Si quieres estar pleno, déjate estar vacío. Si quieres renacer, déjate morir.
Si te dejas llevar como una hoja al viento, pierdes contacto con tus raíces.
Si dejas que te agite la inquietud, pierdes contacto con quien eres.
— Lao Tzu, “Tao-te king”
20 jul 2009
Entre el sí y el no de una mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría. Miguel de Cervantes
Entre el sí y el no de una mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría.
— Miguel de Cervantes y Saavedra
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Arturo Pérez Reverte: “Al final todo se sabe” (Patente de Corso)
Por fin se desveló el misterio. Desde hace cuatrocientos cincuenta años, los investigadores navales ingleses se han esforzado en averiguar por qué el Mary Rose, ojito derecho de la flota de Enrique VIII, se fue a pique en el año 1545 frente a Portsmouth, durante un combate con los franchutes.
En realidad ya se sabía algo: el barco no se hundió por los cañonazos enemigos, sino porque las portas de las baterías bajas estaban abiertas durante una maniobra complicada, entró agua por ellas y angelitos al cielo. Glu, glu, glu. Todos al fondo.
Pero faltaba el dato clave: un estudio médico del University College de Londres –eso suena a serio que te rilas, colega– acaba de establecer la causa exacta del hundimiento.
El agua entró por las portas abiertas, en efecto. Pero tan imperdonable descuido marinero fue posible porque la tripulación de esa joya de la marina inglesa no era inglesa, pese a lo que su propio nombre indica. Ni hablar. El Mary Rose estaba tripulado por spaniards. Sí. Por españoles. Naturalmente, eso lo explica todo.
No estoy de coña, señoras y caballeros. O la guasa no es mía. Los perspicaces investigatas del University College afirman eso después de pasar veinte años estudiando dieciocho cráneos rescatados del barco.
Tras concienzudos estudios antropológicos, la conclusión es que diez de esos cráneos procedían del sur de Europa, debido, ojo al dato, a la composición específica de sus dientes. Se dice, por otra parte, que Enrique VIII iba escaso de marineros cualificados y enroló a extranjeros.
Así que, con aplastante lógica científica, los investigadores han llegado a la conclusión de que éstos sólo podían ser españoles. Tal cual, oigan. Ni italianos, ni portugueses ni franceses.
Lo de los dientes es decisivo. A ver quién tiene el colmillo así de retorcido, o tantas caries. O tan malos dientes de leche. Vaya usted a saber. El caso es que,bueno. Blanco y en tetrabrik, eso. Leche.
Lo más fino es la conclusión del profesor Hugo Montgómery, jefe del equipo investigador. «En el estruendo de la batalla, se habría necesitado una cadena de mando muy clara y disciplinada para cerrar a tiempo las portas», afirma este Sherlock Holmes de la osteología náutica. Y es que la palabra disciplina en boca de un inglés lo explica todo.
Otra cosa habría sido que el Mary Rose hubiese estado en las competentes manos de leales súbditos británicos. No se habría hundido bajo ningún concepto. Pero a ver qué se podía esperar con una tripulación española –lo más normal del mundo, por otra parte, a bordo de un barco inglés–. O sea. Con torpes y sucios meridionales, todo el día oliendo a ajo y rezando el rosario, flojos de idiomas, que no entendían las eficaces órdenes que se les daban en perfecta parla de allí. Así, el hundimiento estaba cantado, claro. Elemental, querido Watson.
Yo mismo, modestia aparte, también he investigado un poco el asunto. Y fíjense. No sólo coincido con las conclusiones británicas, sino que, tras estudiar con una lupa la dentadura postiza de la madre que parió al profesor Montgómery, me encuentro en condiciones de iluminar otros rincones oscuros del naufragio. Y puedo confirmar que, en efecto, así no había quien mandara un barco.
Sé de buena tinta –una tinta Montblanc, cojonuda– que el naufragio se produjo cuando el almirante british, que se llamaba George Carew, ordenó «Todo a estribor» y el timonel, que casualmente era de Ondarroa, respondió «Errepika ezazu agindua, mesedez», que significa, más o menos, repíteme la orden en cristiano o verdes las van a segar. Y mientras el almirante mandaba a buscar a alguien que tradujese aquello a toda tralla, una marejada cabroncilla empezó a colarse dentro.
