Mar de mierda
MARUJA TORRES 16/08/2009
La parte buena de la sentencia, valenciana y azarosa (de agua de azar que tuvieron que darme; pues de azahar no tuvo nada: estaba cantada desde las profundas simas de la amistad entre juez y parte), sobre el extraño caso del señor Camps, es que Terra Mítica gana mucho en facilidades para entretener más allá de toda sospecha al respetable pero no respetado contribuyente.
“Ahora podremos llamar Terra Mítica a la Comunidad Valenciana”
En el apartado La Furia del Tritón, que en tiempos normales promete ya de por sí “vértigo, mitología y dos refrescantes chapuzones”, podríamos incluir un baño de mierda. Si la palabra mierda le parece demasiado fuerte al respetable pero no respetado, siempre podemos llamarla –en consideración, además, de que frecuentan el asunto respetables y no respetados nenes– caca, popó y número dos. Claro que una mierda es una mierda es una mierda y es una mierda, queramos o no.
¡Vértigo! De nuevo un montón de posibilidades. Educar a los ciudadanos, desde pequeñitos, en esa sensación que producen determinadas sentencias, empezando por la que considera que una niña no fue violada porque no se la metieron hasta el fondo, y terminando por la que decide que no resulta delictivo cobrar en especies de entidades corruptas. Porque ya saben lo que dijo el clásico, irónicamente: empiezas matando a tu madre y acabas por no ir a misa. Eso produce vértigo, asomarse a un tribunal. Hay que ensayar antes en Terra Mítica, que es como de ahora en adelante podremos denominar a la Comunidad Valenciana, cuyo funcionamiento oficial, militante y votante al parecer se basa en las más estrictas reglamentaciones del más crudo Show Business.
¿Y qué mejor, en cuanto a mitologías, que mostrar al Superviviente, perfectamente trajeado, en un holograma que cubra la Terra misma? Yo aún pediría más, y es que la réplica en plan Lara Croft del presidente mártir cantara esa copla que a mí me vuelve demente: “Tengo unas ganas locas, locas… Tengo unas ganas locas, locas…”.
Al penetrar en el territorio Cataratas del Nilo, cuyos saltos se reproducen en miniatura porque ni siquiera en Valencia han podido alicatarlas a semejante tamaño, hay que decir que, en la actualidad, los visitantes pueden realizar el aventurado trayecto tendidos en un ataúd biplaza. ¡Cuán evocador! Imaginen lo que sería esa excursión si el convoy de sarcófagos para parejas fuera precedido por un modelo capaz asimismo para dúos –aunque fabricado con materias más nobles, y las correspondientes trabillas italianas–, en cuyo interior se encontraran reproducciones –pues ellos tienen tanto, tanto trabajo siempre, salvando a los españoles mientras se ponen a salvo– de don Mariano y don Francisco, cogiditos de la mano y dando ejemplo de su inmarcesible amistad. De la Rúa podría ir andando, a su lado, enfocándoles un ventilador. Se alteraría un poco la caca, pero en eso hemos estado siempre, ¿no?
La atracción ‘Barbarroja’ con el consabido pasacalles de piratas– yo la dejaría como está, por obvia. Además, quien más quien menos les ha tomado cariño a los bandoleros del mar –Somalia aparte– desde que Johnny Depp nos ha enseñado a todos y todas a llevar el rímel con garbo en cualquier cubierta, en cualquier estribor o babor. No, Barbarroja no me parece suficiente.
Sin embargo, no nos desanimemos. Ni siquiera pensando, con pesar, que por mucho que se recurra al Supremo y hasta al Constitucional, el mal de la sentencia ya ha sido perpetrado: Terra Mítica, es decir, la Comunidad Valenciana, parece ser ya lo que parece. El paraíso de los impunes que, además, son horteras.
Quizá la atracción que rinde homenaje al difunto gran mago Houdini, estrella de finales del siglo XIX y de principios del XX, haga justicia. Pues si Houdini pudo escaquearse de la camisa de fuerza, del corsé metálico, y resistió la parada de pulsaciones –ahí don Mariano sí que dejó de latir durante más tiempo que don Francisco–, y se zafó del baúl con cerrojo… Hubo un truco final, la celda de la tortura, al que no sobrevivió.
Ah, se me olvidaba. En el apartado Mar de los Mierdazos debería garantizarse a la gente que, en caso de que se les estropee el traje, serán obsequiados por las autoridades con un traje nuevo, hecho a medida de cada jeta.
16 ago 2009
Aquí nació la nostalgia 'hippy'
Aquí nació la nostalgia 'hippy'
ANDREA AGUILAR 16/08/2009
Hoy hace 40 años, medio millón de jóvenes se hacinaban en Woodstock, el padre de todos los festivales musicales. Fue quizá el desastre más exitoso de la historia. Tres días de paz y amor convertidos en la imagen icónica de una época. Visitamos el lugar donde se celebró para comprobar qué es lo que queda de un mito que sigue seduciendo.
Fue casi un mes después de que Neil Armstrong pisara la Luna y apenas unos días más tarde de que los seguidores de Charles Manson perpetrasen los salvajes asesinatos en casa de Roman Polanski.
El 14 de agosto de 1969, furgonetas, autobuses escolares reciclados y miles de utilitarios colapsaron la ruta 17b del Estado de Nueva York. Aquel monumental atasco fue el comienzo de un legendario fin de semana en el que cerca de medio millón de jóvenes se dieron cita en los terrenos de la granja de Max Yasgur.
“La música no fue memorable para los que lo vieron en directo. En 1969, los sistemas de sonido eran malos”
Hubo una cantidad considerable de estupefacientes, mucho barro y una extraña sensación de liberación e idilio colectivo. Janis Joplin, Jimi Hendrix, Joan Báez, Sly, Richie Havens y Joe Cocker, y 25 grupos más, pusieron la banda sonora al desastre más exitoso que se recuerda en la historia de los festivales de música. El entonces gobernador, Nelson A. Rockefeller, declaró el condado zona catastrófica. El Ejército acudió a su auxilio. Medicinas y comida fueron lanzadas desde el aire. Woodstock pasó a convertirse en el hito de una generación.
Cuarenta años después, la carretera que conduce hasta los terrenos donde se celebró el festival, en el pequeño pueblo de Bethel, apenas ha cambiado. Sin embargo, el número de turistas que visitan la zona ha aumentado bastante desde que se abrió en 2006 el Centro Bethel Woods. Su auditorio, de 15.000 localidades, programa actuaciones de Bob Dylan o la Filarmónica de Nueva York, o el concierto homenaje de los Heroes of Woodstock, con ocho de los artistas que actuaron en 1969.
En lo alto de una colina frente al auditorio, un centenar de escolares escuchan una mañana de julio la historia de Duke Devlin. “Vine a pasar tres días y me quedé 40 años”. Alto y corpulento, este superviviente del festival luce barba y melena blancas y muchos tatuajes en los brazos.
Parece un Santa Claus alternativo. Tras su paso por la Armada estuvo varios años saltando de comuna en comuna. En una de ellas vio un anuncio del festival. No se lo pensó. En Woodstock se unió a los miembros de Hog Farm, el colectivo de Santa Fe. “Distribuimos comida y ayudamos a quienes tenían malos viajes de ácido”.
Cuando todo terminó, Duke empezó a trabajar en una lechería de los alrededores. Hoy sus nietos van a la escuela local y él hace de guía en el centro. Subido a un cochecito de golf, conduce hasta la zona donde se montó el escenario en 1969, un gran rectángulo sin hierba, cubierto de piedras. Unos metros más allá se encuentra una placa conmemorativa.
