Era naturalmente arbitraria e inteligente, eso era una de las cosas que más me fascinaban de ella, aparte, desde luego, de su incalculable belleza.
La actriz Lucia Bosé, en 1980. En vídeo, repaso a la vida de la actriz.
CHEMA CONESA | EPV
Apenas supe del fallecimiento de Lucia,
empezó a llover en Madrid.
Lucia era una de las personas más vinculadas
a la naturaleza que he conocido, ella me enseñó que había que abrazar a
los árboles porque “la gran mayoría son mayores que nosotros y más
sabios”.
Pero así como te enseñaba a abrazarlos, indicaba con muchísima
seriedad que si te manchabas con la corteza te limpiaras antes de entrar
en su inmaculada casa de Somosaguas (Madrid).
Lucia era naturalmente
arbitraria e inteligente, eso era una de las cosas que más me fascinaban
de ella, aparte, desde luego, de su incalculable belleza.
Conocí a Lucia Bosé el mismo año que llegué a España y conocí también la
natural hospitalidad de su casa, sus hijos y ella, la mami, apareciendo
ante mí una noche de Navidad con una inmensa fuente de raviolis
humeantes.
Tras el vaho de mantequilla y romero, estaba ella,
alucinante, la George Sand de la película favorita de mi papá, la
belleza que sedujo al comunismo italiano y a Visconti.
La amiga de
Cocteau y de Picasso, la novia de la generación de europeos que
despertaban de la guerra, la exesposa de Dominguín y la mamá de Miguel Bosé.
Ella me revisó con la mirada, le pregunté cuál era ese otro olor que se
confundía con el de los raviolis, clavó sus ojos, sonrió con perfección
de actriz y dijo: “Mi perfume, tuberosa en italiano, gardenia en castellano”.
Históricamente, es una de las grandes bellezas del siglo XX.
En sus ojos, en su mirada, en su voz, en su conocimiento (“¿No te has
detenido a pensar que los jeroglíficos egipcios y el grafiti son casi lo
mismo, una forma de escritura?”), Lucia siempre fue bella y nos enseñó a
encontrar y buscar la belleza en todas partes.
Entendía que la belleza
es lo bueno.
Nos gustaba mucho hablar.
Y cotillear, Lucia tenia un
sentido muy agudo de la vida social y sabía muy bien el sitio que su
familia ocupaba en esa esfera.
Yo siempre defendía que ella y Dominguín crearon el glamur nacional.
“Tampoco había mucha más gente”, decía, a carcajadas. No es su único
legado.
Desde hace dos semanas, la filmoteca de Viena proyecta un ciclo
Bardem, Buñuel y Berlanga y el cartel es Alberto Closas y Lucia Bosé,
los intérpretes de Muerte de un ciclista.
Personalmente, mis películas favoritas de Lucia son sus dos Antonioni: La dama sin camelia y Crónica de un amor.
El día que murió Antonioni, Lucia y yo estábamos viendo la
retransmisión de su funeral y Mónica Vitti lloraba sin pudor alguno.
Lucia intentó disimular un gesto de desaprobación pero no pudo evitar
decir: “Sobreactuada”.
Lucia era una diva.
Pero
divertida. Cuando te contaba algo, interpretaba todos los papeles,
adaptando voces, imitando gestos.
Hacía de Franco y de Marilyn, los
conoció a ambos.
Ver una película en su compañía era complicado, porque
se adelantaba a los giros del guion y cuestionaba las actuaciones, la
iluminación, el encuadre.
Una de sus mejores anécdotas era la de que una
avispa se coló en la peluca de Joan Crawford durante una corrida de
Dominguín.
Nadie se atrevía a tocar la peluca, hasta que Lucia levantó
el aparato capilar y la avispa se liberó felizmente.
Atrevida, su mejor
actuación es cuando imitaba a Gina Lollobrigida abandonando un rodaje en
Madrid, con un tosco, pelín vulgar acento romanísimo. “Me ne vado, va fan culo” (“Me voy, que os den”).
Lucia concedió su última entrevista al equipo de guionistas de la serie sobre su hijo Miguel,
a principios de marzo.
Estaba tan lúcida, afectuosa y aguda como
siempre.
Recordó las penurias que atravesó tras la separación de
Dominguín. “No teníamos comida para el Año Nuevo y Miguel pidió que
abriésemos la única botella de champán que había.
Brindamos y él me
dijo: 'Mamá, esto lo vamos a pasar. Pero no nos marchemos de España, por
favor".
Y entonces, llorando dijo: “Y lo cumplí”.
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