«Cierren portas, voto al Chápiro Verde», ordenó entonces el almirante, algo inquieto. Entonces, desde abajo, el contramaestre, un tal Jordi, que era de Palafrugell, respondió. «Digui’m-ho an català si us plau», con lo que míster Carew se quedó de boniato a media maniobra. «Pero de qué van estos mendas» inquirió, ya francamente contrariado.
Mientras tanto, los demás tripulantes, que también eran indígenas de aquí, estaban en los entrepuentes tocando la guitarra y bailando flamenco, costumbre habitual de todos los marineros españoles, sin excepción, en situaciones de peligro.
Fue entonces cuando los oficiales, nativos de Bristol y de sitios así, rubios y tal, empezaron a gritar: «¡El barco zozobra, el barco zozobra!». Y abajo, algunos tripulantes, que eran tartamudos y además de Cádiz, respondieron, con palmas de tanguillo y mucho arte: «Pues más vale que zo-zobre a que fa-falte, pi-pisha». Y claro. En dos minutos, el Mary Rose se fue a tomar por saco.
Dicen los libros de Historia que las últimas palabras del almirante Carew, antes de ahogarse como un salmonete, fueron: «No puedo controlar a estos truhanes». Pero no. Lo que realmente dijo fue: «No puedo controlar a estos hijos de puta».
'Warlock'
Los hombres son como el maíz
'Warlock', de Oakley Hall.
17 de julio de 2009.- Pues, efectivamente, se trataba de un 'western', novela del Oeste americano, o como prefieran, lo que demuestra que la literatura está donde uno quiera ponerla, fuera de juicios previos y fuera de que si te la coges con papel de fumar es asunto tuyo o de la papelera que lo industrializó. Porque lo cierto es que 'Warlock', de Oakley Hall (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, traducción de Benito Gómez Ibáñez), que inspiró cosas fílmicas como 'El hombre de las pistolas de oro' y varios mitos duelistas en torno a Tombstone, es literatura en plan literatura.
Veamos recursos que tiene y que no tienen las pelis y las novelas de quiosco correspondientes. Lo primero y notable es que no hay exaltación del héroe, ni la historia gira en torno a su solitaria y semidivina épica, aunque sin quitarle que sea alguien especial, distinto, pero también inquietante, imprevisible, con los demonios en la canana del alma.
Lo que comunica precisamente a este héroe rápido en desenfundar con el tema de la narración es que esos demonios son universales y los comparte, por ejemplo, con un juez al que nadie ha nombrado y que de paso filosofa sobre la vida humana; con una señorita que ha decidido socorrer a los necesitados con una obcecación malsana y al mismo tiempo encomiable; con un médico entregado a su profesión y renegado de los asuntos humanos; con un comité de ciudadanos que identifica la paz con el comercio, lo que no obsta para que contrate pistoleros a sueldo; con un malo malote cuyo inconsciente se pasa el tiempo rindiendo cuentas al padre; con un jugador desahuciado que emplea lo que resta de existencia en matar prójimos, a la vez que es el rendido amigo del héroe benefactor, o sea, tan criminal como afectuoso; con un hermano redimido del mal que mantiene a su perverso hermano en el punto de mira, sabiendo qué pasará, pero sin saber qué hacer; y así todo el rato...
El resultado es, inevitablemente, una novela coral, en la que el deber ser del lector (ése que siempre se pone delante del libro, pero no de su vida) impide que pueda identificarse con nadie ni con nada, sin gratificación posible, sin buena conciencia, sin esperanza. Dicho de otro modo, es una novela ante la que el lector ha de colocarse, sin que le ofrezca mucha salvaguarda.
Mientras tanto, el paisaje, los detalles de la vida cotidiana, el temblor del miedo a sentir, el pánico de la acción, las miserias de la política y del progreso, se van apoderando de la novela y de su atmósfera moral, más allá de la trama y de los peliculones al uso, hasta que uno acaba preguntándose qué clase de país se ha podido fundar con semejantes orígenes, cómo han sobrevivido a esos comienzos o cómo se han engañado, o, sencillamente, qué clase de peste es la raza humana. Diríamos que es un Eclesiastés en bestia, sin consuelo al mismo tiempo que el único consuelo posible. Y todo lleno de vísceras y sangre que, cuando uno se acostumbra, hasta le hacen pensar que quedan bien decorando nuestro desnudo corazón.
