Hay días en los que la lejanía toma una densidad masticable.
Y la espera se hace dolorosa.
Hay veces que te alejas
cuando avistado el barco te llamo por tu nombre,
te agito la mano y te digo que me mires.
Entonces cambias de rumbo.
Y es entonces, cuando me derrumbo.
Cae la noche y en la angustia
no pierdo la esperanza.
Nunca perderé la esperanza.
15 ago 2009
El género abandonado: La Comedia
El género abandonado
JAVIER MARÍAS 15/08/2009
La comedia no goza de buena reputación en el cine contemporáneo, frente al aplaudido exceso de dramas. También se pueden tratar asuntos serios con gracia.
Pese a ser libros graciosos algunas de las obras maestras indiscutidas de la literatura universal -El Quijote, Tristram Shandy, El sueño de una noche de verano, Alicia en el País de las Maravillas y hasta Los viajes de Gulliver-, el humor y la comedia no gozan de mucha reputación entre los críticos y estudiosos actuales.
Es como si cualquier asunto, por importante que sea, resulte "rebajado" si es acometido con ligereza y con ironía y sin aspavientos, y en cambio el tono grave y campanudo venga inmediatamente premiado, aunque los asuntos que con él se traten sean baladíes o trillados o impostados. Lo peor -lo que hace pensar que estamos ante una tendencia general de nuestro tiempo, que no se limita a lo literario- es que con el cine ocurre lo mismo. Es sorprendente comprobar cómo en una época que se presume menos ingenua que cualquier otra anterior -bueno, el presente siempre cree eso-, los críticos y los espectadores son más fáciles de engañar que nunca, y cómo el "gesto" de los autores -sean literarios o cineastas- acaba predominando sobre lo que en verdad dicen sus obras. Alguien presenta su nueva película como "muy profunda" o "muy desgarrada", como "coral y mestiza", como una "denuncia" de esto o lo otro, como "una reflexión sobre las miserias del ser humano contemporáneo", y acto seguido parece como si casi nadie fuera capaz de distinguir lo anunciado por ese autor de lo que contempla luego en la pantalla. Se supone que la misión de los críticos es justamente esa, distinguir sin dejarse persuadir por la grandilocuencia, pero ya casi nunca lo logran. Si una película tiene el ademán ampuloso, o se ocupa con enorme solemnidad de un tema "serio" -el paro, el maltrato a las mujeres, la explotación de los países pobres, el Holocausto, la eutanasia, algo social a poder ser-, al instante se califica tal película con dos de los adjetivos más falaces y tontos de cuantos se tienen a mano, a saber: "necesaria" e "imprescindible". Falaces y tontos porque no hay ninguna obra de arte -ni siquiera del pasado- que sea una cosa ni la otra. Es cierto que el mundo no sería el mismo si no hubiera habido literatura ni cine, pero sí lo sería si no hubiera existido la obra de cualquier autor determinado, con las posibles excepciones -sólo posibles- de Shakespeare y de John Ford, los cuales, dicho sea de paso, cultivaron la comedia, y no sólo como género, sino que la hicieron aparecer también, aquí y allí, en sus mayores tragedias. O, expresado de otro modo, nunca se permitieron presentar éstas con el gesto ampuloso. El que es bueno de verdad nunca lo necesita. Sólo lo necesita el farsante.
'El arte de la comedia'
El suplemento cultural de El País reconoce la necesidad de reír en el cine de la mano de Javier Marías -
Ahora pasan por comedias obras que carecen de varios de los elementos del género: elegancia, ausencia de subrayados y alegría
Hay comedias que dejan huella. Uno las ve con una sonrisa emocionada. ¿Hace cuánto tiempo que eso no nos sucede?
Se aplauden incondicionalmente películas solemnes y huecas como las de Lars von Trier o González Iñárritu o hace ya más años la horrenda El piano de Jane Campion, por no hablar de españolas como Mar adentro, Los lunes al sol o alguna de Medem, y las loas son tan unánimes y conminatorias que quien no se suma a ellas es visto como un hereje.
