Siempre ha
habido plagas, enfermedades y chismes. Es mucho lo que estamos
viviendo: el 'impeachment' de Trump, el Brexit, el coronavirus y las
compras nerviosas de mascarillas en las farmacias
Nieves Álvarez en la última gala de los Premios Goya celebrada en Málaga. Carlos AlvarezGetty Images
Como muchas personas, me he acatarrado esta semana. Conseguí quedarme
en casa leyendo periódicos atrasados, guiones intensos y de vez en
cuando, atendiendo mis redes y viendo los informativos . La imagen que más se repitió ese día fue la de una calle en Wuhan, la ciudad china donde nació el coronavirus,
completamente vacía. Una ciudad de millones de habitantes, desierta. Pensé que acababa de ver una de esas imágenes del futuro que en realidad
es presente: Un gigantesco sitio vacío que representa el miedo a gran
escala. Siempre ha habido plagas, enfermedades y chismes. Es mucho lo que estamos viviendo: el impeachment de Trump, el Brexit,
el coronavirus y las compras nerviosas de mascarillas en las farmacias. Mascarillas que medio mundo usa, incluyendo los periodistas que acuden a
Vancouver, en Canadá, tratando de conseguir algunas palabras de Meghan o Enrique
como si fueran una vacuna milagrosa. Pronto veremos como las
mascarillas pasan a formar parte de algún estilismo en las semanas de la
moda. O de un funeral aristocrático como el de Pilar de Borbón
donde resultaron imprescindibles por los virus que volaban como dagas
voladoras dentro del templo. El mundo es así, todo se asimila, todo se
cruza. Todo se pega.
Por eso, en este universo caótico y viral, me asombra la capacidad de posar de Nieves Álvarez, en la alfombra roja de los Goya. He visto su imagen en todas las revistas, desde Pronto a Love, y Álvarez está siempre igual. Pluscuamperfecta, de verde y con joyas de Bulgari que pertenecieron a Gina Lollobrigida.
Nieves es como un mascarón de proa al que poder sujetarse cuando
llegue el tsunami. Pasará la ola y ella conseguirá estar igual. Como
inmunizada, sin un pelo fuera de sitio, la mano sujetando el clutch con firmeza. Como esas mujeres valerosas que sostienen algo trascendente, una bandera o una antorcha. Gracias, Nieves. En Love, que siempre se fija más en los trajes y accesorios, están más interesados en Penélope Cruz y Paz Vega,
dos actrices portentosas. Vega organizó junto a su marido Orson
Salazar, la fiesta tras la entrega de premios, que es una razón de peso
para sobrellevar la eternidad de la gala. Asumes que atravesarás todos
los agradecimientos, las pausas, los virus, la falta de agua mineral y
de nutrientes para sobrevivir ese telemaratón, pero intuyes que si estás
en la lista de Paz Vega todo habrá valido la pena.
Paz Vega en los Premios Goya, el pasado día 25.Carlos AlvarezGetty Images
Empieza a ser evidente que hay demasiada información y pocas fiestas. Además no he podido digerir bien que Karelys, nueva estrella a la que ¡Hola! le concedió media portada la semana pasada, gestionó por whatsapps con un paparazi para que la “pillara” en su cita con Cayetano Rivera en una de las cafeterías más feas de Londres.
He leído esos mensajes, que la revista Semana
publica y traduce muy bien y da la impresión que Karelys va a tener
extremadamente difícil poder aclarar todo esto. Empieza, Karelys, el
culebrón.
Organizar fotos que fastidian a otros a cambio de dinero me parece
siniestro. Es como una ofensa a los derechos humanos, algo de lo que
tampoco sabe mucho Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela,
de la que todos hablan porque podría haber violado la ley europea si
hubiese pisado suelo español durante su escala en Barajas. Venezuela ya
está en todas partes y parece el contagioso guion de una película de
espías con Madrid como escenario. A Delcy la pillaron, como a Karelys y el lío es mayúsculo. Como la
ciudad está plagada de venezolanos, no puedes ir a ningún sitio sin
verte obligado a comentar algo. Yo, con voz convaleciente, intento
explicar que los venezolanos tenemos el ancestral hábito de llegar muy
acompañados a cualquier sitio. Siempre con alguien extra. Delcy estaba
en el avión privado esperando a cambiar de aeronave, junto al ministro
de Turismo venezolano que sí se quedaba en España. Es algo que los
caraqueños no podemos evitar: cuantos más, mejor. Tenemos que llegar a
una casa, a un funeral, al aeropuerto o a la misma cárcel, en cambote,
acompañados de lo que se llama un combo. Y eso puede inocular virulentos
problemas de casting como el que trae de cabeza al ministro José Luis Ábalos. La fiebre puede estar afectándome, pero veo en la Y griega de estos
nombres, Karelys y Delcy, un síntoma fatal. Como para salir corriendo a
comprar algo más que una mascarilla. Y si tuviese que hacerlo
acompañado, prefiero hacerlo con Paz, Penélope y Nieves.
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