Una pareja en bermudas se saca fotos. El mito sigue siendo atractivo. Este año, 13 nuevos libros han sido publicados en Estados Unidos y el director Ang Lee estrena (en España, el 2 de octubre) una película sobre el festival.
Cabe darle la razón a Ellen Willis, la pionera crítica de rock que inauguró el género en el New Yorker. “Hay que reconocer algún mérito a los productores de la Feria de Arte y Música de Woodstock: al fin y al cabo, han dado un golpe magistral en cuestión de relaciones públicas”, escribió Willis en su crónica del festival para revista. “Parece que han logrado que cuaje la idea de que la crisis en Bethel fue un caprichoso desastre natural más que el resultado de la incompetencia humana, que la asistencia masiva era totalmente inesperada (y que, por tanto, era imposible que cualquier ser razonable lo hubiera previsto) y que, además, ellos han perdido más de un millón de dólares en el proceso de ser buena gente, porque hicieron todo lo posible por convertir lo que apuntaba a ser un fracaso en un fin de semana enrollado” .
El mito de Woodstock que Willis veía crecer días después del festival acabó de establecerse gracias al documental Woodstock Festival: tres días de paz, amor y música, dirigido por Michael Wadleigh y editado por Thelma Schoonmaker y Martin Scorsese. Llegó a las pantallas en 1970 y fue galardonado con un Oscar. En él se mostró al gran público la llegada del Ejército y los helicópteros, las pipas de papel de plata y el éxtasis colectivo; las actuaciones de Hendrix, Joan Báez o Richie Havens. Woodstock se convirtió en un mito global. Las imágenes de jóvenes desnudos bañándose en los lagos o deslizándose por el barro pasaron a formar parte del imaginario colectivo.
El barro de 1969 ha quedado neutralizado en centro de arte de Bethel. “Cuando me propusieron encargarme de esto, pensé: ¿cómo voy a vender sexo, drogas y rock and roll a escolares?”, dice Wade Lawrence, el director del museo del centro. La solución ha sido apostar por el contexto y hacer un museo de historia política y social de los sesenta. Aquellos años estuvieron marcados por la lucha de los derechos civiles y el movimiento estudiantil contra la guerra de Vietnam. Kennedy llegó a la presidencia, y Martin Luther King encabezó la histórica marcha hasta Washington; ambos murieron asesinados. Las comunas se expandían, el ácido y la marihuana eran moneda común entre los adolescentes alternativos y el rock vivía una nueva edad dorada.
En las enormes pantallas del museo, Richie Havens canta Freedom –el himno que improvisó sobre el escenario cuando ya no sabía qué más tocar–, y Joe Cocker agradece la ayuda de sus amigos en With a little help from my friends. Las vitrinas muestran las portadas de discos de Supremes, Dylan y los Beatles, entre otros.
Woodstock se encuentra a una hora y media en coche del museo. Los promotores originalmente planearon celebrar aquí el festival. El veinteañero Michael Lang se instaló en Woodstock atraído por la presencia de Dylan, Joplin y Hendrix en la zona. Lang iba y venía de la ciudad y pronto consiguió una cita con Artie Kornfeld, director artístico en Mercury Records a los 25 años. Juntos idearon el plan de montar una discográfica con sede en el pueblo.
John Roberts, rico heredero de una empresa química, y Joel Rosenbam, licenciado en Derecho por Yale, fueron los inversores de la recién fundada Woodstock Ventures. Pronto tomó cuerpo la idea de organizar un festival. Contrataron a un equipo y a una agencia de relaciones públicas, Wartoke, para publicitar el evento. “Soy un gran fan de usar los rumores como instrumento de promoción”, escribió tiempo después Lang en un libro conmemorativo del festival.
Tom Benton no escuchó los rumores que circulaban por el Village, simplemente vio un anuncio a toda página en The New York Times.
Tenía 19 años y una pasión desaforada por la música. Lo recuerda sentado en su tienda de guitarras situada en la calle principal de Woodstock. “Me moría por ver a Jeff Beck y los Iron Butterfly, pero se cayeron a última hora del cartel”. Benton no sólo fue uno de los pocos que pagaron –la avalancha de público hizo que los organizadores declararan la entrada libre–, sino que además asegura que no se perdió ningún concierto; ni siquiera el solo Star spangled banner de Hendrix, que tocó en la mañana del lunes, cuando la mayoría del público ya se había marchado.
Cuesta imaginar despeinado en el barrizal a Benton, un hombre de media melena canosa y flequillo simétrico. Durante 20 años renunció a la música y se dedicó a ejercer como abogado. “Dije que cuando cumpliese 50 volvería a ello”. En su tienda ha montado un sello discográfico e imparte clases.
Nadie estaba seguro aquel verano de que el festival fuera finalmente a celebrarse. Las tensiones entre los socios crecían y las posibles localizaciones del macroconcierto se iban cayendo de la lista. Cuatro semanas antes de que el Woodstock abriera sus puertas, aún no tenía ubicación definitiva.
“Yo salvé el festival. Es hora de que se sepa que Woodstock ocurrió gracias a un gay”, dice Elliot Tiber, socarrón, sentado junto a su perrita Molly. Decidido a aclarar la historia, este escritor y cómico –vecino de Tennessee Williams en su juventud y amigo del fotógrafo Mapplethorpe– publicó sus memorias hace dos años. El libro, Taking Woodstock, ha inspirado la película homónima de Ang Lee, en la que se recrea el motel El Mónaco que regentaban sus padres.
Elliot Landy, el fotógrafo oficial del festival, fue uno de los huéspedes del motel. Desde hacía algún tiempo vivía en Woodstock, donde había fotografiado a Bob Dylan y The Band para las portadas de sus discos. Los tres días que cubrió el festival tiró más de 2.500 fotos. Una selección de su trabajo viajará por España hasta finales de año.
¿Más allá del documental y las fotografías, fue aquél un momento histórico? “La música no fue memorable para los que lo vieron en directo”, contesta el gran pope de la crítica Robert Christgau. “Seamos claros, los sistemas de sonido en 1969 eran malos”.
Christgau fue al festival con su novia, la crítica Willis. También llevaron a sus dos hijos, de dos años y ocho meses. El más pequeño, Nathan, hoy es editor de música en la revista Rolling Stone. “Mis padres eran un poco más mayores que la mayoría del público. No eran hippies, tiraban más hacia un tipo beatniks-folk”. En Bethel acamparon en el bosque. Años después, le contaron cómo acabaron dando de comer a un montón de desconocidos. “Decían que se sintieron como monitores de un campamento”.
El lunes 17 de agosto de 1969, al terminar el concierto de Hendrix, los voluntarios y miembros de las comunas reclutadas por la organización comenzaron a limpiar. El promotor Michael Lang se subió a un helicóptero que le llevó hasta Wall Street. Allí se celebró la primera de las amargas reuniones que enfrentaron durante años a los cuatro organizadores. Se acabó la paz. En la granja de Yasgur tardaron un mes en recoger.
Dicen que centenares de objetos quedaron en el fango. Arqueología de una generación que ya es historia.
ANDREA AGUILAR 16/08/2009
Hoy hace 40 años, medio millón de jóvenes se hacinaban en Woodstock, el padre de todos los festivales musicales. Fue quizá el desastre más exitoso de la historia. Tres días de paz y amor convertidos en la imagen icónica de una época. Visitamos el lugar donde se celebró para comprobar qué es lo que queda de un mito que sigue seduciendo.
