Ella decía: “¿Viste a la niña esa? ¡Qué histérica, qué loca, daba miedo!”. Se refería, claro está, a Greta Thunberg en su intervención ante la ONU.
Y añadió: “De verdad, ¡era como la niña de El exorcista! ¡Y la llevaron en velero hasta allí! ¡Qué ridiculez y qué mentira!”. Hablaba a voz en grito para que se enterara todo el mundo, con esa vacua complacencia de los ignorantes que adoran alardear de su ignorancia.
Este es un caso extremo, pero me inquietó aún mucho más la opinión de una de las personas que más quiero, una amiga extraordinariamente inteligente, culta y muy prudente, que tras el discurso de Greta me escribió un mensaje que decía: “Este discurso me suena un poco hueco.
Lee pero llora. Demasiado preparado para ser un momento emotivo real.
Temo que estemos asistiendo a la creación de un nuevo producto de marketing”.
Ya se ha dicho en los medios, pero me parece que hay que repetirlo, porque se ve que el mensaje no cala lo suficiente.
Greta tiene asperger, un síndrome del espectro autista.
La gente suele creer que los autistas no experimentan emociones. Nada más erróneo. Lo que es distinto en ellos es, digamos, su lenguaje emocional.
No saben captar y entender los sentimientos de los demás, y gestionan los propios dificultosamente. Y así, pueden parecer fríos como el hielo, o pueden caer en ataques emocionales aparatosos en donde su aguda desesperación y su sufrimiento se manifiestan de manera extrema (muchos niños autistas experimentan estas crisis, para dolor de sus padres).
Recomiendo leer Mírame a los ojos, de John Elder Robinson, y, sobre todo, el maravilloso Nacido en un día azul, de Daniel Tammet, dos libros de dos autores que tienen este síndrome y que explican muy bien cómo se sienten.
Greta lloró de verdadera y angustiada frustración.
Precisamente lo que no puede hacer un asperger es fingir, aparentar y mentir, como creía mi amiga. Greta lloró de verdadera y angustiada frustración.
La inteligentísima Thunberg (sin duda es una superdotada, como sucede con bastante frecuencia con los asperger) ha debido de estudiarse absolutamente todo sobre el cambio climático, porque este síndrome también implica un carácter obsesivo.
Y el caso es que, si realmente te atreves a informarte de lo que sucede, la situación resulta aterradora.
Greta no puede entender que, ante la evidencia de una catástrofe en marcha, la gente no actúe en consecuencia.
Ella es de una coherencia tan absoluta que a las personas mal llamadas normales, con nuestra moral bastarda y nuestra chapucera manera de vivir, nos parece inhumana.
No la comprendemos y por eso pensamos que está fingiendo (que es lo que hacemos nosotros).
Pero Greta arde de autenticidad, es un puro aullido de desesperación y de incredulidad ante nuestra ceguera.
Porque estamos ciegos.
El cambio climático es algo tan sobrecogedor, tan inmenso e inmanejable que llevamos décadas ignorando las señales. La verdad es que lo entiendo: se trata de un recurso psicológico de defensa ante la angustia (algo que la mente de Greta, por cierto, no puede hacer).
Pero el problema es que ya no podemos seguir empleando esta estrategia del avestruz.
Como bien dice o más bien grita Thunberg, se nos ha acabado el tiempo. El colapso ambiental está aquí, se nos echa encima como una avalancha, como demuestra de modo espeluznante El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento, de David Wallace-Wells, número uno en la lista de The New York Times. Ya no tenemos más remedio que reaccionar.
En cuanto a lo de “llevarla en velero”, como decía mi chillona vecina de asiento, resulta que los vuelos de avión contaminan muchísimo: y ahí estábamos las dos en el aeropuerto.
Yo vuelo tanto que debo de haber ensuciado más el planeta que un cohete de la NASA (me lo tomo en serio e intentaré reducir sustancialmente); pero Greta, que no participa de nuestro talante contradictorio y confuso, tenía que ir en velero, por coherencia y para dar ejemplo. ¿Que parecía la niña de El exorcista?
Perdona, querida: me temo que estamos en una película de terror, pero no es esa.
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