Les llueven los premios y el reconocimiento, por lo que no es nada extraño que los cineastas con ambiciones artísticas no se atrevan a rodar jamás una comedia. Las que se hacen son estrictamente comerciales, facilonas y chuscas, es decir, sin ambiciones, cosa que sí tenían las comedias clásicas auténticas, las de Billy Wilder y Lubitsch y Capra, las de Donen y Cukor y Minnelli y Edwards, las de Hawks y Leisen y Chaplin, las de Dino Risi y Comencini en Italia, las de Mackendrick y Crichton en Inglaterra, las de Berlanga y Ferreri en España. Las suyas son comedias profundas, si la combinación es aceptable -y no veo por qué no-, que maravillan por su ingenio y su ritmo y su gracia, pero que además no se olvidan nada más salir de la sala.
El apartamento y Primera plana y El bazar de las sorpresas, Ser o no ser y La fiera de mi niña y Luna nueva, Desayuno con diamantes y Mi desconfiada esposa y Página en blanco, La escapada y Todos a casa, El verdugo y Bienvenido, Mr. Marshall, todas ellas dejan huella y emocionan, a la vez que divierten sin cesar y arrancan de vez en cuando la carcajada. Uno las ve con una sonrisa en el rostro, pero es una sonrisa emocionada. ¿Hace cuánto tiempo que eso no nos sucede? Extrañamente, sólo hay retazos de aquello en películas con cierto humor de mala sombra, como algunas de Tarantino o de los hermanos Coen.
Ahora pasan por comedias obras que carecen enteramente de varios de los elementos característicos del género: la elegancia, la ausencia de subrayados, la sutileza, la complicidad de buena ley con el espectador, y por supuesto la alegría, aunque fuera una alegría melancólica a veces.
Pasan hoy por comedias memeces rudimentarias como Sexo en Nueva York o Guerra de novias, por mencionar dos que me he tragado hace poco, cosas amorfas y ñoñas, sin guión y sin encanto. También pasan por tales las películas que protagonizan una serie de "cómicos" detestables y sin atisbo de gracia que no comprendo cómo tienen éxito: Ben Stiller, Adam Sandler, Will Ferrell, Rob Schneider, los ya veteranos y sosísimos Steve Martin y Jim Carrey, y el más reciente y abominable, un tal Seth Rogen que al parecer hace reír a los jóvenes "modernos" (?).
Hasta Woody Allen ha recurrido a algunos de ellos en un par de ocasiones, y no sé qué es más deprimente, si tal rebajamiento o su caída en el más absoluto ridículo en cuanto ha puesto una cámara en España. Y, dicho sea de paso, es significativo que a Allen le lleguen los mayores elogios cuando se pone trascendente, como en la tramposa y autoplagiaria Match point -una pobre variación de Delitos y faltas-, y abandona la comedia.
Otro tanto puede decirse respecto a Clint Eastwood: cuanto más tremendista y afectada es la historia que cuenta, como en Mystic river o en Million dollar baby, más parabienes recibe, mientras otras películas suyas menos pretenciosas y severas y "griegas", como Deuda de sangre o Gran Torino, son despachadas como "menores" rápida y despectivamente. Parece que vivamos en un mundo pomposo y dramático y grave, en el que no tienen cabida la gracia ni la ligereza.
Nada, pues, incita a hacer comedia, menos aún alta comedia.
En cuanto un actor o una actriz interpretan un papel de loco, o de idiota, o de ciego, o de fea -si la actriz es guapa-; si hacen el histérico en la pantalla, o aparecen en ella desgarrados o histriónicos, o imitando a un borracho o a un drogadicto o a alguien real con una nariz postiza, o poniendo acentos raros, se los premia en el acto con un Oscar: es algo sabido que, cuanto peor y más exagerado y risible esté un buen actor en un film, más posibilidades tiene de llevarse la ignominiosa estatuilla.
