La hermana pequeña de la reina Letizia era una mujer muy especial, la que más trato tuvo con los periodistas después de la boda.
Dejó su trabajo en una editorial porque creía que le venía grande.
Érika Ortiz, en la boda de su hermana Letizia. (EFE)
Érika Ortiz Rocasolano era la pequeña de la casa.La más dulce y la que tuvo más relación con los periodistas una vez que el huracán Borbón formó parte de la familia.
La boda de su hermana Letizia con el príncipe Felipe supuso un cambio radical para todos ellos.
Y más para Érika, que aparentemente era la más vulnerable de las tres y también la menos perfeccionista.
En Oviedo los conocidos y amistades de la abuela Menchu las tenían clasificadas cuando se referían a ellas y no se acordaban de sus nombres.
Eran la lista (Letizia), la guapa (Telma) y la bohemia (Erika).
Cada una marcada por su vida académica y laboral.
Este 7 de febrero se cumplían doce años de su desaparición, que conmovió no solo a sus amigos y conocidos sino a todo el mundo cuando se supo de la tragedia.
Ella estaba acompañada de Antonio Vigo, que nunca quiso apropiarse de una fama colateral que le podía haber venido bien, como sí hizo años después Telma al aceptar un puesto que no existía y creado para ella en el Ayuntamiento de Barcelona.
En el caso de la pequeña Ortiz había estudiado Bellas Artes, igual que Antonio Vigo, el padre de su hija Carla.
La joven ha sido invisible hasta que cumplió la mayoría de edad el año pasado y a partir de ese momento ha querido compartir con sus seguidores parte de su vida.
Lo último ha sido una carta muy emotiva dirigida a su madre en el aniversario de su muerte.
Desde que falleció Érika, Vigo tenía muy claro que su hija solo tenía que estar bajo su manto protector, como así ha sido.
Una vez que cumplió los 18 años, ha sido ella la que ha elegido dar el paso y publicar sus inquietudes, gustos y aficiones en su Instagram.
Su padre sigue manteniendo ese anonimato del que nunca quiso salir. Es profesor en Aranjuez, forma parte del grupo Pro Arte y ha recibido premios por su trabajo como artista.
El último ha sido del Gobierno chino en la exposición Internacional de Escultura WUHU.
Érika no tuvo tiempo para desarrollar su faceta estrictamente artística.
Los que sí conocieron su obra (nunca expuesta) decían que tenía talento.
Cuando se le preguntaba por ese tema prefería pasar de largo. Pensaba que cualquier cosa que hiciera tendría repercusión por ser la 'hermanísima', un estatus que nunca utilizó.
Después paso a ser 'erikísima' para la prensa y en vez de enfadarse, añadía ese aumentativo al periodista que así la había bautizado.
Los lunes cuando llegaba y aún no se había caldeado el edificio se quitaba los zapatos y se colocaba unos patucos de lana, que contaba le había tejido la madre de una amiga.
En ese trabajo tuvo que organizar varias presentaciones.
Se echó a llorar
Una de ellas fue en el Casino de Madrid de la calle Alcalá. Recibía a los invitados junto a los grandes jefes italianos.No lo pasó bien en los saludos porque desconocía el nombre de muchos de los convocados y tuvimos que ser los periodistas los que la íbamos apuntando.
Una de las informadoras fue Paloma Gómez Borrero, que unos meses después se encargó de enseñarle el Vaticano como solo ella sabía hacerlo.
Una mañana se quedó dormida en el hotel y no llegó a la visita privada con el enfado de la periodista y del resto del grupo.
En el almuerzo posterior, Érika estaba tan agobiada que se echó a llorar ante el asombro de los presentes.
A diferencia de sus hermanas, esta vulnerabilidad que no supo o no pudo superar la acompañó durante los últimos años.
Como decía su hija, Carla Vigo, en su carta de aniversario: “A veces pienso qué te hicieron. Yo sé que no eras tú y que, si hubiese sido por ti, no hubiese cambiado nada”.
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