Fue casi un mes después de que Neil Armstrong pisara la Luna y apenas unos días más tarde de que los seguidores de Charles Manson perpetrasen los salvajes asesinatos en casa de Roman Polanski.
El 14 de agosto de 1969, furgonetas, autobuses escolares reciclados y miles de utilitarios colapsaron la ruta 17b del Estado de Nueva York. Aquel monumental atasco fue el comienzo de un legendario fin de semana en el que cerca de medio millón de jóvenes se dieron cita en los terrenos de la granja de Max Yasgur.
“La música no fue memorable para los que lo vieron en directo. En 1969, los sistemas de sonido eran malos”
Hubo una cantidad considerable de estupefacientes, mucho barro y una extraña sensación de liberación e idilio colectivo. Janis Joplin, Jimi Hendrix, Joan Báez, Sly, Richie Havens y Joe Cocker, y 25 grupos más, pusieron la banda sonora al desastre más exitoso que se recuerda en la historia de los festivales de música. El entonces gobernador, Nelson A. Rockefeller, declaró el condado zona catastrófica. El Ejército acudió a su auxilio. Medicinas y comida fueron lanzadas desde el aire. Woodstock pasó a convertirse en el hito de una generación.
Cuarenta años después, la carretera que conduce hasta los terrenos donde se celebró el festival, en el pequeño pueblo de Bethel, apenas ha cambiado. Sin embargo, el número de turistas que visitan la zona ha aumentado bastante desde que se abrió en 2006 el Centro Bethel Woods. Su auditorio, de 15.000 localidades, programa actuaciones de Bob Dylan o la Filarmónica de Nueva York, o el concierto homenaje de los Heroes of Woodstock, con ocho de los artistas que actuaron en 1969.
En lo alto de una colina frente al auditorio, un centenar de escolares escuchan una mañana de julio la historia de Duke Devlin. “Vine a pasar tres días y me quedé 40 años”. Alto y corpulento, este superviviente del festival luce barba y melena blancas y muchos tatuajes en los brazos.
Parece un Santa Claus alternativo. Tras su paso por la Armada estuvo varios años saltando de comuna en comuna. En una de ellas vio un anuncio del festival. No se lo pensó. En Woodstock se unió a los miembros de Hog Farm, el colectivo de Santa Fe. “Distribuimos comida y ayudamos a quienes tenían malos viajes de ácido”.
Cuando todo terminó, Duke empezó a trabajar en una lechería de los alrededores. Hoy sus nietos van a la escuela local y él hace de guía en el centro. Subido a un cochecito de golf, conduce hasta la zona donde se montó el escenario en 1969, un gran rectángulo sin hierba, cubierto de piedras. Unos metros más allá se encuentra una placa conmemorativa.
Una pareja en bermudas se saca fotos. El mito sigue siendo atractivo. Este año, 13 nuevos libros han sido publicados en Estados Unidos y el director Ang Lee estrena (en España, el 2 de octubre) una película sobre el festival.
Cabe darle la razón a Ellen Willis, la pionera crítica de rock que inauguró el género en el New Yorker. “Hay que reconocer algún mérito a los productores de la Feria de Arte y Música de Woodstock: al fin y al cabo, han dado un golpe magistral en cuestión de relaciones públicas”, escribió Willis en su crónica del festival para revista. “Parece que han logrado que cuaje la idea de que la crisis en Bethel fue un caprichoso desastre natural más que el resultado de la incompetencia humana, que la asistencia masiva era totalmente inesperada (y que, por tanto, era imposible que cualquier ser razonable lo hubiera previsto) y que, además, ellos han perdido más de un millón de dólares en el proceso de ser buena gente, porque hicieron todo lo posible por convertir lo que apuntaba a ser un fracaso en un fin de semana enrollado” .
El mito de Woodstock que Willis veía crecer días después del festival acabó de establecerse gracias al documental Woodstock Festival: tres días de paz, amor y música, dirigido por Michael Wadleigh y editado por Thelma Schoonmaker y Martin Scorsese. Llegó a las pantallas en 1970 y fue galardonado con un Oscar. En él se mostró al gran público la llegada del Ejército y los helicópteros, las pipas de papel de plata y el éxtasis colectivo; las actuaciones de Hendrix, Joan Báez o Richie Havens. Woodstock se convirtió en un mito global. Las imágenes de jóvenes desnudos bañándose en los lagos o deslizándose por el barro pasaron a formar parte del imaginario colectivo.
El barro de 1969 ha quedado neutralizado en centro de arte de Bethel. “Cuando me propusieron encargarme de esto, pensé: ¿cómo voy a vender sexo, drogas y rock and roll a escolares?”, dice Wade Lawrence, el director del museo del centro. La solución ha sido apostar por el contexto y hacer un museo de historia política y social de los sesenta. Aquellos años estuvieron marcados por la lucha de los derechos civiles y el movimiento estudiantil contra la guerra de Vietnam. Kennedy llegó a la presidencia, y Martin Luther King encabezó la histórica marcha hasta Washington; ambos murieron asesinados. Las comunas se expandían, el ácido y la marihuana eran moneda común entre los adolescentes alternativos y el rock vivía una nueva edad dorada.
En las enormes pantallas del museo, Richie Havens canta Freedom –el himno que improvisó sobre el escenario cuando ya no sabía qué más tocar–, y Joe Cocker agradece la ayuda de sus amigos en With a little help from my friends. Las vitrinas muestran las portadas de discos de Supremes, Dylan y los Beatles, entre otros.
Woodstock se encuentra a una hora y media en coche del museo. Los promotores originalmente planearon celebrar aquí el festival. El veinteañero Michael Lang se instaló en Woodstock atraído por la presencia de Dylan, Joplin y Hendrix en la zona. Lang iba y venía de la ciudad y pronto consiguió una cita con Artie Kornfeld, director artístico en Mercury Records a los 25 años. Juntos idearon el plan de montar una discográfica con sede en el pueblo.
John Roberts, rico heredero de una empresa química, y Joel Rosenbam, licenciado en Derecho por Yale, fueron los inversores de la recién fundada Woodstock Ventures. Pronto tomó cuerpo la idea de organizar un festival. Contrataron a un equipo y a una agencia de relaciones públicas, Wartoke, para publicitar el evento. “Soy un gran fan de usar los rumores como instrumento de promoción”, escribió tiempo después Lang en un libro conmemorativo del festival.
Tom Benton no escuchó los rumores que circulaban por el Village, simplemente vio un anuncio a toda página en The New York Times.
Tenía 19 años y una pasión desaforada por la música. Lo recuerda sentado en su tienda de guitarras situada en la calle principal de Woodstock. “Me moría por ver a Jeff Beck y los Iron Butterfly, pero se cayeron a última hora del cartel”. Benton no sólo fue uno de los pocos que pagaron –la avalancha de público hizo que los organizadores declararan la entrada libre–, sino que además asegura que no se perdió ningún concierto; ni siquiera el solo Star spangled banner de Hendrix, que tocó en la mañana del lunes, cuando la mayoría del público ya se había marchado.
Cuesta imaginar despeinado en el barrizal a Benton, un hombre de media melena canosa y flequillo simétrico. Durante 20 años renunció a la música y se dedicó a ejercer como abogado. “Dije que cuando cumpliese 50 volvería a ello”. En su tienda ha montado un sello discográfico e imparte clases.
Nadie estaba seguro aquel verano de que el festival fuera finalmente a celebrarse. Las tensiones entre los socios crecían y las posibles localizaciones del macroconcierto se iban cayendo de la lista. Cuatro semanas antes de que el Woodstock abriera sus puertas, aún no tenía ubicación definitiva.
