20 jul 2009
'Warlock'
Los hombres son como el maíz
'Warlock', de Oakley Hall.
17 de julio de 2009.- Pues, efectivamente, se trataba de un 'western', novela del Oeste americano, o como prefieran, lo que demuestra que la literatura está donde uno quiera ponerla, fuera de juicios previos y fuera de que si te la coges con papel de fumar es asunto tuyo o de la papelera que lo industrializó. Porque lo cierto es que 'Warlock', de Oakley Hall (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, traducción de Benito Gómez Ibáñez), que inspiró cosas fílmicas como 'El hombre de las pistolas de oro' y varios mitos duelistas en torno a Tombstone, es literatura en plan literatura.
Veamos recursos que tiene y que no tienen las pelis y las novelas de quiosco correspondientes. Lo primero y notable es que no hay exaltación del héroe, ni la historia gira en torno a su solitaria y semidivina épica, aunque sin quitarle que sea alguien especial, distinto, pero también inquietante, imprevisible, con los demonios en la canana del alma.
Lo que comunica precisamente a este héroe rápido en desenfundar con el tema de la narración es que esos demonios son universales y los comparte, por ejemplo, con un juez al que nadie ha nombrado y que de paso filosofa sobre la vida humana; con una señorita que ha decidido socorrer a los necesitados con una obcecación malsana y al mismo tiempo encomiable; con un médico entregado a su profesión y renegado de los asuntos humanos; con un comité de ciudadanos que identifica la paz con el comercio, lo que no obsta para que contrate pistoleros a sueldo; con un malo malote cuyo inconsciente se pasa el tiempo rindiendo cuentas al padre; con un jugador desahuciado que emplea lo que resta de existencia en matar prójimos, a la vez que es el rendido amigo del héroe benefactor, o sea, tan criminal como afectuoso; con un hermano redimido del mal que mantiene a su perverso hermano en el punto de mira, sabiendo qué pasará, pero sin saber qué hacer; y así todo el rato...
El resultado es, inevitablemente, una novela coral, en la que el deber ser del lector (ése que siempre se pone delante del libro, pero no de su vida) impide que pueda identificarse con nadie ni con nada, sin gratificación posible, sin buena conciencia, sin esperanza. Dicho de otro modo, es una novela ante la que el lector ha de colocarse, sin que le ofrezca mucha salvaguarda.
Mientras tanto, el paisaje, los detalles de la vida cotidiana, el temblor del miedo a sentir, el pánico de la acción, las miserias de la política y del progreso, se van apoderando de la novela y de su atmósfera moral, más allá de la trama y de los peliculones al uso, hasta que uno acaba preguntándose qué clase de país se ha podido fundar con semejantes orígenes, cómo han sobrevivido a esos comienzos o cómo se han engañado, o, sencillamente, qué clase de peste es la raza humana. Diríamos que es un Eclesiastés en bestia, sin consuelo al mismo tiempo que el único consuelo posible. Y todo lleno de vísceras y sangre que, cuando uno se acostumbra, hasta le hacen pensar que quedan bien decorando nuestro desnudo corazón.
Unas palabras del juez Holloway que, acertadamente, los editores han recogido en la faja promocional:
"Los hombres son como el maíz. El sol los quema, el invierno los congela, y la Caballería los pisotea. Aun así siguen creciendo. Pero mientras haya un poco de whisky, nada de eso importa".
Es lo que más se parece en toda esta novela a lo que suponíamos que era un 'western' o como se llame.
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