Entusiastas del pánico
Sin la mala fe de muchos medios la población habría estado más sosegada, lo que no es poco. Es muchísimo .
Naturalmente no soy quién para opinar sobre la crisis del Covid-19 o
coronavirus iniciado en la China.
Sobre su gravedad enorme o no tanto,
ni sobre las medidas que van tomándose y que, por lo que se anuncia,
todavía no han alcanzado su culmen.
Tampoco me compete pronunciarme
sobre si se quedan cortas o son exageradas.
Pero sí he percibido, desde
el comienzo y hasta hoy mismo, que los medios de comunicación que veo y
leo (no todos, evidentemente, pero sí unos cuantos) parecen estar a
favor del pánico en su mayoría.
Llevamos dos meses y medio de cobertura
exhaustiva y excluyente de casi cualquier otro asunto.
Al principio —un
muy prolongado principio—, las locutoras y los conductores de
informativos, sobre todo los apocalípticos de TelePodemos, comunicaban
los nuevos casos y fallecimientos en tono triunfal, como si temieran que
nuestro país se quedara atrás en la desgracia.
“Si hay una calamidad
mundial”, parecían estarse diciendo, “no vamos a ir a la zaga, como una
nación sin importancia”.
Este tono
exultante me provocaba estupefacción, y, siendo benévolo, lo achacaba al
viejísimo lema de que “sólo las malas noticias son noticia”, y a que,
por lo tanto, la prensa las necesita hasta llegar a desearlas, y de ahí a
celebrarlas no hay más que un paso.
Por mucho que siempre haya sido así
(recuérdense las acerbas críticas de Billy Wilder en El gran carnaval y en Primera plana), si
ahora me escandaliza esta actitud es porque ni siquiera se disimula. No
se es ni hipócrita.
Ni se toman la molestia de adoptar una expresión
(falsamente) compungida para contar una desdicha.
“¡Ya son 27 los
muertos!”, exclaman como si fueran medallas en unos Juegos Olímpicos.
“¡Ya son 12 las mujeres asesinadas en lo que va de año!”
Indica que “por fin” se ha alcanzado tal o cual cifra y
también que se confía en que aumente y en que no hayamos tocado techo.
Todo eso alarma más de la cuenta, dispara la adrenalina en dosis
nocivas, angustia, desmoraliza, saca de quicio o deprime.
Los
hipocondriacos deben de estar sufriendo lo indecible.
Sin embargo, lamento decirlo, también he observado mala fe.
Es demasiado,
demasiado curioso: en una época en que se recurre sin tregua a las
estadísticas y porcentajes, aquí estos últimos se han omitido
sistemáticamente.
No era por falta de tiempo, dadas las horas y páginas
dedicadas al monotema.
¿Por qué, entonces? La única respuesta verosímil
es porque podían tranquilizar un poco, y
eso no lo queremos en modo alguno. Hace ya tiempo, el número de
contagiados chinos era de unos 80.000. Si su inmenso país cuenta con una
población de 1.350 millones, el porcentaje de infectados era del
0,006%.
A día de hoy, en Italia, el lugar más contagiado de Europa, los
afectados son unos 16.000 y los muertos algo más de 1.000.
Con 60
millones de habitantes, el porcentaje de los primeros sería el 0,03%, y
el de los segundos, el 0,002% o aún menor.
En lo relativo a España, con
47 millones, hoy hay 4.500 positivos y 120 difuntos.
Los porcentajes
equivalen, respectivamente, al 0,01% y al 0,0003% a lo sumo.
Si miramos
los números de todo el planeta, que ya ha acumulado más de 7.000
millones de pobladores, los enfermos son hoy 140.000 y los fallecidos
unos 5.000.
Ambos porcentajes son mínimos.
Claro que nada es mínimo en cifras absolutas, ni en el mundo ni en la China ni en Italia ni en España.
Cada vida es
importantísima, para cada uno la suya sobre todo.
El coronavirus no deja
de ser una catástrofe y hay que tomársela en serio.
Esos porcentajes
subirán (ojalá no).
Pero si se hubieran señalado a diario (e insisto: es
lo único que se ha escamoteado), y se hubiera hecho más hincapié en que
la mayoría de los primeros muertos eran de edad avanzada y con
afecciones ya previas, la gente no habría enloquecido tanto ni habría
acaparado mascarillas ni saqueado supermercados.
No pongo en cuestión
las medidas adoptadas, incluidas las coercitivas.
Pero sin la mala fe de
muchos medios la población habría estado algo más sosegada, lo que no
es poco.
Es muchísimo.
Durante semanas el principal encargado de informar fue Fernando Simón,
epidemiólogo sensato y calmado, en quien más o menos se confiaba.
Luego
intervinieron Díaz Ayuso hecha un manojo de nervios y con la voz muerta
de miedo, y el Ministro Illa, recién nombrado, que por ahora infunde
escasa confianza.
Antes, desde el Gobierno, se alentó a acudir en masa a
la manifestación del 8-M (120.000 personas) para mimar aún más a la mimada Ministra de Desigualdad, y allí vimos a ministras y ministros comportándose como colegiales alborotados y efusivos en medio de
una emergencia sanitaria…, con el consiguiente incremento de casos de
coronavirus en Madrid.
¿Hasta cuándo, y a costa de qué, seguirá
aumentando el precio que paga el flojo Sánchez, y del que hablé hace dos
domingos? Por su parte, Vox reunió a 9.000 militantes ufanos en un
recinto cerrado, para un mitin innecesario.
Supongo que, involuntaria o
deliberadamente, fueron maneras festivas de alimentar y complacer a los
medios más sádicos, ansiosos por agrandar las desgracias y fervorosos
entusiastas del pánico.
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