Unas palabras del juez Holloway que, acertadamente, los editores han recogido en la faja promocional:
"Los hombres son como el maíz. El sol los quema, el invierno los congela, y la Caballería los pisotea. Aun así siguen creciendo. Pero mientras haya un poco de whisky, nada de eso importa".
Es lo que más se parece en toda esta novela a lo que suponíamos que era un 'western' o como se llame.
19 jul 2009
GARY GRANT, ese actor....desconocido
Se ha escrito mucho sobre Grant, quizá demasiado. Casi todos los aficionados al cine conocen al detalle su brillante trayectoria, desde HISTORIAS DE FILADELFIA hasta APARTAMENTO PARA TRES. Voy a intentar centrarme en el hombre atractivo que está tras su nombre, también un poco sobre su vida artística, pero con datos insólitos que hasta ahora ni yo conocía. Cary Grant fue para mí y lo es ahora, una bomba de relojería, su figura sobresale de entre los recuerdos, aunque un tanto desvaída por culpa de su última biografía, un perfil que poco importa, porque el tic tac de nuestro corazón aún late con fuera suficiente para comprenderle, admirarle y recordarle. No obstante y, en honor a la verdad, parte del libro de Marc Eliot es digno de ser leído.
A pesar de los muchos años transcurridos desde que protagonizó su último largometraje y su lejano fallecimiento (en Davenport, el 29 de noviembre de 1986), la figura de Cary Grant sigue siendo uno de los reclamos más poderosos para el público de todo el mundo, tanto si se es un aficionado al cine como si únicamente se acerca a su mundo de forma morbosa, en busca de entretenimiento.
Ni siquiera los rumores sobre su homosexualidad han conseguido romper el vínculo de afecto que los espectadores de todas las edades establecen de manera automática con este carismático actor que llenaba la pantalla con una elegancia y un sentido del humor difícilmente repetibles, y a los cuales sólo ha podido acercarse, si bien militando con más frecuencia en la comedia que en el drama, Gregory Peck.
Pero a Peck le faltaba el toque de locura cómica que Grant imprimía a sus trabajos y se manifestó como intrépido juego de autoparodia en la inolvidable CHARADA, de manera que cuando Stanley Donen tomó a Peck como sustituto de Grant en Arabesco, un ejercicio parecido por su humor y suspense, la fórmula no dio resultado. De hecho, todos los intentos por buscarle sustituto a Cary Grant en el difícil papel de galán cómico, que él mismo había convertido en una especie de arte dentro del cine, fracasaron estrepitosamente a pesar de elegir actores de probada eficacia y con estrellato propio como Tony Curtis, que mantuvo un excelente duelo con el propio Grant en OPERACIÓN PACÍFICO, o el mismo Rock Hudson, a quien Howard Hawks utilizó en Su juego favorito, papel en principio escrito para el lucimiento de Cary Grant.
Su elegancia, su locura y predisposición a ser punto absoluto en la pantalla eran las características que lo convertían en el galán de los galanes, el actor por excelencia y uno de los rostros más cínicamente atractivos de cuantos han pasado por la caja de los sueños.
Ni el paso cruel del tiempo hizo mella en su rostro porque, al igual que Sean Connery, el tiempo le alzó a lugar privilegiado, donde sus rasgos maduros cobraban una belleza inusitada. Tal vez ahí estaba el endiablado carisma que él cuidaba y mucho. Su físico fue parte esencial a lo largo de toda su vida y buena prueba de ello son las imágenes que nos dejó, donde se aprecia el encanto inmarchitable de un cómico irrepetible.
Marlon Brando dijo en una ocasión que, de parecerse a Cary Grant, ya podía tumbarse al sol y dejarse al destino, porque actores como él daban categoría a su profesión.
No solo poseía categoría y elegancia, Grant era un actor dúctil, su transformación en la pantalla era enorme y reflejaba con justicia un enorme poder de seducción que hacia que hombres y mujeres se sintieran tocados por su personalidad y a veces en sueños todos quisiéramos ser un poco como él. Hay gran diferencia entre un film protagonizado por Grant y otro a cargo de otro actor y eso era precisamente lo que Alfred Hitcock buscó cuando le ofreció interpretaciones que vistas hoy, siguen siendo modelos.