“Yo salvé el festival. Es hora de que se sepa que Woodstock ocurrió gracias a un gay”, dice Elliot Tiber, socarrón, sentado junto a su perrita Molly. Decidido a aclarar la historia, este escritor y cómico –vecino de Tennessee Williams en su juventud y amigo del fotógrafo Mapplethorpe– publicó sus memorias hace dos años. El libro, Taking Woodstock, ha inspirado la película homónima de Ang Lee, en la que se recrea el motel El Mónaco que regentaban sus padres.
Elliot Landy, el fotógrafo oficial del festival, fue uno de los huéspedes del motel. Desde hacía algún tiempo vivía en Woodstock, donde había fotografiado a Bob Dylan y The Band para las portadas de sus discos. Los tres días que cubrió el festival tiró más de 2.500 fotos. Una selección de su trabajo viajará por España hasta finales de año.
¿Más allá del documental y las fotografías, fue aquél un momento histórico? “La música no fue memorable para los que lo vieron en directo”, contesta el gran pope de la crítica Robert Christgau. “Seamos claros, los sistemas de sonido en 1969 eran malos”.
Christgau fue al festival con su novia, la crítica Willis. También llevaron a sus dos hijos, de dos años y ocho meses. El más pequeño, Nathan, hoy es editor de música en la revista Rolling Stone. “Mis padres eran un poco más mayores que la mayoría del público. No eran hippies, tiraban más hacia un tipo beatniks-folk”. En Bethel acamparon en el bosque. Años después, le contaron cómo acabaron dando de comer a un montón de desconocidos. “Decían que se sintieron como monitores de un campamento”.
El lunes 17 de agosto de 1969, al terminar el concierto de Hendrix, los voluntarios y miembros de las comunas reclutadas por la organización comenzaron a limpiar. El promotor Michael Lang se subió a un helicóptero que le llevó hasta Wall Street. Allí se celebró la primera de las amargas reuniones que enfrentaron durante años a los cuatro organizadores. Se acabó la paz. En la granja de Yasgur tardaron un mes en recoger.
Dicen que centenares de objetos quedaron en el fango. Arqueología de una generación que ya es historia.
¿Es por sabiduría que uno prescinde del rencor o es casi genético?
¿Es por sabiduría que uno prescinde del rencor o es casi genético?
Una amiga me pregunta, a raíz de la conversación que ayer publicó EL PAÍS con Marcos Ana, el poeta que estuvo veintitrés años en las cárceles de Franco, si es por sabiduría que uno prescinde del rencor o si ese despojo del rencor es casi genético. No soy un experto, pero ya tengo años como para tener mi propia respuesta. Yo creo que despojarse del rencor responde a una voluntad, es decir, a una gimnasia; lo natural, acaso lo genético, es el rencor, el mal recuerdo, el recuerdo no resuelto; rencor es desearle al otro el mal que te hizo, o desear que el otro sufra el mal que tú padeces. Para resolver eso hace falta gimnasia de buena voluntad, y eso se aprende.
Acaso el ser humano, animal al fin y al cabo, nace ya teniendo en su alma, o en su recuerdo, alguna parcela de odio, o de rencor, que viene a ser el odio muy elaborado, el odio que busca su justificación en el mal recuerdo.
Por lo que a mi respecta, sé que en mi casa hubo muchas razones para tener malos recuerdos, pero he escrito ya, y lo recuerdo muy bien, qué clase de ejercicios, de silencio, sobre todo, se hicieron en casa para que esas razones del rencor no anidaran en otros. Decía Marcos Ana en la conversación publicada ayer que él lucharía, como muchos de los suyos, para que lo que él sufrió y sufrieron otros en la cárcel no lo sufrieran ni sus torturadores. Creo que lo natural --lo animal-- hubiera sido que Marcos Ana saliera odiando de la cárcel.
Se salvó de la peor enfermedad espiritual, a mi parecer, leyendo, ejercitando la comprensión, entendiendo a los demás, también a los que no quería. Ya he citado aquí aquella frase de Albert Camus sobre su infancia ("el sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento"). No es una tarea que acabe. El resentimiento, el odio y el rencor tienen sus propias derivaciones, su vida independiente y traicionera, y pueden reaparecer al menor descuido. Por eso digo que despojarse de esos vicios amarillos exige una enorme cantidad de buena voluntad, y la buena voluntad es una gimnasia que ha de ejercerse cotidianamente. Lo recomiendo, me lo recomiendo. Es una gimnasia que también requiere paciencia, porque a veces el rencor nace del insulto ajeno, y lo natural --lo animal-- es responder con la misma moneda. Y no se debe responder con la misma moneda, ni siquiera cuando el recuerdo está saturado de ofensa. Y por hoy basta de sermón, amigos.
Una amiga me pregunta, a raíz de la conversación que ayer publicó EL PAÍS con Marcos Ana, el poeta que estuvo veintitrés años en las cárceles de Franco, si es por sabiduría que uno prescinde del rencor o si ese despojo del rencor es casi genético. No soy un experto, pero ya tengo años como para tener mi propia respuesta. Yo creo que despojarse del rencor responde a una voluntad, es decir, a una gimnasia; lo natural, acaso lo genético, es el rencor, el mal recuerdo, el recuerdo no resuelto; rencor es desearle al otro el mal que te hizo, o desear que el otro sufra el mal que tú padeces. Para resolver eso hace falta gimnasia de buena voluntad, y eso se aprende.
Acaso el ser humano, animal al fin y al cabo, nace ya teniendo en su alma, o en su recuerdo, alguna parcela de odio, o de rencor, que viene a ser el odio muy elaborado, el odio que busca su justificación en el mal recuerdo.
Por lo que a mi respecta, sé que en mi casa hubo muchas razones para tener malos recuerdos, pero he escrito ya, y lo recuerdo muy bien, qué clase de ejercicios, de silencio, sobre todo, se hicieron en casa para que esas razones del rencor no anidaran en otros. Decía Marcos Ana en la conversación publicada ayer que él lucharía, como muchos de los suyos, para que lo que él sufrió y sufrieron otros en la cárcel no lo sufrieran ni sus torturadores. Creo que lo natural --lo animal-- hubiera sido que Marcos Ana saliera odiando de la cárcel.
Se salvó de la peor enfermedad espiritual, a mi parecer, leyendo, ejercitando la comprensión, entendiendo a los demás, también a los que no quería. Ya he citado aquí aquella frase de Albert Camus sobre su infancia ("el sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento"). No es una tarea que acabe. El resentimiento, el odio y el rencor tienen sus propias derivaciones, su vida independiente y traicionera, y pueden reaparecer al menor descuido. Por eso digo que despojarse de esos vicios amarillos exige una enorme cantidad de buena voluntad, y la buena voluntad es una gimnasia que ha de ejercerse cotidianamente. Lo recomiendo, me lo recomiendo. Es una gimnasia que también requiere paciencia, porque a veces el rencor nace del insulto ajeno, y lo natural --lo animal-- es responder con la misma moneda. Y no se debe responder con la misma moneda, ni siquiera cuando el recuerdo está saturado de ofensa. Y por hoy basta de sermón, amigos.
