Francisca Márquez tenía 12 años el 11 de septiembre de 1973. Casi medio siglo después, se publica su mirada infantil sobre el inicio de la dictadura.
En agosto de 1973, la chilena Francisca Márquez, de 12 años, comienza
su sexto diario de vida.
A la mayor entre cuatro hermanas mujeres y admiradora de Ana Frank, los problemas de salud la empujaron por el camino de la observación y la escritura temprana.
"Mi gran sueño es hacer un libro y que se publique y se haga famoso", escribe en la primera página.
"Tal vez algún día sea una gran escritora o a lo mejor solo una escritora.
O nada".
En las 40 hojas de un cuaderno escolar cuadriculado, la niña describe la vida infantil de comienzos de los años setenta en Chile y, sobre todo, la cotidianidad de un país inexistente –con sus vocablos, formas de vida y su tensión política y social– que se quebró con un golpe de Estado que irrumpió en la vida de todos los ciudadanos.
"Dios mío, he sabido una cosa espantosa: Allende se suicidó", escribe a las nueve y cincuenta de la noche del 11 de septiembre de 1973, según se lee en El diario de Francisca, un libro-objeto recientemente publicado en Chile, que contiene el escrito de hace casi medio siglo, arropado de una decena de ensayos académicos que lo contextualizan.
"Cuando dimos con el diario en 2014, lo encontré maravilloso. Primero, porque está muy bellamente escrito", relata la psicoanalista Patricia Castillo, una de las editoras del libro junto a la asistente social y poeta, Alejandra González.
A la mayor entre cuatro hermanas mujeres y admiradora de Ana Frank, los problemas de salud la empujaron por el camino de la observación y la escritura temprana.
"Mi gran sueño es hacer un libro y que se publique y se haga famoso", escribe en la primera página.
"Tal vez algún día sea una gran escritora o a lo mejor solo una escritora.
O nada".
En las 40 hojas de un cuaderno escolar cuadriculado, la niña describe la vida infantil de comienzos de los años setenta en Chile y, sobre todo, la cotidianidad de un país inexistente –con sus vocablos, formas de vida y su tensión política y social– que se quebró con un golpe de Estado que irrumpió en la vida de todos los ciudadanos.
"Dios mío, he sabido una cosa espantosa: Allende se suicidó", escribe a las nueve y cincuenta de la noche del 11 de septiembre de 1973, según se lee en El diario de Francisca, un libro-objeto recientemente publicado en Chile, que contiene el escrito de hace casi medio siglo, arropado de una decena de ensayos académicos que lo contextualizan.
"Cuando dimos con el diario en 2014, lo encontré maravilloso. Primero, porque está muy bellamente escrito", relata la psicoanalista Patricia Castillo, una de las editoras del libro junto a la asistente social y poeta, Alejandra González.
Investigadora de la experiencia de los niños en la
represión –tiene una página de Facebook llamada Infancia en dictadura–,
Castillo indica que "como ningún otro objeto, el diario de Francisca
permite dar cuenta de la reflexión ético-política de una niña y de los
hechos que marcan su ambivalencia con las valoraciones del período".
El
libro, de la editorial Hueders, se compone de cuatro cuadernillos: junto
a la reproducción exacta del diario, en otro se presenta la
transcripción textual, para facilitar la lectura.
Los ensayos de
distintas disciplinas están organizados en dos facsímiles, Preludio y
Fuga.
"Escribía porque yo era muy enferma", recuerda hoy sobre sus textos íntimos.
"Mis diarios se explican por mi permanente postración, pero también por una familia de alto capital cultural".
Relata que fue su madre la que por décadas guardó los 17 diarios de vida que escribió desde que a los siete años la operaron de un riñón hasta los 27, cuando contrajo matrimonio.
No había valorado lo que contenían sus páginas hasta que, en 2003, para los 30 años del golpe, por primera vez comentó de su existencia fuera de su círculo familiar y le pidieron publicar un extracto en un número especial de una revista.
Sus diarios de la niñez aparecieron luego en un documental de televisión para los 40 años del golpe, en 2013, hasta que decidió a donarlos al Museo de la Memoria, que relata el golpe de Estado y la dictadura de Pinochet a través de la experiencia de las víctimas.
Pero ni Francisca ni su familia fueron víctimas de la dictadura, parte del valor de los documentos que ahora se publican:
"Casi no hay trabajos sobre esa parte de la sociedad que estuvo bajo el régimen dictatorial y le tocó tomar posición, aunque no haya participado de la resistencia e incluso haya sido pro régimen", señala la editora Castillo.
Sus padres, profesionales de clase media, menos preocupados de la política que de la cultura, habían decidido junto a un grupo de amigos enviar a sus respectivas hijas a un colegio lejano de donde vivían, pero de excelencia: el establecimiento de la elite santiaguina Santa Úrsula, mayoritariamente conservador.
