Domingo, 21 de julio de 2019
Sus ojos serán bonitos, me parece, porque son pequeños y están hundidos. Las capas de lápiz y brocha negros no lo remedia.
Negra era
la falda, que mostraba unos
muslos tan generosos como insultantes para el calor de julio.
Por eso,
sin embargo, llevaba los pies zambullidos en unas zapatillas abiertas,
de plataforma, blancas, creo recordar.
Rojo madreperla, sin duda, era el
color de sus labios y el de sus uñas, así como también era negro en el
fleco y en el pelo, que se adivinaba teñido y débil.
Hablaba con voz muy baja y así también se
excusó cuando, de las filas traseras, se elevó un vocerío denunciando
que no se oía lo que decía. Tampoco es que dijera mucho.
Quizá por el
calor que reinaba en la sala, plena de ayes y abanicos.
Echando una ojeada a su poesía lo
entiendo todo.
Como golpes de puño en la hoja, sin reverberación.
Sin
gracia
. Ha visto que existen las palabras, como el rojo madreperla y el
azabache, y las ha dejado caer, así como arroja hacia el frente la
mirada sin pestañeo de sus ojos pequeños y atrasados.
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