La actriz se convierte este viernes en octogenaria sin abandonar las tablas, por gusto y también obligada por las deudas que no logra saldar.
Tan solo se lleva unas horas de diferencia con Tina Turner y, cada una en su estilo, las dos tienen en común su excepcional energía, su dominio de los escenarios, su carrera iniciada hace más de medio siglo, sus grandes dotes como cantantes, bailarinas, actrices ……. Pero si bien la estadounidense, hoy suiza, se retiró a los 60 años, la vallisoletana Concha Velasco estrena ser octogenaria hoy grabando una nueva temporada de Las chicas del cable, afrontando la dura y larga gira del espectáculo teatral El funeral (con texto de su hijo Manuel), presentando el mítico programa de Televisión Española Cine de barrio, preparando una especie de memorias y a punto de empezar los ensayos de la nueva obra teatral La habitación de María, de Manuel M. Velasco, que pondrá en pie José Carlos Plaza, su director teatral fetiche.
“Si fuera rica no trabajaría tanto, pero necesito dinero, vuelvo a tener deudas y a cambiarme de casa por enésima vez”, dice.
Y eso de que no trabajaría de no tener tanto gasto, no es que sea mentira, que lo es, pero no es precisamente cierto.
Y si se le dice a la cara, se ríe abiertamente, con esos ojos llenos de luminosidad, como una niña a la que le han pillado diciendo que no le gusta el chocolate, mientras le rebosa un enorme bombón por la comisura de los labios.
Sabe que le cuesta mucho decir “no”.
Le apasiona su oficio.
Pero está deseando parar unos días el rodaje, no para tumbarse a la bartola, sino para colocar el árbol de Navidad y la casa para las fiestas, entre otras cosas porque su nieto de 11 años le asegura que aún cree en Papá Noel y en los Reyes Magos.
Un nieto que desde que empezaba a balbucear palabras la llamaba “la abuela guapa”.
Una abuela que a la edad que tiene hoy el chaval empezó a estudiar ballet clásico, danza española y solfeo.
Era adolescente cuando comenzó a trabajar y se llamaba Conchita Velasco, aunque en 1977 pensó que ya era mayor y pasó a llamarse Concha.
“En este programa he envejecido dignamente porque, como no me opero, me permiten dejar de enseñar las varices, la artrosis de una mano, o el cuello…, me tratan de maravilla”, cuenta
“Llevaba preparada para cumplir 80 desde hace mucho, la ilusión de mi vida era poder llegar a los 80, ser abuela, disfrutar en la medida de lo posible…, pero ahora que están aquí ya no me hace tanta gracia, me pilla más o menos bien de salud, pero algo coja”. Con lo que han sido esos muslos.
Los más admirados y envidiados de la profesión.
Ella decía que los tenía así porque se sentaba en el suelo, con las piernas rectas, e intentaba andar con los glúteos. “Ahora ya no puedo, vivo sola, aunque tengo a mis hijos enfrente…, me puedo poner en el suelo, pero si lo hago ya no me puedo levantar”, dice tronchándose de risa.
“Ahora los muslos están más blanditos, pero la forma aún la conservo muy bien”, comenta llena de alegría.
“Es que estoy muy contenta, tengo 80 años, tengo un pisito pequeño y mono junto a mis hijos, pero cada uno en su casa, cosa que con mi oficio se agradece”.
Tiene claro que es inevitable hacer balance. Pero hay muchas maneras de afrontarlo.
Ella demuestra estar llena de recuerdos buenos de un pasado muy rico en amigos, en familia, en vivencias.
“La vida eterna es recordar a los seres queridos, he perdido a muchos, pero es lo que hay”, señala la actriz quien se ha llevado un buen mazazo el sábado pasado con la muerte de su gran amiga y compañera Asunción Balaguer.
De ideología socialista y de religión católica: “A veces me dicen ‘¿y esto cómo se come?’
Pues divinamente. He llegado a los 80 con unas convicciones muy claras.
Encima he tenido la suerte de pedir perdón a tres hombres muy importantes en mi vida, a los que he hecho daño voluntariamente. Los tres están vivos, pero ni sueñes que te diga quienes son; incluso a mi marido Paco Marsó, ya fallecido, porque igual su vida fue equivocada porque yo le obligué a que lo fuera.
Eso sí a los que me han hecho daño a mí se han convertido en invisibles”.
Mientras, continúa acariciando proyectos y lloviéndole premios, muchos de los cuales no puede ni recoger porque está trabajando.
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