Su vida personal es otra historia, no menos brillante que su carrera, pero dista mucho del prototipo de hombre que en aquellos años se estaba acostumbrado a emular, por una sociedad hipócrita. En la actualidad, un actor con una vida privada similar a la suya sería normal, en cambio entonces, los estudios, la prensa y hasta los mismos compañeros que tuvieron la oportunidad de trabajar con él, ocultaban episodios de su vida privada, por cierto temor a ser salpicados o a marcarle sin posibilidad de defenderse.
Cuando el actor vivía con Randolph Scott, los rumores de su homosexualidad se dispararon sobre todo Hollywood, se les veía juntos en todos los estrenos, fiestas y compartían una casa colonial en las colinas de Los Angeles. Los estudios le aconsejaron a Grant que se hicieran una serie de fotografías para acallar los rumores, un reportaje que hiciera ver que dos amigos amantes del deporte, elegantes y seductores, podían compararse a Clark Gable y Erroll Flynn, quienes en años anteriores fueron víctimas de comentarios similares. Así en las fotos que danzan por los archivos y la prensa, aparecen vestidos prácticamente igual, nadando en la piscina o jugando al tenis, el prototipo del galán americano, libre y dispuesto a cualquier punto de mira.
Las mencionadas fotografías tuvieron mucha repercusión y fueron analizadas con lupa. Pero ellos no se dejaron intimidar por los comentarios de los críticos y las comadres de Hollywood. Grant era un hombre casado y compaginaba a la perfección matrimonio, libertad y amistades de todo tipo, pero aquella relación que continuó con el tiempo no era un simple paisaje amistoso de dos amigos que tenían muchos puntos en común, como la ropa, la caballerosidad o la misma elegancia, ambos estuvieron tremendamente enamorados el uno del otro, y aunque nunca Cary ni Randolph hicieron declaraciones al respecto, sus allegados más íntimos sabían qué clase de amistad era aquella, las horas que empleaban en verse muchos fines de semana y las fiestas que ellos mismos organizaban con ayuda de dos de las amigas mas íntimas de Grant, Grace Kelly y Doris Day, escenario de una de las relaciones que marcaron la vida de Cary Grant..
En una ocasión, siendo Princesa de Mónaco, Grace dijo:
"Cary es la mejor persona que he conocido, su sinceridad, amistad y ternura no tienen paralelismo alguno con nadie de los que conocí en la meca del cine. Somos amigos y seguiremos siéndolo aunque el tiempo pase rápido o aunque uno deje al otro. Yo respetaré siempre su forma de ser, aunque no comparta ciertas cosas, al igual que él me comprende mejor que mi propio esposo y sabe como soy. Esa es una de las normas de los buenos amigos, el respeto.....Nadie posee su gentileza y sensibilidad".
Cary era muy consciente de la distancia que había entre su imagen publica y su vida privada, tenía fama de tacaño, de maniático con la limpieza, solía plancharse hasta los cordones de sus zapatos y exigía una cláusula en los contratos que firmaba, que señalaba que solo él elegía su vestuario y hasta la forma de su cabello. Odiaba que en la pantalla este brillara y usaban una especie de crema mate para darle la forma que él exigía. Entre la distancia que comentaba al principio, actor-persona, estaba también el tormento que le causaba su afición al alcohol y al LSD.
Ya su esposa Dyan Cannon, su tercera mujer y madre de la única hija, le acusó de ser "Apóstol del LSD", pero el actor nunca lo dejó y Dyan, a pesar de callar siempre sus intimidades matrimoniales, en una ocasión dijo:
"Conmigo se portó de un modo cruel e inhumano".
A mí personalmente me cuesta creer que Cary fuera cruel e inhumano, adjetivos que están fuera del contexto que rodeaba la figura de uno de los hombres mas cariñosos y humanos de cuantos han pasado por el cine. En referencia a cuanto estoy diciendo, existen unas frases de dos compañeros del actor, Sofía loren y Marlon Brando, quienes hacen dudar de las palabras de Dyan Cannon.
Marlon Brando dijo:
"No solo hace digna esta profesión de locos, sino que si tuviera que elegir un hermano, pediría que fuera exactamente igual a él. De Cary Grant solo podemos aprender lo que significa la palabra clase en toda su extensión".