En cambio, lo que es casi seguro es que no la conseguirá jamás nadie por su actuación en una comedia, y sólo así se explica que nunca la obtuviera uno de los mejores intérpretes de la historia, Cary Grant, y que Jack Lemmon sólo la alcanzará como principal por un pesadísimo y mediocre papel dramático: el pecado de ambos fue participar en demasiadas películas de ese género hoy casi abandonado y que sin embargo, a los que aún crecimos con él, nos enseñó algunas de las mejores lecciones. Una de ellas, por cierto, fue no ir por la vida como van tantos críticos y espectadores de este siglo nuevo -con la solemnidad pintada en la frente-, y saber que en todas las situaciones, hasta en las más tristes y dramáticas, siempre hay algo que nos hace gracia, y que así nos alivia o nos salva.
13 ago 2009
Junior y su extraña familia
Junior y su extraña familia
La información rosa está en baja. Es más: todo lo que pierde la información rosa lo ganan las páginas de sucesos. Para que se entere el jefe: me pido la crónica negra. Ahora mismo tengo un material que me quema en las manos. Teóricamente es información rosa, pero huele a chamusquina que apesta. Me refiero a la pelotera (radiada, televisada, coreada en plazas y mercados) entre Junior y su extraña familia. Y añado: pobre Rocío Dúrcal. Toda la vida cascándose la voz con los mariachis y mira cómo se lo pagan. Cría cuervos. La tele viene dando cuenta de las animadversiones que se muestran entre sí los contrincantes, aunque por decencia estética yo voy a ahorrar los detalles. Pónganse en lo peor.
El caso es que, por la naturaleza de los protagonistas, esta información pertenece al mundo rosa, pero dado el carácter abrupto de los acontecimientos, encaja más en la crónica de sucesos. En realidad cohabitan ambos géneros en uno porque se utilizan los adjetivos almibarados para relatar atrocidades.
Al grano: Junior está en Marbella, más solo que la una. Descansa en su mansión de verano, una vivienda ajada que fue escenario de la infancia de los hijos y de la que ahora es usufructuario. Desde la muerte de Rocío Dúrcal no había vuelto a poner los pies en ella. Dice Junior que el regreso al pasado ha sido muy duro para él. También en Marbella veranean sus nietos, los niños de Antonio, a los que ve furtivamente gracias a la generosidad de Edurne, su ex nuera. (No se hagan líos: en esta familia, el que no está divorciado está reñido). Al niño de su hija Carmen (que también le ha retirado los embajadores) lo ve por mediación de la contraparte, de nombre Óscar Lozano. Parece una comedia de enredos, pero es un dramón bastante feo.
(Notas en la moleskine: reencuentro con Aline Romanones, que es la jefa del hotel. Mimbres literarias. Con un marco de hotel y un personaje como Aline dentro, podría escribir una novela francesa -yo no soy francesa, pero me doy un aire-. Aline iría y vendría por el hotel proporcionando diálogo a las situaciones más inesperadas. Como ella es americana y en las novelas francesas no pegan mucho las mujeres americanas, Aline se parecería a Jeanne Moureau en la forma de hablar y diría «oui» sorbiendo aire. De vez en cuando cruzaría la escena Ira de Fürstenberg haciendo un mutis. La novela no sería coral, pero saldría gente como Raúl (del Pozo) vestido de golfista y como Gunilla vestida de Gunilla).
No hay en el panorama del couché ninguna noticia rosa que supere en surrealismo a la mujer autosecuestrada por amor. Lo cuento: una guatemalteca viajó a Barcelona para ir en pos de un ciber-novio, y cuando se le acabó la mentira para prolongar sus vacaciones, envió un sms al marido diciendo: «Me quedo porque estoy secuestrada». Después de una intensa búsqueda, la Policía encontró a la falsa secuestrada, que enredó la trueca afirmando (con dos cojones) que había sido obligada a mantener prácticas sexuales con su captor.
