El milagro Jorge Javier Vázquez: cómo el desprecio de las élites lo convirtió en estrella y superviviente.
Diez años después del estreno de 'Sálvame', el espacio televisivo más controvertido del siglo, el presentador no solo mantiene a flote el programa, sino que se ha convertido en la mayor estrella televisiva de España.
Todo el mundo que haya visto un par de reality shows sabe que una de sus máximas es que si te ganas el desprecio de gran parte de tus compañeros, conseguirás enseguida el amor del público y, finalmente, la victoria.
En 2009 Jorge Javier Vázquez, señor y rey del formato en la actualidad, llevó este axioma hasta el escenario de los premios Ondas en el Liceu de Barcelona.
Galardonado como mejor presentador por Sálvame –por "renovar con brillantez y sentido del humor un género controvertido”–, muchos de los presentes recibieron al presentador con el ceño fruncido.
El veterano actor Emilio Gutiérrez Caba, premiado aquel mismo año, se quejó del galardón a Vázquez: “No a todo el mundo se le puede dar un premio así”.
Ondas en mano, Jorge Javier Vázquez (Barcelona, 1970) se convirtió en ese presentador al que las élites de la comunicación y las artes desprecian y el público adora.
Sálvame es un espacio anárquico e imprevisible donde es tan posible presenciar escenas inmorales y que no dicen nada bueno de nosotros como sociedad como momentos sublimes que parecen escritos mano a mano por Rafael Azcona y Efthimis Filippou.
Una vez juntaron a la esposa de un diplomático y a la vedette transexual Cristina Ortiz, alias La Veneno.
"Ella ha sido mujer de diplomático", le comentó Jorge Javier. "¿Mujer de diplomático?", respondió La Veneno.
"Yo he sido mujer de todo el mundo".
Ese territorio comanche fue el que Jorge Javier necesitaba para demostrar lo que mejor sabe hacer: enfrentar al lumpen y a la diplomacia y alternar citas de Lorca y de Belén Esteban.
Hasta ese momento había sido un presentador simpático, rápido y efectivo.
Pero la cultura del "paso a vídeo" se le quedaba pequeña.
Sálvame llegó y se convirtió en una especie de reunión de antiguas ovejas negras del instituto.
Tanto Jorge Javier, que parecía acabado tras Aquí hay tomate, como periodistas del corazón que daban tumbos por las cadenas autonómicas, fueron un hallazgo para aquel espacio que descubrió la fórmula de la Coca-Cola el día en que la vedette Sonia Monroy abandonó el plató al grito de “¡me pagáis una mierda!” y la realización, en vez de quedarse en plató, decidió perseguirla por las instalaciones de Telecinco mientras Jorge Javier, micrófono en mano, le preguntaba por qué se iba.
Jorge Javier Vázquez adelantaba por la derecha a los que se querían reír del tipo de televisión que hacía: si humoristas como Ángel Martín o Patricia Conde llevaban años intentando hacer humor de la televisión rosa limitándose a repetir sus mejores (o peores) escenas, tuvo que llegar un filólogo (Jorge Javier es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona) sin prejuicios para demostrar que uno podía reírse del formato y de sus miserias desde el mismo plató.
Corte al año 2014. Jorge Javier se había convertido en estrella de la cadena tras probar que puede presentar con éxito formatos en horario de máxima audiencia como Supervivientes.
Y en septiembre de ese año lo llamó el poder en directo para demostrar que aquel presentador que hablaba de frivolidades podía tener más influencia de lo que parecía.
La secuencia en la que suena su teléfono en directo, lo coge y comienza a hablar con Pedro Sánchez (hoy presidente, entonces secretario general del PSOE) es una de esas que dinamitan todo lo que creíamos saber sobre cómo funciona la televisión.
Jorge Javier Vázquez comienza a hablar con monosílabos con el actual presidente del gobierno, al que en principio solo se escucha en un murmullo.
“Te llamaba porque escuché ayer lo que habías dicho…”, creemos oír, incapaces de entender todas las palabras.
Jorge Javier acababa de decir en directo en su programa que, debido a que el alcalde de Tordesillas era socialista y no hacía nada por evitar que se celebrase cada año en su localidad el sangriento torneo del Toro de la Vega, pensaba dejar de votar al PSOE.
Durante casi cinco minutos acudimos al plano fijo del presentador, hablando más bien poco mientras escucha lo que dice un interlocutor al que no podemos entender y apenas escuchar.
Una escena impensable en un momento en que el espectador parece asolado por un síndrome de déficit de atención que obliga a lanzarle muchos colores, cortes y personas por minuto a los ojos.
A su manera, si Jorge Javier es un presentador muy especial es porque en un programa donde en general se grita mucho, él maneja como nadie los silencios.
Y si Sálvame es un programa curioso es porque, pese a tener un decorado con decenas de colorines, su tertuliana más famosa es una que paraliza a la audiencia cada vez que se calla y cierra los ojos.
Al final de la conversación, Jorge Javier dispara así a Sánchez: “Yo presento Sálvame diario, que yo ahí no te veo para que vengas, pero luego tengo en Sálvame Deluxe un polígrafo que lo hace Conchita. ¿Tú conoces a Conchita?”.
Risas del público. “No, ¿no? Bueno, ahora que tengo tu teléfono yo ya te llamo y montamos lo que quieras. Sí, este es mi teléfono personal, sí.
No, yo no te dejaría venir al polígrafo, pero si vienes lo amañamos”.
Cinco años después Jorge Javier y Sálvame se colaron en las memorias del presidente, Manual de resistencia.
“Yo tengo amigos”, escribió Sánchez, “y amigos varones, profesionales de reconocido prestigio en sus ámbitos, que ven ese programa”.
El debate sobre ver o no ver hoy ese programa, que efectivamente a veces tiene un concepto de la moral un poco relajado y no es precisamente un modelo de virtud, ya parece caduco.
Jorge Javier Vázquez hizo algo muy acertado desde el principio respecto a este debate: restarle importancia: “¿Cuánta gente ve Sálvame?”, se preguntó en una entrevista en EL PAÍS en 2012. “Dos o tres millones de personas.
¿Cuánta gente hay en este país? Estamos elevando a la categoría de problema algo que es anécdota”.
Y añadió: “¿Por qué nos empeñamos en que la televisión tenga que ser un modelo? En mi contrato no pone que yo tenga que ser un modelo para la sociedad”.
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