Sofia Loren, dijo:
"Cary era el hombre que toda mujer sueña, a mí me enseñó muchísimo mientras rodamos las películas en las que trabajamos juntos, como ORGULLO Y PASIÓN y CINTIA. Me marcó su forma de combinar los colores, la forma de caminar, de hablar y hasta de coger los cubiertos. Siempre recuerdo que hablaba de que la educación y los buenos modales eran parte crucial para una persona. Lo seguí al pie de la letra y puedo asegurar que cuanto soy ahora, en parte se lo debo a dos personas, mi esposo Carlo y Cary Grant. Nunca se ha ido, a veces le siento a mi lado".
Audrey Hepburn dijo a la prensa:
"Cary era puro algodón, apenas podía mirarle a los ojos, tenía un imán que hacía que me olvidase del guión. Su clase, compañerismo y atractivo, eran indiscutibles".
Junto a estos atributos profesionales, Cary Grant cuenta también con una existencia sembrada de curiosidades que componen uno de los rompecabezas más interesantes y posiblemente también más difíciles de construir y entender que integran la iconografía y mitomanía de Hollywood.
Lejos de los circuitos profesionales y la terapia ocupacional que llevó a otros nombre importantes del cine como James Stewart, Richard Widmark, Anne Baxter, Barbara Stanwick, Stewart Granger, Bette Davis y un largo etcétera a rentabilizar su estrellato en televisión o exhibirse en productos de baja categoría que pusieron un nefasto punto final a sus carreras y los convirtió en nulos reclamos de videoteca, Cary Grant supo ejecutar la ceremonia, nunca suficientemente valorada entre las estrellas, de la jubilación a tiempo, para dedicarse a otros asuntos que además de no restarle un ápice de fama, siguieron incrementando su cuenta corriente.
El genio interpretativo de Cary Grant, que sigue siendo imitado y estudiado por muchos aspirantes a reproducir lo inimitable, se esfumó en el mejor momento para el cine y con su retirada puso también punto final a cuatro décadas prodigiosas del Séptimo Arte concebido como espectáculo y entretenimiento de gran calidad.
Cary es un símbolo, y poseedor de un atractivo envidiablemente inmortal.
Si pasaron por sus sábanas de seda y contemplaron su ropa interior (el actor usaba lencería de mujer, por su tacto y delicadeza), las mujeres y los hombres más conocidos y otros anónimos absolutos, si saborearon su desnudez en los silencios de los hoteles en donde se hospedó o en su propia casa de Los Angeles, creo que nadie puede tacharle de ser extraño o criticar su ambigüedad.
Cary amó a muchas mujeres, dos de ellas son historia: Sofía Loren y Grace Nelly. Sobre la primera, la sombra de Carlo Ponti y el amor que la actriz profesaba a su marido le impidieron lograr su objetivo. Su relación con Grace fue muy diferente, vivieron una aventura que duró hasta la muerte de la Princesa. Cary Grant también profesó un amor enorme hacia su hija Jennifer. Era su triunfo ante una sociedad hipócrita y fue siempre lo más preciado y querido de su vida, a pesar de los impedimentos de una aprendiz de actriz llamada Dyan Cannon. Mientras tanto, el actor seguía caminando por su bosque encantado, se reunía en la sombra con duendes, elfos y hadas, como un personaje más de la obra inmortal de Shakespeare y estoy seguro de que, a su éxito personal como actor, habría que sumarle sus encuentros en una lejana "SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO". A veces creo que yo le vi una noche cálida de verano y dentro de la magia que nos envolvía, también yo me tropecé con duendes, hadas, elfos y otras criaturas fantásticas, a la espera de sentir el palpitar de mi corazón ante un encuentro con el hombre, siempre ayudado por la oscuridad que manaba de mi fantasía de sueños rotos.
Marcar un perfil exacto de cómo debió ser Cary Grant resulta totalmente imposible. Se pueden desgranar muchas piezas para componer el puzle, pero nunca se podrá completar, porque nadie, ni sus más fieles amigos, esposas o amantes serian capaces de ello, aunque se tuviese al lado la mano inductora del actor. No es otro mi interés. Si al menos uno entre cien penetra en el interior del actor, habré perfilado con acierto aproximado las líneas precisas de uno de los hombres más fascinantes del cine.
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