Balenciaga y Celine monopolizan la atención en la pasarela de París con dos formas opuestas de entender la moda.
- Hasta hace poco, lo que se entendía por un desfile memorable -ese que permanecía como el más relevante de la temporada- estaba claramente delimitado: vestidos de ensueño primorosamente ejecutados, una localización monumental y música épica -a poder ser clásica- que elevase el espíritu de los asistentes.
- Muchas marcas siguen ancladas en este formato: a algunas, como Hermès, les funciona; a otras -Ralph & Russo- no tanto. Pero Demna Gvasalia, director creativo de Balenciaga, volvió a demostrar este domingo en París que otra belleza más allá del volante de tul y las flores bordadas es posible.
- Que la poética de la cotidianeidad que transmiten sus prendas -chándales, trajes de chaqueta que parecen sacados del armario de un vigilante de seguridad, pendientes con forma de tarjeta de crédito- consigue suscitar muchas más emociones que el enésimo vestido de cuento de hadas.
- Que la moda ha llegado a 2019 y a su diversa y convulsa realidad estética.
- El diseñador incide en los códigos que ya ha convertido en seña de identidad y best sellers de Balenciaga.
- A saber: vestidos drapeados con botas-panty a juego; y americanas y abrigos de hombreras desproporcionadas, que hacen que las prendas parezcan colgadas de una escuadra.
- Pero, de cara a la próxima temporada primavera-verano, decide abrazar el vestido de noche, aunque sacándolo de su contexto tradicional, con faldas esféricas en terciopelo y lamé. Para mostrar sus prendas, el diseñador ideó una espiral a modo de pasarela por donde hizo desfilar a bellezas menos ortodoxas con hombres bien entrados en años y míticas tops como Nadja Auerman.
- Algunos de ellos, lucían prótesis faciales -en labios y pómulos- que llevaban un paso más allá la obsesión de Gvasalia por deformar las proporciones naturales.
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Otro maestro en el arte de leer los nuevos anhelos y deseos de la calle es Hedi Slimane.
Los detractores su trabajo al frente de Celine -y de la colección con la que debutó en el cargo hace seis meses- no tienen que devanarse mucho los sesos para seguir en sus trece.
La propuesta que el francés presentó el viernes podría ser blanco de las mismas críticas que recibió la primera. En opinión de algunos, como la editora de moda del New York Times Vanessa Friedman, se trata otra vez de una interpretación demasiado literal de la estética burguesa de finales de los setenta.
Solo que en esta ocasión con un espíritu ligeramente hippie que sitúa las prendas más cerca de la soleada California que de la capital francesa.
Aunque muchos de sus diseños parecen haber saltado directamente de Amor después del mediodía (1972), la película de Éric Rohmer, a la pasarela.
Los hechos y las cifras de venta están sobre la mesa. Esa estética neoburguesa que Slimane recuperó de los archivos de la casa Celine se ha convertido en una de las tendencias más fuertes del último lustro y hoy está presente en todas partes: del último desfile de Prada a la colección experimental de Y / Project, pasando, cómo no, por cualquier cadena fast fashion que no quiera perder este tren bala.
Slimane ha creado esta corriente y quiere navegarla a bordo de maravillosas botas de tacón alto, pantalones vaqueros de pata de elefante, blusas de enorme lazada en el cuello, vestidos camiseros con la cintura marcada y chalecos y pellizas de punto.
Haider Ackermann sigue en estado de gracia y continúa profundizando en su sastrería incontestable y contemporánea, tocada con pequeñas asimetrías y, en esta ocasión, con referencias orientales que se dejan sentir en cinturones obi estampados con flores.
Los pantalones y las chaquetas juegan a abrazarse a la cintura como si incorporasen otra prenda atada; algunas americanas pierden las mangas, y otras lucen cortes y troquelados en la cadera más propios de prendas de noche.
Todo es poderoso, pero de una forma sutil e impecablemente ejecutada, como el mejor Armani al principio de su carrera.
En Hermès, su directora creativa, Nadège Vanhee, reivindica más que nunca el lujo de la sencillez, a través de prendas que, más allá de allá de las imágenes de Instagram, descubren todo su valor en el plano corto y analógico.
Solo así es posible admirar el increíble trabajo artesanal que esconden sus abrigos, en los que el lino da paso al cuero, o las faldas de piel con plisados elaborados mediante técnicas importadas de la marroquinería.
Las modelos visten largos delantales y cortísimos shorts, sandalias planas de tiras y chaquetas donde los bolsillos se separan de la prenda mediante un juego de arneses
. No es una colección, en definitiva, pensada para habitar en las redes sociales, pero casi dos siglos de historia confirman que en Hermès lo que mejor funciona es el contacto piel con piel.
Por exceso y por defecto
Los desfiles de Thome Browne ya son famosos por su teatralidad.
Esta vez elevada a un nivel historicista al tomar como referente los miriñaques y corsés versallescos y mezclarlos con los tejidos y algunos elementos de la sastrería masculina que lo han hecho famoso, como las cinturas de pantalones y los cuellos de camisas.
Una fantasía sin ninguna traducción comercial, pero muy provocativa como ejercicio visual
Mucho menos estimulante resultó la presentación de la firma estadounidense Altuzarra: una sucesión de coloristas trajes de chaqueta, vestidos camiseros y conjuntos de punto, donde la maestría en el uso del color perduraba en la retina mucho más tiempo que las propias prendas.
Quizá para evitar este efecto, el libanés Elie Saab insistió y subrayó las claves de su colección para la próxima temporada -vestidos troquelados, túnicas vaporosas, incrustaciones en pedrería- declinando estas propuestas en una infinita variedad de alternativas.
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