Primer aniversario del accidente de Spanair SUPERVIVIENTES Y FAMILIARES PIDEN NUEVOS PROTOCOLOS Y MÁS SEGURIDAD
Primer aniverPrimer aniversario del accidente de Spanair SUPERVIVIENTES Y FAMILIARES PIDEN NUEVOS PROTOCOLOS Y MÁS SEGURIDAD
"De noche me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado"
Loreto González salió viva del avión en que murió su hija. Hoy ruega desde la asociación de víctimas que se aclare qué pasó en el único minuto del vuelo JK-5022
NATALIA JUNQUERA - Madrid - 16/08/2009
"Ojalá hubiera sido al revés". Loreto González Cabañas, de 55 años, pasó seis semanas en coma. Cuando despertó supo que su única hija, Clara, de 23, había muerto en el mismo avión del que ella había salido milagrosamente con vida. Es una de las 18 supervivientes del MD-82 de Spanair que el 20 de agosto del año pasado se estrelló en Barajas llevándose por delante la vida de 154 personas, entre ellos 17 niños y dos bebés. Hoy Loreto sigue de baja y en rehabilitación. "Un psicólogo me ayuda a aprender a vivir una vida que se parezca a la normal", afirma. Y un pensamiento la atormenta todavía: "Por las noches me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado".
Homenajes
Spanair se deshará de casi todos sus MD en 2010 por "rentabilidad"
"El accidente de Barajas podría haberse evitado"
EE UU cambia 22 años después de un accidente la ley de alarmas en aviones
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"La ayuda tardó demasiado en llegar. Yo estoy viva porque soy médico"
Spanair ha pagado 25.000 euros a las familias y negocia la indemnización final
Está convencida de que ese no es el caso de su hija -"Ella iba sentada en la fila veintitantos, y su cuerpo debió volatilizarse. Yo iba en la fila dos, en primera, porque cerré mi billete para acompañarla más tarde. No pudieron sentarnos juntas"- pero sí el de otros pasajeros. "Los equipos de rescate tardaron demasiado en llegar. Y así se lo he dicho al juez".
Loreto ha vuelto a volar acompañada por un psicólogo y algo de medicación. Dice que no tiene miedo a los aviones, pero sí a revivir el accidente, aunque no le haga falta subir a uno para hacerlo. "Para mí es como si hubiera sido anteayer. Lo recuerdo perfectamente. Quisimos bajarnos y no nos dejaron. El avión se levantó muy poco, como unos 30 metros, empezó a dar bandazos y chocó contra el suelo. Yo choqué contra el asiento de delante. Me partí la cara, nueve costillas, los brazos y las piernas por varios sitios. El impacto me hundió el esternón. Caí al suelo y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, a los pocos minutos, supe que me estaba muriendo".
Loreto es médico. Por eso supo que tenía un hemotórax, que la sangre inundaba sus pulmones y que, o la atendían enseguida, o moriría. "Fui plenamente consciente de lo que me pasaba y del tiempo que pasó hasta que llegaron los equipos de emergencia. Mi reloj seguía funcionando. Tardaron más de 30 minutos. ¡Y el avión se había caído en la misma pista del aeropuerto de Barajas! ¿Cómo es posible? Yo estoy viva porque me autodiagnostiqué y en cuanto llegaron los equipos de emergencia les dije que me pincharan enseguida. Si hubieran tardado cinco minutos más, habría muerto. Por eso creo que mucha más gente pudo haberse salvado si la ayuda hubiera llegado antes. Yo tengo mucha experiencia en medicina de catástrofes y sé que se gestionó mal. Por eso espero que esto sirva para cambiar los protocolos de emergencia si hace falta. Es lo único que puedo hacer ya por mi hija: evitar que haya muerto en vano".
Los supervivientes y los familiares de las víctimas se han unido en una asociación con ese mismo propósito. "Que este dolor no lo tenga que sufrir nadie más", explica José Pablo Flores, de 30 años, que salió vivo de aquel avión, pero que no olvida a su hermana, de 28, muerta en el accidente. "Queremos que mejore la seguridad aérea, que aumente el número de funcionarios que realizan inspecciones; que los organismos de investigación oficiales tengan más recursos para llevar a cabo su labor; que mejore la formación de los pilotos y mecánicos, que tengan más tiempo para revisar los aparatos y que las compañías aéreas informen a los clientes de qué tipo de avión van a utilizar, la antigüedad, las revisiones que ha pasado y la preparación de la tripulación".
Siguen dándole muchas vueltas. "Mi cabeza no ha parado de pensar lo que ocurrió ese día: 'ojalá el avión se hubiera levantado, ojalá nos hubieran cambiado de avión...", confiesa José Pablo. Las víctimas han aprendido tanto como han podido sobre MD-82, flaps, reversa... y han contratado a técnicos en aviación para saber a qué atenerse. "Trabajamos con ingenieros, médicos, policías y otros profesionales", cuenta José Pablo para tratar de averiguar y corregir lo que falló aquel día.
"El avión se deshizo como una tarta partida en 1.000 pedazos", recuerda Loreto, "porque cayó al lado de un barranco, en medio de un arroyo y cerca de una arboleda. Sé que es legal, pero si hubiera caído en una superficie llana, el impacto habría sido menor. ¿Y cómo es posible que la torre de control se enterara por una llamada del 112 de que había un avión estrellado en la pista?".
Los supervivientes y las familias de los fallecidos, han recibido de Spanair un anticipo de 25.000 euros de indemnización. Todos, excepto los familiares de los tres pilotos, que aún no han recibido nada, "por causas ajenas a los abogados", según un portavoz de la compañía. El pasado julio, intentando adelantase al fallo del juez que instruye el caso, Spanair empezó a negociar con las familias las indemnizaciones finales con un máximo de 100.000 euros para cada una, informa Santiago Gimeno.
Además, varios familiares han denunciado al fabricante, Boeing, por no haber hecho todo lo posible por evitar la tragedia. EE UU recomendó a la empresa que mejorara el sistema de alarma de configuración del despegue (lo que parece que falló en el MD siniestrado en Barajas) después de un accidente muy similar en Detroit en 1987. McDonnell Douglas, luego comprada por Boeing, no lo hizo. La comisión que investiga el accidente de Madrid también recomendó en febrero a Boeing que mejorara sus manuales de mantenimiento.
Familiares y supervivientes se preparan para volver al lugar de la tragedia este jueves, donde tendrá lugar un acto de homenaje a las víctimas. Se cumple un año y su impaciencia aumenta al tiempo que se reducen las atenciones. "Spanair las ha ido disminuyendo poco a poco. Muchas familias empezaron recibiendo ayuda de psicólogos contratados por la compañía, pero el número de sesiones llegó hasta 10 y muchas se quedaron sin esa ayuda", lamenta José Pablo, que sí quiere agradecer el apoyo del Cabildo de Gran Canaria -ha cedido un local para que se reúnan-, la delegación del Gobierno en Canarias -les ha seguido dando atención psicológica- o AENA, que ha organizado los actos por el aniversario. La Comunidad de Madrid, a la que solicitaron un local para la sede de la asociación, no les ha contestado. El ayuntamiento ha levantado un monumento a las víctimas en el parque Juan Carlos I.
El jueves se descubrirá una losa de piedra con sus nombres en el aeropuerto de Barajas. Otra placa será colocada en el lugar del accidente con una frase escogida entre los familiares de todas las víctimas: "Lejos, pero siempre vivos en nuestros corazones".
