Copia realizada por Franck Raux de una fotografía de Brassaï que retrata a Dora Maar en su estudio, en 1944.
Cargó, durante tiempo, con la etiqueta de "la musa de Picasso" o, en
una variación un poco más favorable para ella, "la fotógrafa de los
surrealistas". Como si Henriette Théodora Markovitch (1907-1997), más
conocida como Dora Maar,
no hubiese podido figurar, como merecía, en el canon del arte del siglo
XX. Como si estuviese condenada a no ser más que un apéndice de otros. Una retrospectiva del Centro Pompidou de París, titulada Dora Maar,
reúne más de 400 piezas que podrán verse del 5 de junio al 29 de julio. La muestra la restituye como una figura central en el arte de su época:
una precursora de la fotografía de moda y documental, y una pintora de
segundo rango pero notable que, sin embargo, pasó buena parte de su
existencia bajo la sombra del autor del Guernica. Cuando la crítica de arte Victoria Combalía —una de las responsables,
a partir de los años noventa, de la restitución de Dora Maar en su
justo lugar— decidió aproximarse a aquella anciana que había sido amante
de Pablo Ruiz Picasso y amiga de los surrealistas, ya la avisaron. Dora Maar
vivía aislada, no hablaba con casi nadie, rehuía el mundo exterior y
sobre todo no quería hablar de Picasso. Combalía le escribió una carta y
unos días después, a una hora convenida, la llamó por teléfono. Era
1994. Dora Maar descolgó. ¿La clave para romper el cerco? "Madame Maar, no quiero hablar de Picasso, quiero hablar de usted", le dijo. Y funcionó.
Retrato de Picasso, pintado por Dora Maar en 1936.
Las conversaciones que mantuvieron Combalía y Maar —cuatro
en total, de una hora y media cada una, todas por teléfono— le sirvieron
a Combalía, colaboradora de EL PAÍS, como base para escribir la
biografía Dora Maar. La mujer invisible
(Circe, 2013), que la editorial Éditions Invenit acaba de publicar en
francés.
El libro explora, entre otros aspectos, la tormentosa relación
de Maar con Picasso, que se prolongó de 1936 a 1946 y la marcó para
siempre.
"Él la abandonó. Ella fue sometida a electroshocks. La
trató el doctor Lacan", explica Combalía, quien finalmente, con
delicadeza, logró que Maar le hablara de Picasso ("Era muy hombre y
celoso de sus derechos", le dijo).
Quizá nunca acabó de recuperarse.
En
todo caso, su reputación siempre estuvo asociada a Picasso, cuando no
tapada por él.
Fue una gran historia de amor entre dos artistas en la
cúspide de su creatividad, pero también, durante el resto de la vida de
ella, una losa tanto personal como artística.
La exposición del Pompidou hace visible el corte que Picasso supuso en
su carrera. Hasta ese momento, Dora Maar era fundamentalmente una
fotógrafa. Primero, de moda, en revistas ilustradas, y también de
publicidad. Los retratos de la modelo Assia o de Nusch Éluard y los
anuncios de champú o de cremas faciales difuminan la frontera entre la
fotografía funcional y la artística, y conectan con los experimentos
surrealistas. Los reportajes en los barrios pobres de Barcelona, Londres
o París se enmarcan en la mejor fotografía documental de los años
treinta, la de los Cartier-Bresson o Brassaï, y resaltan su compromiso
político. La incursión en el surrealismo —los retratos de los poetas
Éluard, Prévert, Breton, Cocteau; los collages y fotomontajes o el inquietante Portrait d'Ubu— cierran esta etapa, la más fecunda y perdurable, anterior a su unión con Picasso.
Retrato de Picasso, 1935-1936.DORA MAAR
Como muchos fotógrafos de entonces, Dora Maar consideraba la
fotografía como un arte inferior a la pintura. Su encuentro con Picasso,
cuando ella era una fotógrafa reconocida y él ya estaba considerado el
mayor pintor del siglo, la llevó a dejar de lado la cámara. Fotografió
el Guernica durante su creación, pero pronto dio prioridad a
los pinceles, su primera vocación, a la que en realidad dedicaría la
mayor parte de su vida: cinco décadas. Ella retrató a Picasso y Picasso a ella: el más célebre de los cuadros en los que el malagueño la retrata es La mujer que llora.
La relación acabó mal. Hay en el Pompidou un retrato de Dora Maar
realizado en 1946 por Brassaï, con el porte severo, sola y rodeada de
cuadros en su estudio, que refleja toda la melancolía del momento.
"Si ella hubiese continuado con la fotografía, habría sido como
Cartier-Bresson.
Un crítico de la época la ponía al lado de Heartfield y
Man Ray", dice Victoria Combalía, quien en 1995 organizó la primera
retrospectiva de Dora Maar, en Valencia.
"Lo que ella tiene es una
mirada muy personal, un misterio, a veces un poco de humor negro, y,
respecto a los pobres y los desheredados, una piedad laica".
¿La
destruyó Picasso?
"No, tampoco. Destruir sería demasiado.
El abandono traumático la
destruyó bastante psicológicamente.
Pero ella era muy fuerte. Superó el
trauma con la pintura, la religión y el psicoanálisis con Lacan".
Al
morir, a los 90 años, no dejó herederos conocidos. Se encontraron
familiares lejanos en Francia y en Croacia.
Su obra se dispersó.
Dora Maar decía: "Después de Picasso, solo hay Dios", pero ella fue
mucho más que "la musa de Picasso", una etiqueta tan reductora que
oscurece una figura que había brillado con luz propia antes de conocer
al genio de Málaga. La incógnita es qué habría sido si Picasso no se
hubiese cruzado en su camino, qué habría hecho, qué lugar habría ocupado
en la historia del arte. La exposición del Pompidou permite imaginarlo.
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