La Vía Láctea devoró Gaia-Encélado hace 10.000 millones de años, mantiene un estudio liderado por astrónomos españoles.
Nuño Domínguez
Un equipo de astrónomos ha encontrado los restos de un
episodio de canibalismo galáctico que sucedió hace mucho, mucho tiempo,
en la Vía Láctea, la galaxia en la que está nuestro Sistema Solar.
Dentro de la astronomía existe algo conocido como “arqueología galáctica”, explica la astrónoma Carme Gallart, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
“En todas las galaxias hay estrellas casi tan antiguas como el
universo, que se formó hace 13.700 millones de años, y otras más
jóvenes.
Gracias a estas estrellas fósiles podemos reconstruir la
historia de nuestra galaxia”, explica.
Su equipo ha analizado el color y la intensidad de un
millón de estrellas en un radio de 6.500 años luz —más de mil billones
de kilómetros— cuya distancia a la Tierra ha sido medida de forma
precisa por la misión Gaia de la Agencia Espacial Europea.
Los investigadores se han centrado en dos poblaciones de estrellas que
están en el halo galáctico, la descomunal esfera que envuelve el disco
aplanado de la Vía Láctea, donde orbitan muchas de sus estrellas,
incluido el Sol.
En el halo hay dos grupos estelares, uno de astros
azules y brillantes y otro más rojo y tenue.
El equipo de Gallart ha
usado modelos de evolución estelar para calcular su edad.
Los
resultados, publicados hoy en Nature Astronomy, desvelan los detalles de un episodio muy poco conocido de la historia de nuestra galaxia.
El color y la concentración de elementos pesados de las
estrellas estudiadas apuntan a que cada grupo proviene de una galaxia
diferente.
Las estrellas rojas nacieron en la Vía Láctea primitiva hace
unos 13.000 millones de años.
Las azules surgieron más o menos al mismo
tiempo, pero en Gaia-Encélado, una galaxia enana unas cuatro veces más
pequeña. Hace unos 10.000 años ambas galaxias chocaron de forma violenta
y la más grande se tragó a la más pequeña.
Muchas de las estrellas de
Gaia-Encélado pasaron a viajar sin orden aparente por el halo galáctico
de la Vía Láctea junto a una población menor de estrellas autóctonas.
Ambas poblaciones, los fósiles que cuentan esta historia, siguen siendo
claramente identificables.
“Al principio de la vida del universo estos choques eran
muy frecuentes y permitieron que las galaxias fuesen aumentando de
tamaño hasta tener dimensiones como las que vemos hoy”, explica Gallart.
“La Vía Láctea probablemente ha vivido decenas o centenares de
fusiones, pero esta es la más grande que se ha detectado nunca”, añade.
“El estudio es muy interesante y ayuda mucho a elucidar cómo fue el
impacto entre la Vía Láctea primitiva y Gaia-Encélado”, opina Amina Helmi,
catedrática en el Instituto Astronómico Kapteyn de la Universidad de
Groninga (Países Bajos), cuyo equipo propuso por primera vez el año
pasado la existencia de esa galaxia enana y la colisión con la nuestra,
aunque no pudieron determinar cuándo sucedió.
Este acto de canibalismo cósmico tuvo efectos beneficiosos.
La formación
de estrellas en Gaia-Encélado se detuvo por completo tras ser
engullida, pero en la Vía Láctea hubo un resurgir de nuevas estrellas
que duró hasta hace unos 6.000 millones de años. Eso no quiere decir que
después dejasen de nacer nuevos astros.
Hace unos 4.500 millones de
años nació una estrella enana amarilla en torno a la que se formaron los
ocho planetas del Sistema Solar. En uno de estos planetas, la Tierra,
surgió vida por primera vez hace más de 3.000 millones de años.
Es
interesante pensar, dice Gallart, que las estrellas fósiles que ella ha
estudiado “han tenido el doble de tiempo que nuestro Sistema Solar para
formar vida y, posiblemente, seres inteligentes”.
Y hay un dato aún más
esclarecedor: en el universo hay unos 200.000 millones de galaxias donde
algo parecido haya pasado ya o esté a punto de ocurrir.
De hecho, en
algo menos de 10.000 millones de años, nuestra galaxia se fusionará con Andrómeda, otra galaxia gigante cercana.
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