Marinero, aquel juglar del cine y de la vida
Me ha llegado un libro titulado ‘Llamará el Acordeonista’. Es una recopilación de las
presuntas críticas que escribió un amigo mío llamado Manolo Marinero.
Humphrey Bogart y Gloria Grahame en un fotograma de 'En un lugar solitario'. | En vídeo: Trailer VO de 'En un lugar solitario'.
Carlos Boyero
Supongo que es problemático sentir el aliento del otro en la
nuca día tras día y noche tras noche cuando la relación estaba
deteriorada antes de la llegada de la peste.
Pero si la historia
funciona debe de ser un alivio y un gozoso acto de amor esa convivencia
forzada continua, sin límite de tiempo.
Sin embargo, estar las 24 horas
con la única compañía de uno mismo, aunque los habituales y desastrosos
estados de ánimo anteriores tendieran al enclaustramiento, hace que el
tiempo se dilate hasta límites intolerables.
Ya sé que los locos pueden
hablar interminablemente y en voz alta consigo mismos o con sus
fantasmas, pero en mi caso no consigo articular ni una palabra en voz
alta, no domino el consolador arte de charlar al vacío, de establecer
conversaciones con la inmutable pared.
Tampoco dispongo de Internet, que
según cuentan es un maravilloso invento para comunicarse con los demás,
entretenerse y fascinarse, pero no logro arrepentirme de mi tozudez
absurda de ser un habitante del Paleolítico.
¿Y
qué hago durante lo que puede ser una extenuante reclusión? Pues me
dedico a lo que más ha llenado mi accidentada existencia, junto a la
atracción que me ha provocado el otro sexo, las risas con los amigos,
los libros y la música.
O sea, veo el cine que me dona éxtasis y
emoción, una compañía que jamás se ha permitido conmigo la traición ni
el abandono.
Y lo raciono, por supuesto, ya que el abuso de esta droga
impresionante no deja resaca, pero corres el peligro de que te machaque
la vista.
Y también pueden aparecer sorpresas muy gratas.
Hace unas horas me ha llegado un libro titulado Llamará el Acordeonista.
Es una recopilación exhaustiva, épica y enamorada por parte del editor
Sergio Casado de las presuntas críticas de cine (eran otra cosa, eran
poesía, sentimiento, reflexión, narrativa, puro arte), los relatos y los
poemas que escribió un amigo mío llamado Manolo Marinero.
Nos conocimos cuando yo tenía 20 años y él 30.
En un amanecer ferozmente etílico, como casi siempre que nos veíamos, en el drugstore
de la calle Velázquez, al regresar del lavabo, Manolo se había largado
sin despedirse y me había dejado escrito lo siguiente en una servilleta
de papel:
“Un hombre joven, destinado a una muerte precoz, atroz, sin
testigos, en el peor sentido violenta, merece encontrarse con alguien
que estuvo destinado a una muerte precoz, atroz, sin testigos, en el
peor sentido violenta, pero al que ya le ha salido una arruga”.
Todavía
me dura el escalofrío.
He llegado milagrosamente a llenarme de arrugas, a
seguir sobreviviendo (y en algunas épocas, viviendo) con una malísima
salud física y espiritual que paradójicamente debe de estar compuesta de
hierro.
Manolo decidió largarse hace 16 años.
Era un hombre mucho más
que inteligente.
También generoso, lírico, vitalista, autodestructivo,
imprevisible, insoportable, soñador, ciclotímico, obsesivo, bebedor,
imaginativo, hipersensible, humorista, trágico, inolvidable, ansioso de
amor.
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