experiencia que tiene raíces ancestrales, en la antigüedad de su pueblo, de su país y de su familia, ha hecho una gran literatura emocional, que se agarra a los riscos de Galicia tanto como se agarra al alma con la que vive.
El académico que le respondió, Xosé Luis Axeitos, dijo que Los libros arden mal es el libro en el que Rivas vuelca lo mejor de sí, la novela que lo representa como poeta, como escritor, como gallego y como ser humano, uno de los más nobles tipos que yo he conocido en mi ya larga vida de acompañante de escritores. Y es cierto, esa novela, que tiene más de setecientas páginas, indaga sobre el momento en que se interrumpe la libertad en Coruña, comienza la guerra civil y se inicia la persecución de los hombres y de su más preciado alimento, las ideas, la palabra, la cultura. Rivas quiso hacer este acto de ayer en la cárcel coruñesa, que tanto tiene que ver con ese símbolo y que durante un tiempo fue también paisaje del escritor.
Finalmente la Academia no pudo disponer de esas instalaciones penitenciarias y convirtió el hermoso paisaje del Paraninfo en el lugar donde el autor de La lengua de las mariposas congregó a sus antepasados literarios y familiares, y donde se juntaron sus amigos, sus lectores y lectoras, sus familiares más cercanos, y los académicos que le dieron la bienvenida al más joven de los miembros de esta docta institución.
La excursión que hizo Rivas por la historia personal y literaria que le vincula hondamente con su pueblo levantó de sus sillas a los concurrentes. Esta mañana le escribía Anton Reixa a Manolo en su columna de Xornal, el periódico gallego: "Eu, Manolo, tiven unha visión epifánica da sombra curvadamente orgullosa de Lois Pereiro polo corredor daquel andar madrileño do Paseo de Extremadura e do brillo nos ollos e a dozura da tua irmá María na Porta Faxeiras mostrándome un dos teus primeiros artigos no Ideal Gallego".
Muchos tenemos esa imagen de María, y de sus padres, y de Isabel y de sus hijos, de los numerosos hermanos de Isabel Mariño, la esposa de Manuel, y muchos tenemos esa imagen fresca, comprometida, humilde y generosa, fuerte, que a lo largo de los años, y ya tiene más de medio siglo, han convertido a Rivas en un escritor inspirado que inspira. Cuando acabó el acto, un joven vino a saludarme, y yo apunté en una esquina del libro que reproduce el discurso lo que el muchacho me dijo mirándome a los ojos: "Este es un momento histórico".
Lo comenté con José Luis Cuerda, el director de la versión en cine de La lengua de las mariposas, cuyo guión es también de Rafael Azcona. Y Cuerda me dijo: "Pues tiene razón ese chico, tuve esa misma sensación mientras estaba en el Paraninfo, que este es un momento histórico". Le comenté a Rivas aquella anécdota de la gaviota sentada, tan atenta a su discurso. Y cómo él había hablado en su discurso de lo importante que es escuchar me dijo: "A lo mejor estaba escuchando el mar".

Cuando España pecó en el Sahara

No es seguro que Aminetu Haidar logre su objetivo de volver a El Aaiún, pero es evidente que ha conseguido situar en el primer plano de la actualidad el conflicto del Sáhara Occidental. Se trata de un problema incómodo para España desde que, en 1975, el último Gobierno de Franco decidió abdicar de sus compromisos en el territorio y abandonarlo en manos de Marruecos y Mauritania. A día de hoy, el Sáhara Occidental es, según Naciones Unidas, el último territorio de África por descolonizar. Y el Estado español mantiene en él claras responsabilidades legales.

Un juzgado de Las Palmas valida la actuación policial en el 'caso Haidar'


Tras 18 años, la ONU no ha celebrado el referéndum de autodeterminación

La comunidad internacional no reconoce la soberanía marroquí
La relación de España con el Sáhara se remonta nada menos que a 1884. Aquel año, Antonio Cánovas envió una expedición que levantó el primer asentamiento español en Villa Cisneros (actual Dajla). El territorio estaba habitado por tribus nómadas, cuyas caravanas recorrían el desierto en busca de pastos para sus animales o comerciando con la sal que obtenían en los yacimientos de Iyil (hoy en Mauritania). Los militares que en las décadas sucesivas fueron destinados a aquel trozo de desierto propiciaron un proceso de sedentarización. En 1934 fundaron la ciudad de El Aaiún.

El territorio gozó de relativa paz hasta que Marruecos obtuvo la independencia. En 1957, bandas armadas inspiradas por el entonces príncipe heredero, Mulay Hassan, que más tarde reinaría como Hassan II, atacaron las fortificaciones españolas. Francia vio en aquellos guerrilleros un peligro para su colonia de Mauritania, y decidió ayudar a Franco a exterminarlas. Fue el primer intento del Gobierno de Rabat para apoderarse del Sáhara.

El segundo -y, por ahora, definitivo- intento se produjo el 6 de noviembre de 1975. Hassan II lanzó a 350.000 civiles marroquíes sobre la frontera norte del territorio. Era la Marcha Verde. Franco agonizaba y su Gobierno, presidido por Carlos Arias Navarro, no supo afrontar el doble reto que le lanzaban el monarca alauí y los independentistas saharauis del Frente Polisario, que desde hacía dos años hostigaban a las tropas españolas. Arias firmó con Marruecos y Mauritania los llamados Acuerdos de Madrid, por los que España abandonaba el territorio y lo dejaba en manos de estos dos países. El 28 de febrero de 1976 fue arriada la última bandera española en El Aaiún.

