Crecí bajo el franquismo y durante años envidié a los ciudadanos de
países con derecho al voto. Hoy puedo decir que la vida me ha colmado
esa ilusión.
ME VOY A ARREPENTIR de publicar este artículo, lo sé, porque van a
atizarme de todas partes, y porque, además, es posible que haya
opiniones contrarias que me hagan dudar: así de confuso es el momento
que vivimos.
Confuso y desalentador.
E incluso un poco grotesco. De
todos los chistes que han proliferado tras la cansina convocatoria de
nuevas elecciones, el que más gracia me ha hecho es ese que dice: “¿Qué
hacéis ya con más frecuencia? Votar: 79%. Follar: 21%”.
Los españoles
siempre hemos sido proclives a relacionarlo todo con el sexo, y más aún a
la hora de hacer chirigotas.
No todas las culturas son así; en muchos
otros países son más puritanos.
Nuestro sentido del humor, en cambio,
está lleno de connotaciones sexuales, a veces tan agudas como ésta.
Porque en apenas seis meses y medio muchos españoles iremos tres veces a
votar.
Que cada cual haga sus cuentas. Sobrecoge la cantidad, en
cualquier caso.
Desde 2015 hemos tenido cuatro convocatorias generales
y otras diez elecciones de diversos niveles.
Nací y crecí bajo el
régimen de Franco y durante años envidié con toda mi alma (y con toda
razón) a los ciudadanos de los países con derecho al voto.
Hoy puedo
decir que la vida me ha colmado esa ilusión de una manera ubérrima (hay
que tener cuidado con lo que se desea, ya se sabe).
Ironías aparte, lo
cierto es que haber vivido en una dictadura me educó en el respeto a las
urnas.
Ni siquiera ahora, cabreada como estoy, dejo de apreciar la
importancia del sistema electoral.
Veo a mi alrededor a los votantes de
las diversas izquierdas tan quemados (muchos son amigos muy cercanos)
que prometen con furibundo énfasis abstenerse el 10 de noviembre.
Entiendo su enfado y están en su derecho, pero que quede claro que,
aparte de liberar algo de su ira, con la abstención facilitarán que
llegue al poder esta derecha tan zafia (recordemos a Vox reventando el minuto de silencio por una mujer asesinada
con la pancarta de “la violencia no tiene género”: esta gente feroz no
respeta nada).
La abstención no te libra de participar en el circo
electoral; abstenerse o votar en blanco es otra manera de votar. Es un
apoyo directo para el equipo contrario.
A mí me recuerda ese viejo dicho: “Para que mi capitán se fastidie, no como rancho”.
Las urnas mostraron una sociedad fragmentada, lo cual no está mal,
porque el bipartidismo es demoledor.
Pero claro, ese panorama no está
mal si los políticos son capaces de actuar con madurez, con
entendimiento del bien común y con espíritu de servicio al Estado, y no
como en una guerra de bandas para ver quién araña más poder personal.
Estoy harta de los reproches cruzados de la izquierda, ese y tú más
de patio de colegio, fuiste tú quien no me quiso y yo he sido un santo.
Fue una pena que no saliera adelante aquella oferta de Sánchez de una
vicepresidencia, tres ministerios y pactos de Gobierno, pero, en fin,
está claro que el líder del PSOE tampoco ha sabido estar a la altura.
No
han llegado a un acuerdo y esto es desesperante e imperdonable.
Pero no perdamos el tiempo en reproches; tenemos que hacer algo, algo
definitivo, para salir de este repetitivo día de la marmota en el que
nos hemos instalado.
Lo ideal sería que se renovaran todos los líderes,
pero, como eso es más que improbable, sólo veo tres resultados
electorales.
Uno: la izquierda se entrega a su natural tendencia autodestructiva,
abandona en masa y permite que esta derecha tremenda se quede con todo.
Se me abren las carnes de sólo pensarlo
. Dos: volvemos a votar todos lo
mismo y seguimos marmoteando dentro de un atasco colosal; porque
podrían y deberían pactar, por supuesto, pero ya no confío en que esta
gente sea capaz de hacerlo (salvo Errejón, que es nuevo y le concedo el
beneficio de la duda). Y tres: el PSOE consigue votos suficientes para
formar Gobierno, en solitario o quizá con Más Madrid.
Creo que es el
único partido con posibilidades de lograrlo; también creo que los diez
primeros meses de su Gobierno fueron interesantes (aunque ahora ya casi
se me han olvidado).
Y pienso, en fin, que las otras opciones son
peores. Puedo arrepentirme de publicar este artículo, sí, pero me
arrepentiría más si me callara mientras la izquierda cede a la rabieta y
se suicida.
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