Enamorado de sí mismo
Antonio Jiménez Barca, corresponsal de EL PAÍS en París, y muy buen novelista, por cierto, hace crónica hoy de las memorias del ex presidente Chirac, que, como dice Antonio, se muestra enamorado de sí mismo en sus memorias. No es un mal francés. Aunque Mitterrand y Pompidou, y De Gaulle, que fueron además buenos escritores, también escribieron memorias, o recuerdos, o los dictaron o los dijeron, y dieron de sí mismos la mejor opinión que tenían.
Eran grandiosos, según ellos mismos, representaban la grandiosidad de Francia, y se referían a ellos con esa grandeur que les devolvían el espejo y la escritura. Las memorias de Margaret Thatcher también eran de una enorme autosatisfacción. No es un mal francés, pero los franceses son muy buenos a la hora de examinar su estima en el espejo.
Y es un mal humano también, porque todo excede tiende a convertirse en un mal: tendemos a autojustificarnos; nuestros errores son errores, pero si no los disminuimos, si no los examinamos a la luz de nuestra propia comprensión, el espejo devuelve dardos y centellas, y el hombre usa un paraguas para que la tormenta no le amargue la vida del todo.
El caso de los políticos, y sobre todo el de los políticos que han ejercido el poder, es mucho más flagrante que el de los seres humanos que no han ejercido el poder, porque el trabajo de aquellos cae bajo el escrutinio público, y la gente tiene bastante información sobre lo que hicieron o el efecto que tuvo en sus conciudadanos lo que hicieron.
El último presidente español, José María Aznar, que precedió a Zapatero en el ejercicio del poder, ya hizo un amago de memorias, y en ellas se refirió a algunos de los desastres a los que nos llevó (como la guerra de Irak) con un sentimiento de autosatisfacción que ha aumentado el rechazo de su legado y, por tanto, la crítica de sus hechos, porque la gente sabe, y recuerda, qué pasó, por lo cual su propio recuerdo ha querido ser grandioso y ha convertido su figura, otra vez, en una sombra mucho menor que la que la que él ha querido agrandar.
Él también se ha mostrado bastante enamorado de sí mismo, como Chirac. La autocrítica, en la política, en el arte, y en la vida, es un buen límite para el ego.
9 nov 2009
Chirac, Cardinale y otros ligues
Chirac, Cardinale y otros ligues
El libro 'Sexus Politicus' revela líos de faldas y pantalones engendrados por la erótica del poder en Francia
FERNANDO ITURRIBARRÍA/CORRESPONSAL
PARÍS. DV. Marzo de 1998. Campaña de las elecciones cantonales. Un montón de periodistas y fotógrafos sigue a Bernadette Chirac por un pueblo de la Francia profunda. «¿Por qué tanta prensa? Ni que fuera Claudia Cardinale», finge sorprenderse. La alusión a la actriz italiana no es inocente. En las cocinas de París se sabe que el presidente aprecia el boccato di Cardinali.
La anécdota figura en Sexus Politicus, el libro superventas de los periodistas Christophe Deloire y Christophe Dubois que revela los líos de faldas y pantalones engendrados por la erótica del poder en la patria del amor cortesano. Jacques Chirac impuso la Legión de Honor a la Cardinale en 1999 y cuatro años después la invitó a un viaje oficial a Túnez, su país natal.
Bernadette ha sido la primera esposa de un dirigente político francés en reconocer de manera pública que la han engañado. «Pues claro que he sido celosa. Había motivos, oiga», dijo hace cuatro años en un libro-entrevista en el que se definía como «el punto fijo» al que su marido siempre volvía. «De todas maneras, yo le advertí varias veces: El día en que Napoleón abandonó a Josefina, perdió todo», confesaba.
La noche del 31 de agosto de 1997, como tantas otras, Jacques Chirac no durmió en el palacio del Elíseo. Aquel sábado-sabadete la princesa Diana de Gales se mató en el túnel de Alma y Bernadette Chirac veló en solitario el cadáver a las siete de la mañana. «Muy prudentemente, la primera dama no me llamó para que fuera a buscarlo», relató en un libro de memorias el chófer del presidente, mujeriego veloz a quien dice que le llamaban «diez minutos, ducha incluida».
Sexus Politicus se hace eco del insistente rumor que atribuye a Chirac un hijo secreto en Japón, de los idilios con compañeras de partido que han pasado de la cama a la mesa del Consejo de Ministros y de los líos con periodistas de Le Figaro, una aparente especialidad de los políticos conservadores.
Ya en 1965 el contraespionaje había intervenido en una aventura suya con una azafata rusa, en realidad agente del KGB. Años más tarde, gracias a un pinchazo telefónico, el ministro Chirac se enteró de la marca de lencería que Valéry Giscard d'Estaing regalaba a Mireille Darc.
Debilidad por las actrices
Las actrices son la debilidad del único ex presidente francés vivo. Marlène Jobert, Cathy Rosier, Brigitte Bardot y Sylvia Kristel, intérprete de Emmanuelle, también aparecen en su catálogo de trofeos. Anfitrión de safaris y otras correrías, el ex dictador africano Bokassa, causa involuntaria de su desgracia por cubrirle de diamantes, le acusaba de ser el amante de su esposa.
A juicio de los autores, el ex-ministro socialista Dominique Strauss Kahn es el paradigma del sexus politicus. De su fama libertina dio cuenta un agente de los servicios secretos. En una nota confidencial afirmó haberle visto en un lujoso club de intercambio de parejas en el centro de París. Su camarada Laurent Fabius, también precandidato socialista al Elíseo, vivió un romance con «una modelo convertida en cantante», el vivo retrato de Carla Bruni. En mayo de 2005 un tribunal condenó a Paris Match a pagarle 5.000 euros. La revista había publicado una foto suya de paseo romántico por las orillas del Sena con una nueva amiga. La mujer era «la esposa de un importante político del Suroeste».
El inventario de chascarrillos no aporta nada nuevo sobre la agitada vida sentimental de François Mitterrand. La única curiosidad inédita es que el campeón de la vida en rosa compartió amante, a mediados de los años 1980, con Michel Rocard, su rival doméstico en el partido socialista. La mujer se vanagloria se haber empleado sus buenos oficios para reconciliarlos.
De Dominique de Villepin se insinúa un interés especial por la liberación de la diputada colombiana Ingrid Betancourt, secuestrada por las FARC, de la que fue profesor de ciencias políticas en París.
La fama de seductor del actual primer ministro le valió un bofetón propinado en público por su esposa a una elegante farmacéutica. Pero no se aportan pruebas de que estuviera detrás del envío a la mujer de Nicolas Sarkozy de un informe con las supuestas infidelidades de su marido, detonante de la ya superada crisis conyugal del matrimonio.
La obra denuncia las maniobras de los servicios secretos para implicar al diputado socialista Jack Lang en sórdidos asuntos de corrupción de menores. «Lo que me ha asqueado terriblemente es que se hayan conducido desde mi propio campo esas marranadas sobre la pederastia», escribió en 2004 el ex ministro de Cultura en una biografía.
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