Fernando Simón se ha carbonizado en la misma hoguera que intenta apagar a cubos. Qué más quieren.
Una de las razones por las que he rechazado ascensos por los que otros matarían es que no sé organizar nada ni a nadie, ni siquiera a mí misma.Recuerdo al principio un jefe que quiso prepararme para segunda dándome a cuadrar el planillo de la revista.
No hablo de ordenar el tráfico aéreo en Barajas un 1 de agosto, sino de repartir páginas entre contenidos y publicidad y reordenarlas según vengan dadas.
Nada: inútil, incapaz, negada.
No sirvo para jefa.
A cambio, creo ser bien mandada.
En las crisis me hago bola y necesito órdenes para salir del hoyo. Entonces, si respeto al que ordena, cumplo a base de amor propio. Si no es el caso, y fracaso rebatiendo a quien manda, primero cumplo por la cuenta que me tiene, y luego lo pongo verde para mis adentros o para mis afueras, si creo poder aportar algo útil.
Saber para lo que una no vale en la vida te da ventaja.
No triunfas, pero tampoco fracasas y puedes dormir cinco horas con su poquito de melatonina.
Si no sabes, o no puedes, o no quieres ayudar, no molestes.
Fernando Simón, responsable científico en la crisis del coronavirus, ha ido consumiéndose a ojos vista en cada comparecencia desde que los periodistas pasábamos de la distancia social y nos abrazábamos muertos de la risa, el miedo y la soberbia.
Al final se ha infectado.
Leer ciertas reacciones a su baja abre las carnes.
Con sus aciertos y, seguro, sus errores, Simón se ha carbonizado en la misma hoguera que intenta apagar a cubos.
Qué más quieren, ¿su cabeza en bandeja quirúrgica?
Las crisis nos retratan mejor que las rectoscopias.
Mientras unos reman a todo bíceps y aplazan el legítimo motín para cuando la vía esté taponada, otros, hartos de pan y wifi en casa o el despacho, reparten sumarísima justicia tuitera sin aportar más que su veneno.
Cuando esto pase, habrá una interesantísima galería de autorretratos.
A ver cuántos se reconocen y cuántos se hacen los suecos.
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