Ayer esperaban con ansia un informe definitivo de la comisión de investigación del accidente, -que deben entregarles al cumplirse un año de la tragedia-. En él, Loreto confía en poder leer la respuesta a una pregunta - "¿Por qué murió mi hija?"- para evitarles a otros lo que ella ha sufrido.
sario del accidente de Spanair SUPERVIVIENTES Y FAMILIARES PIDEN NUEVOS PROTOCOLOS Y MÁS SEGURIDAD
"De noche me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado"
Loreto González salió viva del avión en que murió su hija. Hoy ruega desde la asociación de víctimas que se aclare qué pasó en el único minuto del vuelo JK-5022
NATALIA JUNQUERA - Madrid - 16/08/2009
Vota Resultado 27 votos Comentarios - 7
"Ojalá hubiera sido al revés". Loreto González Cabañas, de 55 años, pasó seis semanas en coma. Cuando despertó supo que su única hija, Clara, de 23, había muerto en el mismo avión del que ella había salido milagrosamente con vida. Es una de las 18 supervivientes del MD-82 de Spanair que el 20 de agosto del año pasado se estrelló en Barajas llevándose por delante la vida de 154 personas, entre ellos 17 niños y dos bebés. Hoy Loreto sigue de baja y en rehabilitación. "Un psicólogo me ayuda a aprender a vivir una vida que se parezca a la normal", afirma. Y un pensamiento la atormenta todavía: "Por las noches me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado".
Homenajes
Spanair se deshará de casi todos sus MD en 2010 por "rentabilidad"
"El accidente de Barajas podría haberse evitado"
EE UU cambia 22 años después de un accidente la ley de alarmas en aviones
"La ayuda tardó demasiado en llegar. Yo estoy viva porque soy médico"
Spanair ha pagado 25.000 euros a las familias y negocia la indemnización final
Está convencida de que ese no es el caso de su hija -"Ella iba sentada en la fila veintitantos, y su cuerpo debió volatilizarse. Yo iba en la fila dos, en primera, porque cerré mi billete para acompañarla más tarde. No pudieron sentarnos juntas"- pero sí el de otros pasajeros. "Los equipos de rescate tardaron demasiado en llegar. Y así se lo he dicho al juez".
Loreto ha vuelto a volar acompañada por un psicólogo y algo de medicación. Dice que no tiene miedo a los aviones, pero sí a revivir el accidente, aunque no le haga falta subir a uno para hacerlo. "Para mí es como si hubiera sido anteayer. Lo recuerdo perfectamente. Quisimos bajarnos y no nos dejaron. El avión se levantó muy poco, como unos 30 metros, empezó a dar bandazos y chocó contra el suelo. Yo choqué contra el asiento de delante. Me partí la cara, nueve costillas, los brazos y las piernas por varios sitios. El impacto me hundió el esternón. Caí al suelo y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, a los pocos minutos, supe que me estaba muriendo".
Loreto es médico. Por eso supo que tenía un hemotórax, que la sangre inundaba sus pulmones y que, o la atendían enseguida, o moriría. "Fui plenamente consciente de lo que me pasaba y del tiempo que pasó hasta que llegaron los equipos de emergencia. Mi reloj seguía funcionando. Tardaron más de 30 minutos. ¡Y el avión se había caído en la misma pista del aeropuerto de Barajas! ¿Cómo es posible? Yo estoy viva porque me autodiagnostiqué y en cuanto llegaron los equipos de emergencia les dije que me pincharan enseguida. Si hubieran tardado cinco minutos más, habría muerto. Por eso creo que mucha más gente pudo haberse salvado si la ayuda hubiera llegado antes. Yo tengo mucha experiencia en medicina de catástrofes y sé que se gestionó mal. Por eso espero que esto sirva para cambiar los protocolos de emergencia si hace falta. Es lo único que puedo hacer ya por mi hija: evitar que haya muerto en vano".
Los supervivientes y los familiares de las víctimas se han unido en una asociación con ese mismo propósito. "Que este dolor no lo tenga que sufrir nadie más", explica José Pablo Flores, de 30 años, que salió vivo de aquel avión, pero que no olvida a su hermana, de 28, muerta en el accidente. "Queremos que mejore la seguridad aérea, que aumente el número de funcionarios que realizan inspecciones; que los organismos de investigación oficiales tengan más recursos para llevar a cabo su labor; que mejore la formación de los pilotos y mecánicos, que tengan más tiempo para revisar los aparatos y que las compañías aéreas informen a los clientes de qué tipo de avión van a utilizar, la antigüedad, las revisiones que ha pasado y la preparación de la tripulación".
Siguen dándole muchas vueltas. "Mi cabeza no ha parado de pensar lo que ocurrió ese día: 'ojalá el avión se hubiera levantado, ojalá nos hubieran cambiado de avión...", confiesa José Pablo. Las víctimas han aprendido tanto como han podido sobre MD-82, flaps, reversa... y han contratado a técnicos en aviación para saber a qué atenerse. "Trabajamos con ingenieros, médicos, policías y otros profesionales", cuenta José Pablo para tratar de averiguar y corregir lo que falló aquel día.
"El avión se deshizo como una tarta partida en 1.000 pedazos", recuerda Loreto, "porque cayó al lado de un barranco, en medio de un arroyo y cerca de una arboleda. Sé que es legal, pero si hubiera caído en una superficie llana, el impacto habría sido menor. ¿Y cómo es posible que la torre de control se enterara por una llamada del 112 de que había un avión estrellado en la pista?".
Los supervivientes y las familias de los fallecidos, han recibido de Spanair un anticipo de 25.000 euros de indemnización. Todos, excepto los familiares de los tres pilotos, que aún no han recibido nada, "por causas ajenas a los abogados", según un portavoz de la compañía. El pasado julio, intentando adelantase al fallo del juez que instruye el caso, Spanair empezó a negociar con las familias las indemnizaciones finales con un máximo de 100.000 euros para cada una, informa Santiago Gimeno.
Además, varios familiares han denunciado al fabricante, Boeing, por no haber hecho todo lo posible por evitar la tragedia. EE UU recomendó a la empresa que mejorara el sistema de alarma de configuración del despegue (lo que parece que falló en el MD siniestrado en Barajas) después de un accidente muy similar en Detroit en 1987. McDonnell Douglas, luego comprada por Boeing, no lo hizo. La comisión que investiga el accidente de Madrid también recomendó en febrero a Boeing que mejorara sus manuales de mantenimiento.
Familiares y supervivientes se preparan para volver al lugar de la tragedia este jueves, donde tendrá lugar un acto de homenaje a las víctimas. Se cumple un año y su impaciencia aumenta al tiempo que se reducen las atenciones. "Spanair las ha ido disminuyendo poco a poco. Muchas familias empezaron recibiendo ayuda de psicólogos contratados por la compañía, pero el número de sesiones llegó hasta 10 y muchas se quedaron sin esa ayuda", lamenta José Pablo, que sí quiere agradecer el apoyo del Cabildo de Gran Canaria -ha cedido un local para que se reúnan-, la delegación del Gobierno en Canarias -les ha seguido dando atención psicológica- o AENA, que ha organizado los actos por el aniversario. La Comunidad de Madrid, a la que solicitaron un local para la sede de la asociación, no les ha contestado. El ayuntamiento ha levantado un monumento a las víctimas en el parque Juan Carlos I.
El jueves se descubrirá una losa de piedra con sus nombres en el aeropuerto de Barajas. Otra placa será colocada en el lugar del accidente con una frase escogida entre los familiares de todas las víctimas: "Lejos, pero siempre vivos en nuestros corazones".
Ayer esperaban con ansia un informe definitivo de la comisión de investigación del accidente, -que deben entregarles al cumplirse un año de la tragedia-. En él, Loreto confía en poder leer la respuesta a una pregunta - "¿Por qué murió mi hija?"- para evitarles a otros lo que ella ha sufrido.
Clara, su hija, fue compañera de estudios de mi sobrino, In memoriam.
Loreto estuvo entre la vida y la muerte mucho tiempo, familiar de un amigo desde pequeños.
