Pluscuamperfecta
Siempre ha habido plagas, enfermedades y chismes. Es mucho lo que estamos viviendo: el 'impeachment' de Trump, el Brexit, el coronavirus y las compras nerviosas de mascarillas en las farmacias
Como muchas personas, me he acatarrado esta semana.
Conseguí quedarme en casa leyendo periódicos atrasados, guiones intensos y de vez en cuando, atendiendo mis redes y viendo los informativos
. La imagen que más se repitió ese día fue la de una calle en Wuhan, la ciudad china donde nació el coronavirus, completamente vacía.
Una ciudad de millones de habitantes, desierta.
Pensé que acababa de ver una de esas imágenes del futuro que en realidad es presente:
Un gigantesco sitio vacío que representa el miedo a gran escala.
Siempre ha habido plagas, enfermedades y chismes.
Es mucho lo que estamos viviendo: el impeachment de Trump, el Brexit, el coronavirus y las compras nerviosas de mascarillas en las farmacias.
Mascarillas que medio mundo usa, incluyendo los periodistas que acuden a Vancouver, en Canadá, tratando de conseguir algunas palabras de Meghan o Enrique como si fueran una vacuna milagrosa.
Pronto veremos como las mascarillas pasan a formar parte de algún estilismo en las semanas de la moda.
O de un funeral aristocrático como el de Pilar de Borbón donde resultaron imprescindibles por los virus que volaban como dagas voladoras dentro del templo.
El mundo es así, todo se asimila, todo se cruza. Todo se pega.
Por eso, en este universo caótico y viral, me asombra la capacidad de posar de Nieves Álvarez, en la alfombra roja de los Goya.
He visto su imagen en todas las revistas, desde Pronto a Love, y Álvarez está siempre igual.
Pluscuamperfecta, de verde y con joyas de Bulgari que pertenecieron a Gina Lollobrigida.
Nieves es como un mascarón de proa al que poder sujetarse cuando llegue el tsunami.
Pasará la ola y ella conseguirá estar igual.
Como inmunizada, sin un pelo fuera de sitio, la mano sujetando el clutch con firmeza.
Como esas mujeres valerosas que sostienen algo trascendente, una bandera o una antorcha. Gracias, Nieves.
En Love, que siempre se fija más en los trajes y accesorios, están más interesados en Penélope Cruz y Paz Vega, dos actrices portentosas.
Vega organizó junto a su marido Orson Salazar, la fiesta tras la entrega de premios, que es una razón de peso para sobrellevar la eternidad de la gala.
Asumes que atravesarás todos los agradecimientos, las pausas, los virus, la falta de agua mineral y de nutrientes para sobrevivir ese telemaratón, pero intuyes que si estás en la lista de Paz Vega todo habrá valido la pena.
Empieza a ser evidente que hay demasiada información y pocas fiestas.
Además no he podido digerir bien que Karelys, nueva estrella a la que ¡Hola! le concedió media portada la semana pasada, gestionó por whatsapps con un paparazi para que la “pillara” en su cita con Cayetano Rivera en una de las cafeterías más feas de Londres.
He leído esos mensajes, que la revista Semana publica y traduce muy bien y da la impresión que Karelys va a tener extremadamente difícil poder aclarar todo esto. Empieza, Karelys, el culebrón.
Organizar fotos que fastidian a otros a cambio de dinero me parece siniestro.
Es como una ofensa a los derechos humanos, algo de lo que tampoco sabe mucho Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, de la que todos hablan porque podría haber violado la ley europea si hubiese pisado suelo español durante su escala en Barajas.
Venezuela ya está en todas partes y parece el contagioso guion de una película de espías con Madrid como escenario.
A Delcy la pillaron, como a Karelys y el lío es mayúsculo.
Como la ciudad está plagada de venezolanos, no puedes ir a ningún sitio sin verte obligado a comentar algo.
Yo, con voz convaleciente, intento explicar que los venezolanos tenemos el ancestral hábito de llegar muy acompañados a cualquier sitio. Siempre con alguien extra.
Delcy estaba en el avión privado esperando a cambiar de aeronave, junto al ministro de Turismo venezolano que sí se quedaba en España.
Es algo que los caraqueños no podemos evitar: cuantos más, mejor. Tenemos que llegar a una casa, a un funeral, al aeropuerto o a la misma cárcel, en cambote, acompañados de lo que se llama un combo.
Y eso puede inocular virulentos problemas de casting como el que trae de cabeza al ministro José Luis Ábalos.
La fiebre puede estar afectándome, pero veo en la Y griega de estos nombres, Karelys y Delcy, un síntoma fatal.