Francisca, por lo tanto, no pertenecía al mismo mundo que sus compañeras de clase, lo que le permitió escribir con cierta distancia lo que observaba a su alrededor.
Porque su diario, aunque releva episodios típicos de una niña de 12 años –"la Angélica y la Paula ya no son muy amigas mías"–, muestra la forma en que la sociedad chilena se fue transformando en una nación de enemigos.
"La pelea fue por una niñita que es amiga mía.
Ella se llama Francisca Sotomayor. Sus padres son U.P. [partidarios del Gobierno de Allende de la Unidad Popular]".
Las colas para comprar el pan en los tiempos de escasez.
Los líos
sociales y las peleas, que la niña describe utilizando una palabra que
prácticamente ya no se ocupa en Chile: boche. El 11 de septiembre de
1973:
"Son las 11.45 am.
El ejército, la marina y la aviación han
decidido echar a Allende y a sus ministros.
Allende está en La Moneda.
Y
el ejército, la marina y la aviación le dijeron a Allende que se
rindiera porque si no se rendía iban a atacar por tierra y aire.
Resultado:
Allende no se rindió y bombardearon La Moneda.
Y se empezó a
incendiar".
El ambiente que se vivió esa jornada en su barrio, en el
municipio de Ñuñoa:
"Por mi calle todas las casas pusieron una bandera
chilena en la ventana.
Y unas personas hasta sacaron una mesa para la
calle.
Y empezaron a dar café". Sus propios sentimientos ante lo que
sucedía en su país:
"A mí me da pena que maten o destierren a Allende".
La empatía de una niña de 12 años:
"No creí que para hacer rendirse a los U.P. se tuvieran que sacrificar tantas vidas".
De acuerdo a la editora, Patricia Castillo, tanto los niños de las familias de derecha como de izquierda comenzaron, desde entonces, a sufrir por la propia inseguridad de los padres:
"Los niños intuyen que los padres no saben lo que va a pasar y hay pocas cosas que desestructuren más a un niño que la falta de estabilidad y proyección".
Francisca recuerda que su propia casa era un lugar de paso para los adultos que partían al exilio y dejaban a sus niños alojando algunos días en su hogar:
"Me acuerdo de ese permanente pasar".
Las monjas de su colegio, en tanto, recolectaban dinero para entregarlo a la Junta del Gobierno militar:
"Desde septiembre, cada curso está juntando plata para la restauración de Chile.
Y hoy día como es el día del colegio, una monja fue a dar la plata a la junta", escribió Francisca el 23 de octubre de 1973.
Pero la autora parecía simpatizar más con el bando caído y comienza a quedar en evidencia los cambios de su pensamiento político: "...es de lo más U.P.", decía sobre una amiga.
"Ella me habló. Y en casi todas las cosas le hallé razón.
No es que yo sea socialista sino que comprendo a los pobres.
Y que la U.P. los ayudaba", escribió en la última página de ese diario.
Hoy, Francisca Márquez piensa que "no todos los niños pueden escribir tanto" y que es lo único excepcional del texto:
"Que una niña, con alto acceso a consumo cultural, pudiera expresar lo que le estaba pasando".
Su diario, en el que escribía que su gran sueño era hacer un libro, se publicó 46 años después y comienza poco a poco a hacerse famoso.
"No creí que para hacer rendirse a los U.P. se tuvieran que sacrificar tantas vidas".
De acuerdo a la editora, Patricia Castillo, tanto los niños de las familias de derecha como de izquierda comenzaron, desde entonces, a sufrir por la propia inseguridad de los padres:
"Los niños intuyen que los padres no saben lo que va a pasar y hay pocas cosas que desestructuren más a un niño que la falta de estabilidad y proyección".
Francisca recuerda que su propia casa era un lugar de paso para los adultos que partían al exilio y dejaban a sus niños alojando algunos días en su hogar:
"Me acuerdo de ese permanente pasar".
Las monjas de su colegio, en tanto, recolectaban dinero para entregarlo a la Junta del Gobierno militar:
"Desde septiembre, cada curso está juntando plata para la restauración de Chile.
Y hoy día como es el día del colegio, una monja fue a dar la plata a la junta", escribió Francisca el 23 de octubre de 1973.
Pero la autora parecía simpatizar más con el bando caído y comienza a quedar en evidencia los cambios de su pensamiento político: "...es de lo más U.P.", decía sobre una amiga.
"Ella me habló. Y en casi todas las cosas le hallé razón.
No es que yo sea socialista sino que comprendo a los pobres.
Y que la U.P. los ayudaba", escribió en la última página de ese diario.
Hoy, Francisca Márquez piensa que "no todos los niños pueden escribir tanto" y que es lo único excepcional del texto:
"Que una niña, con alto acceso a consumo cultural, pudiera expresar lo que le estaba pasando".
Su diario, en el que escribía que su gran sueño era hacer un libro, se publicó 46 años después y comienza poco a poco a hacerse famoso.
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