"De noche me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado"
Loreto González salió viva del avión en que murió su hija. Hoy ruega desde la asociación de víctimas que se aclare qué pasó en el único minuto del vuelo JK-5022
NATALIA JUNQUERA - Madrid - 16/08/2009
"Ojalá hubiera sido al revés". Loreto González Cabañas, de 55 años, pasó seis semanas en coma. Cuando despertó supo que su única hija, Clara, de 23, había muerto en el mismo avión del que ella había salido milagrosamente con vida. Es una de las 18 supervivientes del MD-82 de Spanair que el 20 de agosto del año pasado se estrelló en Barajas llevándose por delante la vida de 154 personas, entre ellos 17 niños y dos bebés. Hoy Loreto sigue de baja y en rehabilitación. "Un psicólogo me ayuda a aprender a vivir una vida que se parezca a la normal", afirma. Y un pensamiento la atormenta todavía: "Por las noches me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado".
Homenajes
Spanair se deshará de casi todos sus MD en 2010 por "rentabilidad"
"El accidente de Barajas podría haberse evitado"
EE UU cambia 22 años después de un accidente la ley de alarmas en aviones
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"La ayuda tardó demasiado en llegar. Yo estoy viva porque soy médico"
Spanair ha pagado 25.000 euros a las familias y negocia la indemnización final
Está convencida de que ese no es el caso de su hija -"Ella iba sentada en la fila veintitantos, y su cuerpo debió volatilizarse. Yo iba en la fila dos, en primera, porque cerré mi billete para acompañarla más tarde. No pudieron sentarnos juntas"- pero sí el de otros pasajeros. "Los equipos de rescate tardaron demasiado en llegar. Y así se lo he dicho al juez".
Loreto ha vuelto a volar acompañada por un psicólogo y algo de medicación. Dice que no tiene miedo a los aviones, pero sí a revivir el accidente, aunque no le haga falta subir a uno para hacerlo. "Para mí es como si hubiera sido anteayer. Lo recuerdo perfectamente. Quisimos bajarnos y no nos dejaron. El avión se levantó muy poco, como unos 30 metros, empezó a dar bandazos y chocó contra el suelo. Yo choqué contra el asiento de delante. Me partí la cara, nueve costillas, los brazos y las piernas por varios sitios. El impacto me hundió el esternón. Caí al suelo y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, a los pocos minutos, supe que me estaba muriendo".
Loreto es médico. Por eso supo que tenía un hemotórax, que la sangre inundaba sus pulmones y que, o la atendían enseguida, o moriría. "Fui plenamente consciente de lo que me pasaba y del tiempo que pasó hasta que llegaron los equipos de emergencia. Mi reloj seguía funcionando. Tardaron más de 30 minutos. ¡Y el avión se había caído en la misma pista del aeropuerto de Barajas! ¿Cómo es posible? Yo estoy viva porque me autodiagnostiqué y en cuanto llegaron los equipos de emergencia les dije que me pincharan enseguida. Si hubieran tardado cinco minutos más, habría muerto. Por eso creo que mucha más gente pudo haberse salvado si la ayuda hubiera llegado antes. Yo tengo mucha experiencia en medicina de catástrofes y sé que se gestionó mal. Por eso espero que esto sirva para cambiar los protocolos de emergencia si hace falta. Es lo único que puedo hacer ya por mi hija: evitar que haya muerto en vano".
Los supervivientes y los familiares de las víctimas se han unido en una asociación con ese mismo propósito. "Que este dolor no lo tenga que sufrir nadie más", explica José Pablo Flores, de 30 años, que salió vivo de aquel avión, pero que no olvida a su hermana, de 28, muerta en el accidente. "Queremos que mejore la seguridad aérea, que aumente el número de funcionarios que realizan inspecciones; que los organismos de investigación oficiales tengan más recursos para llevar a cabo su labor; que mejore la formación de los pilotos y mecánicos, que tengan más tiempo para revisar los aparatos y que las compañías aéreas informen a los clientes de qué tipo de avión van a utilizar, la antigüedad, las revisiones que ha pasado y la preparación de la tripulación".
Siguen dándole muchas vueltas. "Mi cabeza no ha parado de pensar lo que ocurrió ese día: 'ojalá el avión se hubiera levantado, ojalá nos hubieran cambiado de avión...", confiesa José Pablo. Las víctimas han aprendido tanto como han podido sobre MD-82, flaps, reversa... y han contratado a técnicos en aviación para saber a qué atenerse. "Trabajamos con ingenieros, médicos, policías y otros profesionales", cuenta José Pablo para tratar de averiguar y corregir lo que falló aquel día.
"El avión se deshizo como una tarta partida en 1.000 pedazos", recuerda Loreto, "porque cayó al lado de un barranco, en medio de un arroyo y cerca de una arboleda. Sé que es legal, pero si hubiera caído en una superficie llana, el impacto habría sido menor. ¿Y cómo es posible que la torre de control se enterara por una llamada del 112 de que había un avión estrellado en la pista?".
Los supervivientes y las familias de los fallecidos, han recibido de Spanair un anticipo de 25.000 euros de indemnización. Todos, excepto los familiares de los tres pilotos, que aún no han recibido nada, "por causas ajenas a los abogados", según un portavoz de la compañía. El pasado julio, intentando adelantase al fallo del juez que instruye el caso, Spanair empezó a negociar con las familias las indemnizaciones finales con un máximo de 100.000 euros para cada una, informa Santiago Gimeno.
Además, varios familiares han denunciado al fabricante, Boeing, por no haber hecho todo lo posible por evitar la tragedia. EE UU recomendó a la empresa que mejorara el sistema de alarma de configuración del despegue (lo que parece que falló en el MD siniestrado en Barajas) después de un accidente muy similar en Detroit en 1987. McDonnell Douglas, luego comprada por Boeing, no lo hizo. La comisión que investiga el accidente de Madrid también recomendó en febrero a Boeing que mejorara sus manuales de mantenimiento.
Familiares y supervivientes se preparan para volver al lugar de la tragedia este jueves, donde tendrá lugar un acto de homenaje a las víctimas. Se cumple un año y su impaciencia aumenta al tiempo que se reducen las atenciones. "Spanair las ha ido disminuyendo poco a poco. Muchas familias empezaron recibiendo ayuda de psicólogos contratados por la compañía, pero el número de sesiones llegó hasta 10 y muchas se quedaron sin esa ayuda", lamenta José Pablo, que sí quiere agradecer el apoyo del Cabildo de Gran Canaria -ha cedido un local para que se reúnan-, la delegación del Gobierno en Canarias -les ha seguido dando atención psicológica- o AENA, que ha organizado los actos por el aniversario. La Comunidad de Madrid, a la que solicitaron un local para la sede de la asociación, no les ha contestado. El ayuntamiento ha levantado un monumento a las víctimas en el parque Juan Carlos I.
El jueves se descubrirá una losa de piedra con sus nombres en el aeropuerto de Barajas. Otra placa será colocada en el lugar del accidente con una frase escogida entre los familiares de todas las víctimas: "Lejos, pero siempre vivos en nuestros corazones".