La ocupación se produjo a sangre y fuego. Cientos de civiles saharauis fueron masacrados con bombas de napalm y fósforo blanco mientras intentaban huir hacia Argelia. El Polisario se estableció en Tinduf, al sur de este último país, y durante 16 años combatió a los invasores. En 1979 logró que Mauritania le devolviera la parte del territorio que ocupaba, pero Marruecos la invadió inmediatamente. Bajo los auspicios de Naciones Unidas, ambos contendientes firmaron un alto el fuego en 1991.

El compromiso alcanzado con la ONU consistía en celebrar un referéndum de autodeterminación. Con ese fin, Naciones Unidas envió al territorio una fuerza de paz: la Minurso (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental). Desde el principio, Marruecos torpedeó todos los intentos para llevar a buen puerto la consulta. Para ello contó con el apoyo incondicional de Francia y con el consentimiento de Estados Unidos. Todos los enviados especiales del secretario general de la ONU se han estrellado contra la actitud inamovible de Rabat. A día de hoy, tras 18 años de presencia ininterrumpida en el territorio que han costado cerca de 2.000 millones de dólares, la Minurso no ha logrado celebrar el referéndum. Ni siquiera ha obtenido competencias en materia de derechos humanos; sólo se dedica a observar el mantenimiento del alto el fuego.

Las posturas están claras: Marruecos ocupa el Sáhara Occidental, donde, junto a más de 150.000 colonos marroquíes, habitan unas 70.000 personas de ascendencia saharaui. Desde los campamentos de refugiados de Tinduf, donde viven unos 100.000 saharauis, el Polisario dirige una campaña diplomática internacional para exigir el cumplimiento del referéndum. Y varios miles de saharauis más han engrosado una diáspora que tiene en España y en Mauritania sus principales destinos.

El problema del Sáhara es, probablemente, la última herencia del franquismo no resuelta de la Transición española. En los 34 años transcurridos desde que España abandonó el territorio, los saharauis no han cesado de exigir a España que cumpla con las responsabilidades de las que abdicó en 1975.
Sus reclamaciones tienen base, pues la ONU considera ilegales los Acuerdos de Madrid. El departamento jurídico de la organización dictaminó en 2002 que "los Acuerdos de Madrid no han transferido la soberanía del Sáhara Occidental ni han otorgado a ninguno de los firmantes el estatus de potencia administradora, estatus que España no puede transferir unilateralmente".
Ello es así hasta el punto de que la responsabilidad de salvamento en aguas del Sáhara no corresponde a Marruecos, sino que sigue estando, de iure, en manos de España, según establece la Organización Marítima Internacional.
Éstas son las bases del conflicto del Sáhara, que Aminetu Haidar ha situado en el primer plano de la actualidad.

lA eLEGANCIA DEL eRIZO

Hay libros que parecen inspirados por las hadas, que cautivan al lector con historias aparentemente sencillas y que sin embargo no lo son. Que la complejidad adopte una apariencia simple, delicada, amena e incluso expectante es un trabajo de altura que ha logrado la escritora francesa Muriel Barbery en esta novela.

La Elegancia del Erizo es la crónica de la vida de dos mujeres, una niña y la portera del edificio donde viven, que optan por camuflar su inteligencia, su cultura e inquietudes.
Lo hacen desarrollando el rol que se espera de ellas: el de una niña de 10 años un tanto críptica y el de una portera que se pasa la vida viendo televisión y ejerciendo los tópicos propios de su oficio.
El tratamiento que de ellas hace Barbery es el de dos cenicientas cuyo encanto no reside precisamente en su físico, sino en la riqueza de sus personalidades formadas al margen de los convencionalismos y apoyadas en la cultura.
De ahí la definición de “La elegancia del Erizo” que hace Paloma referida a la señora Michel, “por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes”.

En este cuento las princesas son felices bajo su apariencia insulsa y vulnerable, y no anhelan más que seguir viviendo tranquilas bajo sus caparazones.
Es un punto de partida fantástico, aderezado con reflexiones aparentemente sencillas pero de gran calado intelectual y vital.
Esas páginas son las que van enganchando al lector a una filosofía despojada de artificio y apegada a la vida que aparece en el “diario del movimiento del mundo” y en ese compendio de “ideas profundas”, en el caso de Paloma, la niña; y también en las reflexiones de la portera en torno al cine japonés, la pintura clásica o la literatura rusa; o en su sagacidad para determinar el talante intelectual de una persona por cómo coloca una coma.
Son regalos al lector por su expresión sencilla y “sedosa”, un epíteto por el que comparto gusto con la señora Michel, portera del edificio de la calle Grenelle.

Hay tramos de la novela que recuerdan fabulas muy al estilo de Amelie,(nADA QUE VER)N7UY

0 la película de Jean-Pierre Jeunet, pero esta no es una comedia romántica, ni una historia preciosista sin más.
La novela está llena de matices y no se queda en la superficialidad efectista de cuan listas pueden ser sus protagonistas, sino que sus pensamientos y actos se encuadran en una realidad a la que se analiza y crítica, eso si, lejos de las meditaciones cartesianas y de la fenomenología que tanto desconciertan a la señora Michel.
También hay un importante componente de crítica social, de disección de la nueva burguesía europea que ya empieza a utilizar el disfraz de la progresía, aunque sin demasiado éxito en su afán de disimulo.

Lo cierto es que La elegancia del Erizo se ha convertido en todo un fenómeno editorial potenciado por el boca a boca de los que han degustado sus páginas. Cuando se lee, se entiende porqué.