Como para salir corriendo a comprar algo más que una mascarilla. Y si tuviese que hacerlo acompañado, prefiero hacerlo con Paz, Penélope y Nieves.
Conseguí quedarme en casa leyendo periódicos atrasados, guiones intensos y de vez en cuando, atendiendo mis redes y viendo los informativos
. La imagen que más se repitió ese día fue la de una calle en Wuhan, la ciudad china donde nació el coronavirus, completamente vacía.
Una ciudad de millones de habitantes, desierta.
Pensé que acababa de ver una de esas imágenes del futuro que en realidad es presente:
Un gigantesco sitio vacío que representa el miedo a gran escala.
Siempre ha habido plagas, enfermedades y chismes.
Es mucho lo que estamos viviendo: el impeachment de Trump, el Brexit, el coronavirus y las compras nerviosas de mascarillas en las farmacias.
Mascarillas que medio mundo usa, incluyendo los periodistas que acuden a Vancouver, en Canadá, tratando de conseguir algunas palabras de Meghan o Enrique como si fueran una vacuna milagrosa.
Pronto veremos como las mascarillas pasan a formar parte de algún estilismo en las semanas de la moda.
O de un funeral aristocrático como el de Pilar de Borbón donde resultaron imprescindibles por los virus que volaban como dagas voladoras dentro del templo.
El mundo es así, todo se asimila, todo se cruza. Todo se pega.
Por eso, en este universo caótico y viral, me asombra la capacidad de posar de Nieves Álvarez, en la alfombra roja de los Goya.
He visto su imagen en todas las revistas, desde Pronto a Love, y Álvarez está siempre igual.
Pluscuamperfecta, de verde y con joyas de Bulgari que pertenecieron a Gina Lollobrigida.
Nieves es como un mascarón de proa al que poder sujetarse cuando llegue el tsunami.
Pasará la ola y ella conseguirá estar igual.
Como inmunizada, sin un pelo fuera de sitio, la mano sujetando el clutch con firmeza.
Como esas mujeres valerosas que sostienen algo trascendente, una bandera o una antorcha. Gracias, Nieves.
En Love, que siempre se fija más en los trajes y accesorios, están más interesados en Penélope Cruz y Paz Vega, dos actrices portentosas.
Vega organizó junto a su marido Orson Salazar, la fiesta tras la entrega de premios, que es una razón de peso para sobrellevar la eternidad de la gala.
Asumes que atravesarás todos los agradecimientos, las pausas, los virus, la falta de agua mineral y de nutrientes para sobrevivir ese telemaratón, pero intuyes que si estás en la lista de Paz Vega todo habrá valido la pena.
Además no he podido digerir bien que Karelys, nueva estrella a la que ¡Hola! le concedió media portada la semana pasada, gestionó por whatsapps con un paparazi para que la “pillara” en su cita con Cayetano Rivera en una de las cafeterías más feas de Londres.
He leído esos mensajes, que la revista Semana publica y traduce muy bien y da la impresión que Karelys va a tener extremadamente difícil poder aclarar todo esto. Empieza, Karelys, el culebrón.
Organizar fotos que fastidian a otros a cambio de dinero me parece siniestro.
Es como una ofensa a los derechos humanos, algo de lo que tampoco sabe mucho Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela, de la que todos hablan porque podría haber violado la ley europea si hubiese pisado suelo español durante su escala en Barajas.
Venezuela ya está en todas partes y parece el contagioso guion de una película de espías con Madrid como escenario.
A Delcy la pillaron, como a Karelys y el lío es mayúsculo.
Como la ciudad está plagada de venezolanos, no puedes ir a ningún sitio sin verte obligado a comentar algo.
Yo, con voz convaleciente, intento explicar que los venezolanos tenemos el ancestral hábito de llegar muy acompañados a cualquier sitio. Siempre con alguien extra.
Delcy estaba en el avión privado esperando a cambiar de aeronave, junto al ministro de Turismo venezolano que sí se quedaba en España.
Es algo que los caraqueños no podemos evitar: cuantos más, mejor. Tenemos que llegar a una casa, a un funeral, al aeropuerto o a la misma cárcel, en cambote, acompañados de lo que se llama un combo.
Y eso puede inocular virulentos problemas de casting como el que trae de cabeza al ministro José Luis Ábalos.
La fiebre puede estar afectándome, pero veo en la Y griega de estos nombres, Karelys y Delcy, un síntoma fatal.
Como para salir corriendo a comprar algo más que una mascarilla. Y si tuviese que hacerlo acompañado, prefiero hacerlo con Paz, Penélope y Nieves.
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