Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 sept 2019

Nicolas Mathieu: “La escritura me permite devolver puñetazos”

El escritor francés ganó el año pasado el Goncourt con ‘Sus hijos después de ellos’, crónica de la decadencia industrial que vendió más de 400.000 ejemplares y lo convirtió en estrella literaria.

 

 
 
 
El escritor francés Nicolas Mathieu.
El escritor francés Nicolas Mathieu. EDITORIAL ALIANZA
Durante años, Nicolas Mathieu (Épinal, Francia, 1978) se levantó a las cinco de la madrugada para poder escribir antes de dirigirse al trabajo. 
De extracción humilde, hijo de un mecánico y una contable, alternó oficios precarios que lo llevaron a sufrir un burnout (trastorno de agotamiento laboral). 
Todo cambió al ganar el Goncourt con su segunda novela, Sus hijos después de ellos, crónica de la decadencia industrial francesa que vendió más de 400.000 ejemplares.
 Eso no impide que siga creyendo que la clase social marca nuestro destino.
 “Casos como el mío no pueden servir de coartada. El determinismo no es una opinión, sino un hecho”, relata desde su casa en Nancy, en el este de Francia, entre cajas que sugieren una mudanza reciente.

PREGUNTA. ¿El Goncourt le ha cambiado la vida?
RESPUESTA. A todos los niveles. En lo económico, tras haber tenido trabajos humillantes para poder seguir escribiendo, por fin me puedo relajar.
 Además, la gente te empieza a escuchar de otra manera.
 Sobre todo, el lector burgués, que tanto cree en las instituciones. Ahora tengo que medir mis palabras. 
Es como pasar de usar una escopeta de feria a una ametralladora. Te preguntas qué hacer con la legitimidad que se te ha adjudicado.
P. ¿El éxito puede dar mala conciencia?
R. Totalmente. Recibí una educación religiosa, así que estoy predispuesto a sentir esa culpa. 
Tengo una sensación de impostura y me da miedo aburguesarme y olvidarme de dónde vengo y de la gente de la que hablo.
P. La novela alterna un relato de iniciación bastante clásico con una dimensión documental y política. ¿De dónde surge esa mezcla?
R. La llevo dentro.
 Cuando uno escribe no lo puede elegir todo a conciencia.
 Siempre digo que uno escribe lo que puede. 
Y lo que yo puedo escribir es esto: un relato muy novelesco, pero corroído por la sociología, por un esfuerzo de restituir la realidad…

P. Ofrece una representación literaria de la clase obrera poco habitual: ni la ennoblece, ni la ridiculiza.
R. Vengo de la novela negra, donde el obrero nunca fue ni un crápula, ni un santo.
 No tengo motivos para idealizar a la clase obrera, la conozco bien. Le encuentro circunstancias atenuantes para casi todo. 
Pero, a la vez, no creo en esa “decencia común” de la que habló Orwell. Todos los grupos sociales pueden ser detestables. 
 Hablo de este porque es el que conozco.
P. En el cuerpo de sus personajes se ven las marcas de la política económica de las últimas décadas, una idea que retoma Édouard Louis en su nuevo libro.
R. Para mí, ese es un elemento central.
 Los cuerpos que describo están atravesados por el deseo, el odio y la ira, pero también por la historia, la economía y la política. 
Mi padre está enfermo.
 Cuando veo su cuerpo, observo los efectos de todos esos factores. Los veo también en las manos de mis tíos y en el cáncer de mi madre. 
Constato que el mundo actúa sobre nuestras células.
P. ¿Por qué se marchó de su región natal y terminó volviendo?

R. Sentía vergüenza de mi familia. Idealizaba a las de mis amigos de la escuela privada, que tenían cuadros en el comedor y parqué en el suelo. 
Como puede ver, esos son los códigos que he reproducido: no vivo entre muebles rústicos y azulejo como mis padres.
 Yo me avergonzaba de mi padre, de lo que pudiera decir o hacer en público. Hoy me avergüenzo de haber sentido vergüenza…
P. ¿Cuándo terminó ese sentimiento?
R. Al descubrir la sociología, entre los 20 y los 25 años. La estructura social, las relaciones de dominación, la forma en la que uno interioriza su posición subalterna. 
Fue como quitarse unas gafas convexas y ponerse otras cóncavas. Un incendio de ira que no se ha extinguido.
P. Es paradójica la fascinación francesa por la burguesía, siendo el país que quiso abolir los privilegios…
R. Pese a estar obsesionados con la revolución, somos una sociedad muy aristocrática. 
Flaubert describió a la perfección ese proceso por el que la burguesía se erige en nueva aristocracia.
 En el fondo, por eso quisieron la revolución: para poder ocupar su lugar. 
Tras el discurso de la igualdad y la meritocracia se encuentra una máquina de reproducción de las desigualdades.
P. ¿Escribe por venganza social?

R. Totalmente. En el origen de mi escritura hay pasiones tristes, como el enfado y la revancha.
 Y no solo respecto a las cuestiones de clase.
 Aspiro a vengarme de lo que nos hace la vida, de lo que la vida ha hecho al cuerpo de mi padre. 
La escritura me permite devolver puñetazos. Al escribir, me siento menos víctima.
P. El libro también describe la transformación ideológica de su región, bastión comunista que hoy se ve tentado por la ultraderecha. ¿Cómo lo explica?
R. Quería que fuera un ruido de fondo, sin juicios morales ni posturas intelectuales. 
Mi explicación es sencilla: el liberalismo. Sin apoyar ni un nanosegundo a la extrema derecha, creo que un comunista que vota al Frente Nacional lo hace porque ha perdido su trabajo y reclama una protección económica e identitaria.

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