“La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede ser. Esa vida no es humana”, afirmaba, antes de la pandemia, el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, en una muy difundida entrevista. En el libro La vida cotidiana en tiempos de la covid (Catarata, 2021), el doctor en Antropología Social Alberto del Campo, profesor en la Universidad Pablo de Olavide, ha reunido una docena de estudios que permiten cuestionar esa afirmación al evidenciar cómo esas rutinas formaban parte de la vida y cómo sus limitaciones por la covid han generado inesperadas consecuencias, hasta el punto de que esa cotidianeidad se ha convertido en algo anhelado, en privilegios o en objeto de deseo. Empleados que sueñan con volver a sus puestos, madres trabajadoras desbordadas por la desarticulación de sus redes de apoyo, jóvenes que cambian sus formas de gestionar las relaciones sexuales y afectivas o personas que desean levantarse sin temor cada mañana son solo ejemplos de las otras secuelas de la pandemia.
“Más allá de las cifras de enfermos, fallecidos o parados, la pandemia implica también una crisis en la vida cotidiana, en nuestras formas de relacionarnos, comunicarnos, divertirnos, viajar, estudiar, dividirnos las tareas domésticas; en definitiva, en cómo estamos, pensamos, nos sentimos y actuamos en el día a día”, afirma Del Campo.
El antropólogo social percibió esta realidad y pidió colaboraciones de expertos en su campo y otros relacionados para dar luz a circunstancias que quedan enterradas por la emergencia del día a día, pero que son relevantes y, en su opinión, harán que la sociedad que surja tras esta crisis sea diferente.
Estas son algunas de las principales secuelas de la pandemia, según los estudios reunidos por el antropólogo, quien concluye: “El coronavirus no solo es solo un agente de impacto sino también un activador, un revulsivo para el cambio”.
Añoranza de la rutina
Tras una encuesta sobre efectos y cambios sociales generados por la covid y en la que participaron 3.000 personas, los sociólogos de la Universidad de Granada Ángela Mesa-Pedrazas, Ricardo Duque-Calvache y José Manuel Torrado han observado algo singular. Las palabras más repetidas en los comentarios sobre necesidades, anhelos y esperanzas son: salir, amigos, familia, pasear, hacer o poder. “Nos resultan muy interesantes dos categorías que expresan una cierta nostalgia por una cotidianidad prepandémica, como son la rutina y la tranquilidad. La rutina, que en otros contextos tiene connotaciones negativas, cercanas al aburrimiento y la monotonía, es añorada. La ciudadanía está cansada de vivir tiempos extraordinarios e interesantes”, destacan los autores. También resulta curioso que las limitaciones de movilidad, de acuerdo con el estudio, se han percibido como “más soportables” durante la fase de encierro absoluto que durante las fases menos limitadas.“Es como si esta movilidad mínima despertase el apetito reprimido durante semanas por realizar desplazamientos mayores”, explican.
Los sociólogos resaltan la importancia de esa, antes, denostada rutina. “Nuestra realidad se desenvuelve día a día marcada por los pequeños acontecimientos que configuran los tiempos individuales y sociales. El grueso del tiempo lo ocupamos en prácticas que, aunque no siempre tienen un horario establecido, nos permiten seguir funcionando en sociedad, como las tareas domésticas, los desplazamientos, la jornada laboral o las reuniones con nuestras familias y amistades. Asumimos tales tiempos y actividades como parte rutinaria de la vida, de una cotidianidad que no es sino el conjunto de acciones que realizamos de manera más o menos periódica. Muchas de estas acciones implican, además, la relación con otras personas, y todas las realidades individuales tienen esto en común: el contacto social”.
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