El cuento de la guatemalteca ha causado tanto pasmo (y admiración: si esto no es una novela, que venga Lucía Etxebarría y lo vea), como el de Patrick McDermott, que fue novio de Olivia Newton-John y desapareció de la vida de la actriz en 2005, un día que estaba pescando y se lo tragó el agua. No sólo Olivia lo echó en falta. También su ex mujer, que dejó de recibir el cheque de la pensión alimenticia. Ahora Patrick ha sido hallado en México, adonde huyó después de fingir su desaparición. El hombre dice que hoy es feliz, libre de compromisos sentimentales y económicos. Que no cante victoria.
La información rosa está en baja. Es más: todo lo que pierde la información rosa lo ganan las páginas de sucesos. Para que se entere el jefe: me pido la crónica negra. Ahora mismo tengo un material que me quema en las manos. Teóricamente es información rosa, pero huele a chamusquina que apesta. Me refiero a la pelotera (radiada, televisada, coreada en plazas y mercados) entre Junior y su extraña familia. Y añado: pobre Rocío Dúrcal. Toda la vida cascándose la voz con los mariachis y mira cómo se lo pagan. Cría cuervos. La tele viene dando cuenta de las animadversiones que se muestran entre sí los contrincantes, aunque por decencia estética yo voy a ahorrar los detalles. Pónganse en lo peor.
El caso es que, por la naturaleza de los protagonistas, esta información pertenece al mundo rosa, pero dado el carácter abrupto de los acontecimientos, encaja más en la crónica de sucesos. En realidad cohabitan ambos géneros en uno porque se utilizan los adjetivos almibarados para relatar atrocidades.
Al grano: Junior está en Marbella, más solo que la una. Descansa en su mansión de verano, una vivienda ajada que fue escenario de la infancia de los hijos y de la que ahora es usufructuario. Desde la muerte de Rocío Dúrcal no había vuelto a poner los pies en ella. Dice Junior que el regreso al pasado ha sido muy duro para él. También en Marbella veranean sus nietos, los niños de Antonio, a los que ve furtivamente gracias a la generosidad de Edurne, su ex nuera. (No se hagan líos: en esta familia, el que no está divorciado está reñido). Al niño de su hija Carmen (que también le ha retirado los embajadores) lo ve por mediación de la contraparte, de nombre Óscar Lozano. Parece una comedia de enredos, pero es un dramón bastante feo.
(Notas en la moleskine: reencuentro con Aline Romanones, que es la jefa del hotel. Mimbres literarias. Con un marco de hotel y un personaje como Aline dentro, podría escribir una novela francesa -yo no soy francesa, pero me doy un aire-. Aline iría y vendría por el hotel proporcionando diálogo a las situaciones más inesperadas. Como ella es americana y en las novelas francesas no pegan mucho las mujeres americanas, Aline se parecería a Jeanne Moureau en la forma de hablar y diría «oui» sorbiendo aire. De vez en cuando cruzaría la escena Ira de Fürstenberg haciendo un mutis. La novela no sería coral, pero saldría gente como Raúl (del Pozo) vestido de golfista y como Gunilla vestida de Gunilla).
No hay en el panorama del couché ninguna noticia rosa que supere en surrealismo a la mujer autosecuestrada por amor. Lo cuento: una guatemalteca viajó a Barcelona para ir en pos de un ciber-novio, y cuando se le acabó la mentira para prolongar sus vacaciones, envió un sms al marido diciendo: «Me quedo porque estoy secuestrada». Después de una intensa búsqueda, la Policía encontró a la falsa secuestrada, que enredó la trueca afirmando (con dos cojones) que había sido obligada a mantener prácticas sexuales con su captor.
El cuento de la guatemalteca ha causado tanto pasmo (y admiración: si esto no es una novela, que venga Lucía Etxebarría y lo vea), como el de Patrick McDermott, que fue novio de Olivia Newton-John y desapareció de la vida de la actriz en 2005, un día que estaba pescando y se lo tragó el agua. No sólo Olivia lo echó en falta. También su ex mujer, que dejó de recibir el cheque de la pensión alimenticia. Ahora Patrick ha sido hallado en México, adonde huyó después de fingir su desaparición. El hombre dice que hoy es feliz, libre de compromisos sentimentales y económicos. Que no cante victoria.
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