La gaviota que escucha a Manuel Rivas
Manuel Rivas leyó ayer su discurso de ingreso en la Real Academia Gallega y mientras lo hizo, en el Paraninfo de la Universidad de A Coruña, que fue una antigua fábrica de armas, vimos que le escuchaba una gaviota. Atenta, aupada en una de las farolas del paseo marítimo coruñés, la gaviota era parte de un paisaje bellísimo: detrás de donde habló Rivas, el mar, los barcos de recreo, los contenedores, una mañana muy feliz de Galicia, sol, aire limpio.
El escritor llegó al sitio con un tojo que le había traído su hermano Paco del monte, hizo su discurso, una excursión emocionante por la historia literaria de su pueblo, asustado a veces por el drama de la historia, y firme siempre su reivindicación de la salud y la libertad como modos de vivir en la tierra. Su asunto era A boca da literatura.
Memoria, ecoloxía, lingua, y su propósito era narrar la raíz de su propia literatura a partir de la vida y la literatura de los que le han precedido. Rivas convierte la memoria de los que le precedieron en la memoria propia, y de ello, de esa experiencia que tiene raíces ancestrales, en la antigüedad de su pueblo, de su país y de su familia, ha hecho una gran literatura emocional, que se agarra a los riscos de Galicia tanto como se agarra al alma con la que vive.
El académico que le respondió, Xosé Luis Axeitos, dijo que Los libros arden mal es el libro en el que Rivas vuelca lo mejor de sí, la novela que lo representa como poeta, como escritor, como gallego y como ser humano, uno de los más nobles tipos que yo he conocido en mi ya larga vida de acompañante de escritores. Y es cierto, esa novela, que tiene más de setecientas páginas, indaga sobre el momento en que se interrumpe la libertad en Coruña, comienza la guerra civil y se inicia la persecución de los hombres y de su más preciado alimento, las ideas, la palabra, la cultura. Rivas quiso hacer este acto de ayer en la cárcel coruñesa, que tanto tiene que ver con ese símbolo y que durante un tiempo fue también paisaje del escritor.
Finalmente la Academia no pudo disponer de esas instalaciones penitenciarias y convirtió el hermoso paisaje del Paraninfo en el lugar donde el autor de La lengua de las mariposas congregó a sus antepasados literarios y familiares, y donde se juntaron sus amigos, sus lectores y lectoras, sus familiares más cercanos, y los académicos que le dieron la bienvenida al más joven de los miembros de esta docta institución.
La excursión que hizo Rivas por la historia personal y literaria que le vincula hondamente con su pueblo levantó de sus sillas a los concurrentes. Esta mañana le escribía Anton Reixa a Manolo en su columna de Xornal, el periódico gallego: "Eu, Manolo, tiven unha visión epifánica da sombra curvadamente orgullosa de Lois Pereiro polo corredor daquel andar madrileño do Paseo de Extremadura e do brillo nos ollos e a dozura da tua irmá María na Porta Faxeiras mostrándome un dos teus primeiros artigos no Ideal Gallego".
Muchos tenemos esa imagen de María, y de sus padres, y de Isabel y de sus hijos, de los numerosos hermanos de Isabel Mariño, la esposa de Manuel, y muchos tenemos esa imagen fresca, comprometida, humilde y generosa, fuerte, que a lo largo de los años, y ya tiene más de medio siglo, han convertido a Rivas en un escritor inspirado que inspira. Cuando acabó el acto, un joven vino a saludarme, y yo apunté en una esquina del libro que reproduce el discurso lo que el muchacho me dijo mirándome a los ojos: "Este es un momento histórico".
Lo comenté con José Luis Cuerda, el director de la versión en cine de La lengua de las mariposas, cuyo guión es también de Rafael Azcona. Y Cuerda me dijo: "Pues tiene razón ese chico, tuve esa misma sensación mientras estaba en el Paraninfo, que este es un momento histórico". Le comenté a Rivas aquella anécdota de la gaviota sentada, tan atenta a su discurso. Y cómo él había hablado en su discurso de lo importante que es escuchar me dijo: "A lo mejor estaba escuchando el mar".
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