Junior y su extraña familia
La información rosa está en baja. Es más: todo lo que pierde la información rosa lo ganan las páginas de sucesos. Para que se entere el jefe: me pido la crónica negra. Ahora mismo tengo un material que me quema en las manos. Teóricamente es información rosa, pero huele a chamusquina que apesta. Me refiero a la pelotera (radiada, televisada, coreada en plazas y mercados) entre Junior y su extraña familia. Y añado: pobre Rocío Dúrcal. Toda la vida cascándose la voz con los mariachis y mira cómo se lo pagan. Cría cuervos. La tele viene dando cuenta de las animadversiones que se muestran entre sí los contrincantes, aunque por decencia estética yo voy a ahorrar los detalles. Pónganse en lo peor.
El caso es que, por la naturaleza de los protagonistas, esta información pertenece al mundo rosa, pero dado el carácter abrupto de los acontecimientos, encaja más en la crónica de sucesos. En realidad cohabitan ambos géneros en uno porque se utilizan los adjetivos almibarados para relatar atrocidades.
Al grano: Junior está en Marbella, más solo que la una. Descansa en su mansión de verano, una vivienda ajada que fue escenario de la infancia de los hijos y de la que ahora es usufructuario. Desde la muerte de Rocío Dúrcal no había vuelto a poner los pies en ella. Dice Junior que el regreso al pasado ha sido muy duro para él. También en Marbella veranean sus nietos, los niños de Antonio, a los que ve furtivamente gracias a la generosidad de Edurne, su ex nuera. (No se hagan líos: en esta familia, el que no está divorciado está reñido). Al niño de su hija Carmen (que también le ha retirado los embajadores) lo ve por mediación de la contraparte, de nombre Óscar Lozano. Parece una comedia de enredos, pero es un dramón bastante feo.
(Notas en la moleskine: reencuentro con Aline Romanones, que es la jefa del hotel. Mimbres literarias. Con un marco de hotel y un personaje como Aline dentro, podría escribir una novela francesa -yo no soy francesa, pero me doy un aire-. Aline iría y vendría por el hotel proporcionando diálogo a las situaciones más inesperadas. Como ella es americana y en las novelas francesas no pegan mucho las mujeres americanas, Aline se parecería a Jeanne Moureau en la forma de hablar y diría «oui» sorbiendo aire. De vez en cuando cruzaría la escena Ira de Fürstenberg haciendo un mutis. La novela no sería coral, pero saldría gente como Raúl (del Pozo) vestido de golfista y como Gunilla vestida de Gunilla).
No hay en el panorama del couché ninguna noticia rosa que supere en surrealismo a la mujer autosecuestrada por amor. Lo cuento: una guatemalteca viajó a Barcelona para ir en pos de un ciber-novio, y cuando se le acabó la mentira para prolongar sus vacaciones, envió un sms al marido diciendo: «Me quedo porque estoy secuestrada». Después de una intensa búsqueda, la Policía encontró a la falsa secuestrada, que enredó la trueca afirmando (con dos cojones) que había sido obligada a mantener prácticas sexuales con su captor.
El cuento de la guatemalteca ha causado tanto pasmo (y admiración: si esto no es una novela, que venga Lucía Etxebarría y lo vea), como el de Patrick McDermott, que fue novio de Olivia Newton-John y desapareció de la vida de la actriz en 2005, un día que estaba pescando y se lo tragó el agua. No sólo Olivia lo echó en falta. También su ex mujer, que dejó de recibir el cheque de la pensión alimenticia. Ahora Patrick ha sido hallado en México, adonde huyó después de fingir su desaparición. El hombre dice que hoy es feliz, libre de compromisos sentimentales y económicos. Que no cante victoria.
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