Escritores latinoamericanos debaten sobre el impacto en la creación de las crisis políticas de sus países en un festival celebrado en la isla de La Palma.
“La literatura nos ha consolado (un poco) de toda la tristeza”, dice
Gioconda Belli, nicaragüense, bajo los laureles que emigrantes enviaron
de Cuba a Los Llanos de Aridane, en la isla de La Palma, en testimonio
de gratitud por el país que los acogió en el siglo XIX. Ella viene de
una nación herida.
Como el colombiano Héctor Abad Faciolince, como los venezolanos José Balza, Juan Carlos Chirinos o Rodrigo Blanco Calderón, como el mexicano Gonzalo Celorio, o como los peruanos Alonso Cueto y Mario Vargas Llosa.
El autor de Conversación en La Catedral, novela que cumple 60 años, gran exponente de la literatura sobre la herida americana, es también el centro de la reunión a la que vienen.
En torno a él se reúnen además Nuria Amat, Elsa López, Carme Riera, Alexis Ravelo, Fernando Aramburu y Karla Suárez, entre otros, en el segundo Festival Hispanoamericano de Escritores, que dirigen Juan José Armas Marcelo y Nicolás Melini con el patrocinio de la cátedra que lleva el nombre del Nobel, el Ayuntamiento de Los Llanos y el Cabildo. La población se volcó. La plaza donde se les escuchó desde el lunes —el festival se clausura mañana— contribuyó a sentirse en el centro de América.
En ese clima responden a una cuestión: ¿cómo marca la escritura la herida que sufre América en los siglos recientes? Belli:
“Esta es la región donde ha habido más crimen contra la mujer; pero también ha habido nueve presidentas.
Y muy fuertes reivindicaciones masivas de mujeres. Y aquí nació lo real maravilloso.
No todo es mala noticia o herida en América”.
“La literatura no es la única buena noticia”, corrobora tajante Héctor Abad. “En Europa discutían si podían recibir en Italia barcos con desesperados.
Colombia recibió a un millón y medio de venezolanos.
Y no hay un ataque de xenofobia... Nuestra crisis es la crisis de las buenas personas, la gente capaz de acoger millones de personas. ¿Qué país extranjero hace eso?”.
“América Latina”, dice Cueto, “es un territorio conflictivo por excelencia, y el conflicto es la materia prima de un narrador.
La literatura es el ejemplo de la renovación y de la cohesión de América.
En México, en Argentina (¡las crónicas de Leila Guerriero!), en Colombia (¡el extraordinario El olvido que seremos!).
Y la obra de Sergio Ramírez”. (Por enfermedad, como el nobel Le Clézio, que leyó por vídeo una narración sobre el mar, el Cervantes nicaragüense no pudo acudir).
“La política ha sido terrible, lo sigue siendo; la hemos sobrevivido”, dice Belli, “gracias a la literatura, ¡ha sido un amuleto!”.
Como el colombiano Héctor Abad Faciolince, como los venezolanos José Balza, Juan Carlos Chirinos o Rodrigo Blanco Calderón, como el mexicano Gonzalo Celorio, o como los peruanos Alonso Cueto y Mario Vargas Llosa.
El autor de Conversación en La Catedral, novela que cumple 60 años, gran exponente de la literatura sobre la herida americana, es también el centro de la reunión a la que vienen.
En torno a él se reúnen además Nuria Amat, Elsa López, Carme Riera, Alexis Ravelo, Fernando Aramburu y Karla Suárez, entre otros, en el segundo Festival Hispanoamericano de Escritores, que dirigen Juan José Armas Marcelo y Nicolás Melini con el patrocinio de la cátedra que lleva el nombre del Nobel, el Ayuntamiento de Los Llanos y el Cabildo. La población se volcó. La plaza donde se les escuchó desde el lunes —el festival se clausura mañana— contribuyó a sentirse en el centro de América.
En ese clima responden a una cuestión: ¿cómo marca la escritura la herida que sufre América en los siglos recientes? Belli:
“Esta es la región donde ha habido más crimen contra la mujer; pero también ha habido nueve presidentas.
Y muy fuertes reivindicaciones masivas de mujeres. Y aquí nació lo real maravilloso.
No todo es mala noticia o herida en América”.
“La literatura no es la única buena noticia”, corrobora tajante Héctor Abad. “En Europa discutían si podían recibir en Italia barcos con desesperados.
Colombia recibió a un millón y medio de venezolanos.
Y no hay un ataque de xenofobia... Nuestra crisis es la crisis de las buenas personas, la gente capaz de acoger millones de personas. ¿Qué país extranjero hace eso?”.
“América Latina”, dice Cueto, “es un territorio conflictivo por excelencia, y el conflicto es la materia prima de un narrador.
La literatura es el ejemplo de la renovación y de la cohesión de América.
