En su autobiografía, publicada en español en junio, la cantante relata su infancia humilde y reflexiona sobre su enfermedad y el éxito.
Su mayor arrepentimiento: no haber cantado con Plácido Domingo.
Fredriksson no se corta.
No lo hace a la hora de hablar de su personalidad, a veces desbordante —especialmente cuando está encima de un escenario, ya sea cantando o actuando— y otras veces íntima, cerrada, acomplejada.
Tampoco de contar cómo la fama la sobrepasó en ocasiones, convertida en una de las mayores artistas de su país.
O cómo su infancia estuvo marcada por la escasez, pero también por la música y el dolor.
La primera etapa de su vida fue la que definió la personalidad de la artista.
Sus padres eran humildes y sus tres primeros hermanos mucho más mayores, por lo que ella se agarró a su hermana Tina, que solo le sacaba tres años.
Fueron compañeras de juegos, fumaron juntas sus primeros cigarrillos y estuvieron muy unidas hasta la reciente muerte de Marie.
Pero no toda su familia pudo disfrutar de su éxito.
Su padre, cartero rural y aficionado a la música (tocaba un violín y alquiló un piano para sus hijas), murió de un infarto con 67 años; su madre tuvo párkinson desde los 48.
"Mi padre era un excelente cantante. La música era su vida.
De haber nacido en otras circunstancias, seguro que se habría convertido en cantante de ópera", reflexiona Marie en su libro.
Pero la mayor tragedia llegó a la familia con
la muerte de su hermana Anna-Lisa a causa de un accidente de tráfico en
una carretera helada en la que chocó contra una camioneta de reparto de
leche.
Ocurrió el 11 de diciembre de 1965, cuando la joven tenía 20 años
y la pequeña Marie apenas ocho.
"Nuestro hogar se vino abajo",
recuerda. "Mi padre ya tenía problemas con la bebida antes del
accidente, pero después de él comenzó a beber aún más", reconoce.
"Yo
quería a mi padre. Pero cuando se emborrachaba decía muchas
barbaridades", explica, afirmando, eso sí, que en su casa no había
violencia.
"A veces me pregunto hasta qué punto nos ha influido el hecho
de fingir que no pasaba nada [...]. Nos hemos convertido en ese tipo de
personas que piensan que es su obligación hacer que todo el mundo se
sienta bien".
Parte de su infancia en la Suecia rural estuvo
marcada por el catolicismo.
Las hermanas cantaban en el coro de la
iglesia, algo que para ella suponía "serenidad y consuelo".
La religión
ya nunca abandonó a Marie: "Tengo una fe muy fuerte, desde pequeña, la
vivo de manera privada, es mía y está dentro de mí [...]. La fuerza que
me daba me ayudó a superar muchos momentos difíciles".
Números uno, mucho dinero ("una de las mejores cosas fue poder invitar y ayudar a personas que uno quiere"), viajes en primera clase, tantos Discos de Oro y premios que tuvieron que alquilar un almacén para guardarlos, bandas sonoras (It must have been love triunfó gracias a Pretty Woman), conciertos multitudinarios en giras por todo el mundo, noches de fiesta... pero también soledad.
La propia Marie cuenta que esa fama mundial la hizo ser "engreída" en algunas ocasiones.
Y rechazar oportunidades únicas: para los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 le ofrecieron un dueto con Plácido Domingo, pero la gran presión del momento le hizo rechazarlo.
"No podía con todo, pero lo lamento. Ahora, visto con perspectiva, me habría gustado hacerlo"
Después de tantos viajes, presión, entrevistas... a la sueca le resultaba muy difícil "desconectar y descansar".
En ocasiones, no era feliz ni en su casa ni en el camerino. "A menudo, cuando me sentaba a desmaquillarme después del concierto, empezaba a llorar.
Por el cansancio, por la soledad, por el desconcierto", explica. Incluso relata que "bebía demasiado":
"Estrés, soledad, fiesta, grandes emociones en general. Era demasiado fácil beber en exceso".
Conocer a su esposo, Micke Bolyos, la ayudó a salir de todo eso.
A formar una familia, a tener un hogar. Incluso varios: su rechazo al frío y la oscuridad les hizo comprar una casa en Marbella, a la que pensaron incluso en mudarse.
"Lo teníamos todo"
Otro día 11 le cambió la vida a
los Fredriksson.
El 11 de septiembre de 2002, "cuando se desató el
infierno". En el baño de su casa, Marie se desmayó.
Era un tumor
cerebral. Le dieron un año de vida, máximo tres.
En 2006, estaba curada
de cáncer.
En 2014 hizo una gira en solitario; un año después, con Roxette.
El tumor fue definitivo para la vida de la artista y para su carrera.
Entonces estaba cansada de Roxette y quería pasar más tiempo con su
marido y sus dos hijos, Josefin y Oscar, entonces de nueve y cinco años.
"Nunca había aparecido nada que no pudiéramos resolver", dice. Pero con
esto no podían.
Marie perdió el habla, la capacidad de expresarse: "No
era capaz de leer y no tenía memoria a corto plazo.
Había olvidado todo
lo que sabía antes". Cayó en la apatía, la depresión y la soledad, y
llegó a pensar que el cáncer era su culpa. Incluso en que debía
divorciarse y dejar a Micke libre.
Las secuelas siguieron ahí hasta el
final: no volvió a ser capaz de leer libros, periódicos ni tampoco
subtítulos, de viajar sola, de encargarse de demasiadas tareas a la vez.
Además, un pie y una pierna le molestaron durante sus últimos años de
vida.
La enfermedad la marcó también en lo familiar.
"No puedo
hablar de las limitaciones que he sentido como madre debido a mi tumor
cerebral sin empezar a llorar".
Reconoce que recurrieron a todo:
terapias alternativas, reiki, médiums.
Incluso pensaron en acudir a una
clínica de Houston (Texas, EE UU): "Estábamos hambrientos de
esperanza".
Otra de las consecuencias que sufrió fue el cambio físico
cuando tomó corticoides, de los que le recetaron la máxima dosis diaria.
Su cara cambió tanto que la gente no la reconocía por la calle.
Y
también el acoso mediático: les perseguían, se presentaban en su casa,
llamaban a sus hermanos de madrugada, difundían noticias de que su
estado de salud era peor que el que tenía.
Pese a que Fredriksson se vio "atrapada en un cuerpo enfermo", su mejor terapia siempre fue la música.
Por eso volvió a cantar y a salir de gira.
Para ella, lo más importante
fueron sus fans, y siempre, incluso en los momentos de mayor
agotamiento, de más dolor, intentó mostrarles ese amor correspondido.
Fue una vida llena de cariño, afortunada y alegre.
Una vida única.
"Espero que entiendas lo feliz y lo orgullosa que estoy", le dice Marie a
su biógrafa.
"Eso tienes que escribirlo. Feliz y orgullosa. Por
supuesto que lo estoy".
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