De sirenas y otras cosas curiosas vistas en la playa Por: Isidoro Merino
CARLA BRUNI
Confieso que me he llevado un disgusto. Según un informe publicado la semana pasada por The National Ocean Service (un comité científico que depende del Gobierno de Estados Unidos) y recogido en medios como la cadena británica BBC, las sirenas no existen.
En realidad, el informe no dice que no existan, sino que, más allá del mito, “jamás se ha encontrado una prueba de su existencia”.
Una controvertida teoría pseudocientífica, nacida al calor de la New Age, asegura que tras el mito de las sirenas podría encontrarse alguna especie desconocida de homínido adaptada al medio acuático.
Como soñar no cuesta, yo prefiero la sirena de Splash (1984), aunque sea de mentirijillas.
Salvo en la literatura o el cine, nadie se ha encontrado con una sirena (o sireno) varada en la playa.
En estos monstruosos cefalópodos está el origen de las leyendas sobre el Kraken, capaz de arrastrar al fondo del mar a un barco con su tripulación.
No son los únicos misterios que esconden los mares. Estos extraños seres cubiertos de lodo fueron vistos el verano pasado en la playa de San Pedro del Pinatar (Murcia).
En la playa de Papakolea,
en Hawai (EE UU), las arenas son de color verde por los cristales de
olivino depositados durante una erupción volcánica hace 10.000 años.
El olivino es una piedra semipreciosa que también se encuentra dentro
de algunas de las bombas volcánicas del parque nacional de Timanfaya,
en la isla canaria de Lanzarote (España).
En la de Glass Beach,
en Fort Bragg, California (EE UU), la arena está formada por trozos de
botellas (restos de guateques playeros de la década de los 60) que el
mar ha ido puliendo hasta darles una apariencia de gemas.
Hace 20 años, en enero de 1992, una tormenta sorprendió cerca de las Islas Aleutianas a un carguero que cruzaba el océano Pacífico de Hong Kong a Washington.
Varios contenedores cayeron por la borda, uno se abrió y puso en el mar 28.800 patitos de goma amarillos, de los que se utilizan como juguetes de baño.
Los animalitos se dispersaron, y desde entonces han ido llegando en diferentes oleadas (aún siguen haciéndolo) a playas de todo el mundo.
El periodista estadounidense Donovan Hohn rastreó su odisea durante más de cinco años, y lo contó en su libro Moby Duck.
Los oceanógrafos también han seguido durante todo este tiempo sus trayectorias, lo que les ha permitido comprender mejor el funcionamiento de las corrientes marinas.
"Varias veces me he imaginado estar tumbado en la playa y de repente ver aparecer en el horizonte un patito amarillo" declaró Hohn en una entrevista para la sección de cultura del diario El País. “Ese patito sería hoy 19 años más viejo y tendría el pico sonriente de quien ha sobrevivido al océano”.
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