Los museos cierran sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta.
Cada día, destacamos una obra visitable en la red y surgida del diálogo entre dos creadores.
Hoy: el 'Guernica', que el malagueño pintó bajo el poderoso influjo de Rubens
“En Roma está el Papa, pero en Nápoles está Dios”.Y así Jean Cocteau sacó a Pablo Picasso de la capital italiana.
En febrero de 1917, el escritor y el pintor montaron un viaje relámpago en el que el malagueño conoció a su futura mujer, la bailarina de los Ballets Rusos Olga Khokhlova, y también el impresionante Los horrores de la guerra (1640), de Rubens, en el Palazzo Pitti (Florencia).
El devorador de imágenes, que convirtió a la tradición en su mejor colaborador, partió de ese inmenso lienzo donde la destrucción, la barbarie y el dolor habían quedado tan bien fijadas que se bebió al maestro barroco y levantó Guernica veinte años después.
El cuadro se conserva y exhibe en el Reina Sofía de Madrid y puede visitarse virtualmente y en alta definición en la web del museo durante el cierre provocado por la cuarentena.
El Gran Duque Fernando II de Toscana quería una alegoría de la Guerra de los Treinta Años, el conflicto bélico más grande del siglo XVII, que involucró desde Suecia hasta España, entre 1618 y 1648. Un encargo similar llega a Picasso del Gobierno de la República Española para dar a conocer al mundo la miseria de la Guerra Civil española en la Exposición Internacional de París, en 1937.
Picasso decide invertir la composición –como si fuera un espejo– y desplaza el movimiento de derecha a izquierda, con el mismo número de personajes (sin los cuatro amorcillos), la misma tensión dramática, las mismas expresiones de terror y con la culminación de dos mujeres que, desgarradas ante la subversión del orden social, levantan los brazos al cielo.
A este evidente reflejo, la historiografía ha preferido denominarlo calco topológico, en lugar de fotocopia apocalíptica –demasiado peyorativo, dada la variedad monocromática con la que actuó Picasso– o incluso apropiación cultural, porque hace propia la idea de Rubens para tomar posición en el mundo.
El otro día, un buen amigo me preguntó si imaginaba la violencia de la pintura flamenca en la tradición española.
Y la pregunta quedó sin resolver hasta hoy.
Picasso también incluye el espanto de la madre con su hijo, pero prefiere dar un paso más allá en el drama y representarlo fallecido. Alecto, el personaje mitológico que porta la antorcha (vive en el mundo tenebroso), tiene su acto reflejo en la lámpara que aparece en la parte alta de Guernica.
Ahí está igualmente la figura del arquitecto muerto, que Rubens presenta con un compás en una mano y un escoplo en la otra. Y, por supuesto, la paz: el pintor barroco la muestra convertida en una rama de olivo.
En la versión picassiana es una flor que resiste a la guerra.
A este evidente reflejo, la historiografía ha preferido denominarlo calco topológico, en lugar de fotocopia apocalíptica –demasiado peyorativo, dada la variedad monocromática con la que actuó Picasso– o incluso apropiación cultural, porque hace propia la idea de Rubens para tomar posición en el mundo.
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