En México, en Argentina (¡las crónicas de Leila Guerriero!), en Colombia (¡el extraordinario El olvido que seremos!).
Y la obra de Sergio Ramírez”. (Por enfermedad, como el nobel Le Clézio, que leyó por vídeo una narración sobre el mar, el Cervantes nicaragüense no pudo acudir).
“La política ha sido terrible, lo sigue siendo; la hemos sobrevivido”, dice Belli, “gracias a la literatura, ¡ha sido un amuleto!”.
El problema, afirma Celorio, es que a tan gran literatura “no se
corresponde un nivel máximo de lectores... Y ese es el problema de
América, el de la receptividad cultural”.
“Y la represión”, añade Belli.
“El enorme retroceso en las libertades en Nicaragua y Venezuela, donde
se reparte vivienda o comida según seas afecto al régimen”
¿Hay esperanza en México?
Un largo silencio fue la respuesta de
Celorio. Belli le pone palabras: “En Nicaragua hubo el año pasado una
esperanza, pero la represión de Ortega y Murillo nos tiene
inmovilizados. ¡No se puede hacer ni una misa sin represores!”. Tras su
silencio, Celorio habla de una buena noticia: la literatura de mujeres
en América. Citan ambos: Rosa Beltrán, Mónica Lavín, Leila Guerriero,
Samantha Schewblin... Y hombres, claro: Juan Gabriel Vásquez, Martín
Caparrós....
¿Y Venezuela? José Balza, de los grandes poetas del español, no
quiere asociar “noticia” a “literatura”. “La literatura es algo que
perdura, ilumina cada vez una zona no prevista”.
¿Qué dice su propia literatura de Venezuela?
“Creía que estaba diciendo lo que está ocurriendo hoy, una guerra entre hermanos.
Esa cosa fratricida pertenece al ser humano de toda la vida... Es tan doloroso, tan miserable, casi parece increíble.
Las ciudades no tienen transporte, las calles están rotas, no hay agua ni electricidad...
Todo ha sido destruido por una falsa idea de una sociedad perfecta, solidaria. Incierto.
Es otra vez por dinero, por poder, esas cosas inexplicables del ser humano”.
Sí, hay gran literatura en América. “Y también toneladas de literatura inane”.
Chirinos y Blanco Calderón, el último premio Vargas Llosa, sus paisanos, son efecto de la diáspora; sus obras se expanden en otros territorios, y se escribe y publica mucho.
“Pero el venezolano de a pie”, dice Chirinos, “no puede percibir ese efecto porque está padeciendo cosas más inmediatas: el hambre, la escasez, la delincuencia, el desgobierno”.
Blanco Calderón ve la realidad de América “difícil, decepcionante, pero con el paso de los años los lectores latinoamericanos van encontrando espacios, islas de sentido, pausas que permiten decir: todo este desastre que me rodea no sé si se justifica o se salva por estos momentos en que puedo leer una novela”.
Cuando se les pide a ambos que lleven hacia un autor o un libro expresan una coincidencia: la poesía de Rafael Cadenas o, como símbolo, aquel País portátil de Adriano González León. América, país escribiendo siempre como en una máquina portátil.
Esta vez bajo los laureles de Los Llanos de Aridane.
¿Qué dice su propia literatura de Venezuela?
“Creía que estaba diciendo lo que está ocurriendo hoy, una guerra entre hermanos.
Esa cosa fratricida pertenece al ser humano de toda la vida... Es tan doloroso, tan miserable, casi parece increíble.
Las ciudades no tienen transporte, las calles están rotas, no hay agua ni electricidad...
Todo ha sido destruido por una falsa idea de una sociedad perfecta, solidaria. Incierto.
Es otra vez por dinero, por poder, esas cosas inexplicables del ser humano”.
Sí, hay gran literatura en América. “Y también toneladas de literatura inane”.
Chirinos y Blanco Calderón, el último premio Vargas Llosa, sus paisanos, son efecto de la diáspora; sus obras se expanden en otros territorios, y se escribe y publica mucho.
“Pero el venezolano de a pie”, dice Chirinos, “no puede percibir ese efecto porque está padeciendo cosas más inmediatas: el hambre, la escasez, la delincuencia, el desgobierno”.
Blanco Calderón ve la realidad de América “difícil, decepcionante, pero con el paso de los años los lectores latinoamericanos van encontrando espacios, islas de sentido, pausas que permiten decir: todo este desastre que me rodea no sé si se justifica o se salva por estos momentos en que puedo leer una novela”.
Cuando se les pide a ambos que lleven hacia un autor o un libro expresan una coincidencia: la poesía de Rafael Cadenas o, como símbolo, aquel País portátil de Adriano González León. América, país escribiendo siempre como en una máquina portátil.
Esta vez bajo los laureles de Los Llanos de Aridane.
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