¿Es por sabiduría que uno prescinde del rencor o es casi genético?
Una amiga me pregunta, a raíz de la conversación que ayer publicó EL PAÍS con Marcos Ana, el poeta que estuvo veintitrés años en las cárceles de Franco, si es por sabiduría que uno prescinde del rencor o si ese despojo del rencor es casi genético. No soy un experto, pero ya tengo años como para tener mi propia respuesta. Yo creo que despojarse del rencor responde a una voluntad, es decir, a una gimnasia; lo natural, acaso lo genético, es el rencor, el mal recuerdo, el recuerdo no resuelto; rencor es desearle al otro el mal que te hizo, o desear que el otro sufra el mal que tú padeces. Para resolver eso hace falta gimnasia de buena voluntad, y eso se aprende.
Acaso el ser humano, animal al fin y al cabo, nace ya teniendo en su alma, o en su recuerdo, alguna parcela de odio, o de rencor, que viene a ser el odio muy elaborado, el odio que busca su justificación en el mal recuerdo.
Por lo que a mi respecta, sé que en mi casa hubo muchas razones para tener malos recuerdos, pero he escrito ya, y lo recuerdo muy bien, qué clase de ejercicios, de silencio, sobre todo, se hicieron en casa para que esas razones del rencor no anidaran en otros. Decía Marcos Ana en la conversación publicada ayer que él lucharía, como muchos de los suyos, para que lo que él sufrió y sufrieron otros en la cárcel no lo sufrieran ni sus torturadores. Creo que lo natural --lo animal-- hubiera sido que Marcos Ana saliera odiando de la cárcel.
Se salvó de la peor enfermedad espiritual, a mi parecer, leyendo, ejercitando la comprensión, entendiendo a los demás, también a los que no quería. Ya he citado aquí aquella frase de Albert Camus sobre su infancia ("el sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento"). No es una tarea que acabe. El resentimiento, el odio y el rencor tienen sus propias derivaciones, su vida independiente y traicionera, y pueden reaparecer al menor descuido. Por eso digo que despojarse de esos vicios amarillos exige una enorme cantidad de buena voluntad, y la buena voluntad es una gimnasia que ha de ejercerse cotidianamente. Lo recomiendo, me lo recomiendo. Es una gimnasia que también requiere paciencia, porque a veces el rencor nace del insulto ajeno, y lo natural --lo animal-- es responder con la misma moneda. Y no se debe responder con la misma moneda, ni siquiera cuando el recuerdo está saturado de ofensa. Y por hoy basta de sermón, amigos.
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