Ayer esperaban con ansia un informe definitivo de la comisión de investigación del accidente, -que deben entregarles al cumplirse un año de la tragedia-. En él, Loreto confía en poder leer la respuesta a una pregunta - "¿Por qué murió mi hija?"- para evitarles a otros lo que ella ha sufrido.
sario del accidente de Spanair SUPERVIVIENTES Y FAMILIARES PIDEN NUEVOS PROTOCOLOS Y MÁS SEGURIDAD
"De noche me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado"
Loreto González salió viva del avión en que murió su hija. Hoy ruega desde la asociación de víctimas que se aclare qué pasó en el único minuto del vuelo JK-5022
NATALIA JUNQUERA - Madrid - 16/08/2009
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"Ojalá hubiera sido al revés". Loreto González Cabañas, de 55 años, pasó seis semanas en coma. Cuando despertó supo que su única hija, Clara, de 23, había muerto en el mismo avión del que ella había salido milagrosamente con vida. Es una de las 18 supervivientes del MD-82 de Spanair que el 20 de agosto del año pasado se estrelló en Barajas llevándose por delante la vida de 154 personas, entre ellos 17 niños y dos bebés. Hoy Loreto sigue de baja y en rehabilitación. "Un psicólogo me ayuda a aprender a vivir una vida que se parezca a la normal", afirma. Y un pensamiento la atormenta todavía: "Por las noches me asalta la sospecha de que más gente pudo haberse salvado".
Homenajes
Spanair se deshará de casi todos sus MD en 2010 por "rentabilidad"
"El accidente de Barajas podría haberse evitado"
EE UU cambia 22 años después de un accidente la ley de alarmas en aviones
"La ayuda tardó demasiado en llegar. Yo estoy viva porque soy médico"
Spanair ha pagado 25.000 euros a las familias y negocia la indemnización final
Está convencida de que ese no es el caso de su hija -"Ella iba sentada en la fila veintitantos, y su cuerpo debió volatilizarse. Yo iba en la fila dos, en primera, porque cerré mi billete para acompañarla más tarde. No pudieron sentarnos juntas"- pero sí el de otros pasajeros. "Los equipos de rescate tardaron demasiado en llegar. Y así se lo he dicho al juez".
Loreto ha vuelto a volar acompañada por un psicólogo y algo de medicación. Dice que no tiene miedo a los aviones, pero sí a revivir el accidente, aunque no le haga falta subir a uno para hacerlo. "Para mí es como si hubiera sido anteayer. Lo recuerdo perfectamente. Quisimos bajarnos y no nos dejaron. El avión se levantó muy poco, como unos 30 metros, empezó a dar bandazos y chocó contra el suelo. Yo choqué contra el asiento de delante. Me partí la cara, nueve costillas, los brazos y las piernas por varios sitios. El impacto me hundió el esternón. Caí al suelo y perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, a los pocos minutos, supe que me estaba muriendo".
Loreto es médico. Por eso supo que tenía un hemotórax, que la sangre inundaba sus pulmones y que, o la atendían enseguida, o moriría. "Fui plenamente consciente de lo que me pasaba y del tiempo que pasó hasta que llegaron los equipos de emergencia. Mi reloj seguía funcionando. Tardaron más de 30 minutos. ¡Y el avión se había caído en la misma pista del aeropuerto de Barajas! ¿Cómo es posible? Yo estoy viva porque me autodiagnostiqué y en cuanto llegaron los equipos de emergencia les dije que me pincharan enseguida. Si hubieran tardado cinco minutos más, habría muerto. Por eso creo que mucha más gente pudo haberse salvado si la ayuda hubiera llegado antes. Yo tengo mucha experiencia en medicina de catástrofes y sé que se gestionó mal. Por eso espero que esto sirva para cambiar los protocolos de emergencia si hace falta. Es lo único que puedo hacer ya por mi hija: evitar que haya muerto en vano".
Los supervivientes y los familiares de las víctimas se han unido en una asociación con ese mismo propósito. "Que este dolor no lo tenga que sufrir nadie más", explica José Pablo Flores, de 30 años, que salió vivo de aquel avión, pero que no olvida a su hermana, de 28, muerta en el accidente. "Queremos que mejore la seguridad aérea, que aumente el número de funcionarios que realizan inspecciones; que los organismos de investigación oficiales tengan más recursos para llevar a cabo su labor; que mejore la formación de los pilotos y mecánicos, que tengan más tiempo para revisar los aparatos y que las compañías aéreas informen a los clientes de qué tipo de avión van a utilizar, la antigüedad, las revisiones que ha pasado y la preparación de la tripulación".
Siguen dándole muchas vueltas. "Mi cabeza no ha parado de pensar lo que ocurrió ese día: 'ojalá el avión se hubiera levantado, ojalá nos hubieran cambiado de avión...", confiesa José Pablo. Las víctimas han aprendido tanto como han podido sobre MD-82, flaps, reversa... y han contratado a técnicos en aviación para saber a qué atenerse. "Trabajamos con ingenieros, médicos, policías y otros profesionales", cuenta José Pablo para tratar de averiguar y corregir lo que falló aquel día.
"El avión se deshizo como una tarta partida en 1.000 pedazos", recuerda Loreto, "porque cayó al lado de un barranco, en medio de un arroyo y cerca de una arboleda. Sé que es legal, pero si hubiera caído en una superficie llana, el impacto habría sido menor. ¿Y cómo es posible que la torre de control se enterara por una llamada del 112 de que había un avión estrellado en la pista?".
Los supervivientes y las familias de los fallecidos, han recibido de Spanair un anticipo de 25.000 euros de indemnización. Todos, excepto los familiares de los tres pilotos, que aún no han recibido nada, "por causas ajenas a los abogados", según un portavoz de la compañía. El pasado julio, intentando adelantase al fallo del juez que instruye el caso, Spanair empezó a negociar con las familias las indemnizaciones finales con un máximo de 100.000 euros para cada una, informa Santiago Gimeno.
Además, varios familiares han denunciado al fabricante, Boeing, por no haber hecho todo lo posible por evitar la tragedia. EE UU recomendó a la empresa que mejorara el sistema de alarma de configuración del despegue (lo que parece que falló en el MD siniestrado en Barajas) después de un accidente muy similar en Detroit en 1987. McDonnell Douglas, luego comprada por Boeing, no lo hizo. La comisión que investiga el accidente de Madrid también recomendó en febrero a Boeing que mejorara sus manuales de mantenimiento.
Familiares y supervivientes se preparan para volver al lugar de la tragedia este jueves, donde tendrá lugar un acto de homenaje a las víctimas. Se cumple un año y su impaciencia aumenta al tiempo que se reducen las atenciones. "Spanair las ha ido disminuyendo poco a poco. Muchas familias empezaron recibiendo ayuda de psicólogos contratados por la compañía, pero el número de sesiones llegó hasta 10 y muchas se quedaron sin esa ayuda", lamenta José Pablo, que sí quiere agradecer el apoyo del Cabildo de Gran Canaria -ha cedido un local para que se reúnan-, la delegación del Gobierno en Canarias -les ha seguido dando atención psicológica- o AENA, que ha organizado los actos por el aniversario. La Comunidad de Madrid, a la que solicitaron un local para la sede de la asociación, no les ha contestado. El ayuntamiento ha levantado un monumento a las víctimas en el parque Juan Carlos I.
El jueves se descubrirá una losa de piedra con sus nombres en el aeropuerto de Barajas. Otra placa será colocada en el lugar del accidente con una frase escogida entre los familiares de todas las víctimas: "Lejos, pero siempre vivos en nuestros corazones".
Ayer esperaban con ansia un informe definitivo de la comisión de investigación del accidente, -que deben entregarles al cumplirse un año de la tragedia-. En él, Loreto confía en poder leer la respuesta a una pregunta - "¿Por qué murió mi hija?"- para evitarles a otros lo que ella ha sufrido.
Clara, su hija, fue compañera de estudios de mi sobrino, In memoriam.
Loreto estuvo entre la vida y la muerte mucho tiempo, familiar de un amigo desde pequeños.
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