El único propósito que me impongo en 2020 es dejar de fumar, porque nunca he fumado.
Llevo mínimo tres años pagando un gimnasio sin pisarlo porque el
lunes vuelvo seguro y no voy a pagar otra matrícula a lo tonto. Otros
dos años largos llevo con el wifi dando por saco sin llamar al
técnico porque si lo apago y lo enciendo dos veces tira otro rato y
nunca puedo estar en casa si tienen que arreglarlo. Década y media llevo
fregando a mano porque el lavaplatos no aclara y vale más arreglarlo
que comprar otro, pero me da pena tirarlo. Veinte años uno tras otro
llevo con los cuadros en el suelo porque no veo dónde colgarlos y cuando
lo veo no puedo. Miedo me da abrir las cartas del banco al sacar del
buzón meses de correo, así que las tiro cerradas porque si hubiera sido
cosa de embargarme ya me hubieran embargado. Y así con todo.
La intendencia, la logística, las gestiones, la grasa de la vida se me
va acumulando en la casa, el coche, los bolsos y las venas hasta
rebosarlas y ahogarme en medio vaso de agua.
Como tantos, supongo.
Después del examen de conciencia podría hacer propósito de enmienda
ahora que empieza el año. Pero cuando se llevan los suficientes
Años
Nuevos a la chepa, una sabe que los grandes cambios en la vida tienen
más que ver con las hostias que te da la misma que con la propia
voluntad, por muy de hierro que parezca
. Duelos, divorcios, diluvios,
esos sí te zarandean. Como que de mis dos grandes limpiezas de trastos
se encargaron dos tormentas que me anegaron el sótano.
Eso sí, cuando
noto el agua al cuello, saco genio, figura y medio cuerpo a flote hasta
la próxima debacle.
Total, que como no es cosa de atraer desgracias y
conviene ser realista, el único propósito que me impongo en 2020 es
dejar de fumar, porque nunca he fumado, y espérate tú que con el bajón
de estrógenos no empiece.
Por lo demás, el lunes compro un lavavajillas,
cambio el wifi, cuelgo los cuadros y voy al gimnasio.
Bueno, el martes, que el lunes es Reyes y estará cerrado.
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