Los posados de verano, fruto de un pacto entre la prensa y las celebrities, han caído en desuso.
Ahora son los propios famosos los que gestionan sus imágenes en Instagram.
Pero durante décadas fueron un practica extendida, que dio grandes momentos.
RITA ABUNDANCIA
La época dorada de la prensa del corazón convirtió los
posados de verano de las famosas en el acontecimiento estival por
excelencia, que servía no solo para recordarnos que seguían vivas y
coleando y que sus cuerpos estaban hechos a prueba de gravedad y
envejecimiento; sino para alimentar el glamour que antaño rodeaba a las celibrities, antes de que Instagram introdujera su, más o menos estilosa, cotidianeidad en nuestras vidas.
La idea de fotografiar a las estrellas en la playa, en biquini o bañador, empezó en Hollywood.
Santa Mónica, Venice Beach y otros arenales californianos, cercanos a Los Ángeles, eran los escenarios perfectos para que las actrices posaran con poca ropa (lo que sin duda atraía al público) y siguieran siendo decentes y respetables, ya que la playa es el único lugar donde estar parcialmente desnudo es socialmente aceptable. A menudo, las actrices imitaban las poses atrevidas de las pin-ups, solo que con bañador, lo que establecía una gran diferencia y ayudaba a promocionar la película.
En los archivos gráficos de los mejores años de la industria del cine no hay actriz que se precie que no tenga sus consabidas fotos en la playa o, en su defecto, en la piscina.
Marilyn Monroe, Ava Gardner, Rita Hayworth, Joan Crawford, Bette Davis, Janet Leigh, Natalie Wood, Jayne Mansfield o Doris Day son algunas de las que se retrataron a orillas del mar.
Costumbre que abrazaron, tímidamente, algunos galanes de la gran pantalla como Rock Hudson o Errol Flynn, que no tenían problema en exhibir sus fuertes hombros y sus marcadas cinturas.
Imágenes que recogían revistas tan prestigiosas como la norteamericana Life y que hacían soñar a sus lectores.
Muy pronto esta tendencia se contagió a toda Europa y el Festival de Cannes se apuntó también a inmortalizar a sus invitadas en la arena.
En la retina de medio mundo todavía está la foto de una Brigitte Bardot adolescente, en la edición de 1953, posando en la playa con un biquini floreado.
Es muy probable que la popularidad de la actriz, que empezaba entonces su carrera, subiera como la espuma tras esas imágenes.
Los posados playeros de las actrices y determinadas escenas míticas del cine inmortalizaron algunos modelos de bañadores, que luego todo el mundo quería lucir para tener algún punto de semejanza con estas divinidades.
Algunos ejemplos son el bañador blanco de Elizabeth Taylor en De repente, el último verano (1959), el biquini de Ursula Andress en Dr. No (1962) o el maillot nude de Bo Derek en 10, la mujer perfecta (1982).
De hecho, como cuenta el periodista gráfico Bernardo Paz, un veterano de la prensa del corazón, con 62 años, “a menudo, las firmas de trajes de baño pagaban a las famosas por salir con sus bañadores, ya que ellas no cobraban nada por parte de la revista.
Era la época anterior a las exclusivas y lo hacían porque les daba popularidad, por seguir en el candelero”.
Paz vivió ese periodo dorado de la prensa rosa, cuando famosos y fotógrafos vivían un idilio que tenía como fin mostrar la cara más glamurosa y amable de las celebrities, y sus veranos los pasaba entre Mallorca y Marbella.
“Nos conocíamos todos y las relaciones eran de cordialidad, también porque no éramos muchos.
Yo recuerdo que el padre del actual rey, Juan Carlos I, se sabía el nombre de todos nosotros.
Eran épocas en las que las estrellas de Hollywood, cuando iban a Madrid al estreno de una de sus películas, salían a la calle e iban a cenar a un restaurante y luego a una discoteca y los podías fotografiar en el Café de Chinitas o bailando por la noche.
Ahora no salen del hotel”, cuenta este fotógrafo.
Ana Obregón, la reina indiscutible
El posado veraniego se convirtió en tradición obligada para muchas de nuestras famosas con el reinado indiscutible de Ana Obregón, que publicó su primer posado (con bañador de Mickey Mouse) en la revista Diez Minutos, en el año 1985.
Las fotos habían sido hechas en una playa de Los Ángeles tras el rodaje de Bolero (donde compartía reparto con Bo Derek) y cuando empezaba su participación en la serie El equipo A.
Tita Cervera, Norma Duval o Concha Velasco fueron también otras figuras que practicaron este deporte veraniego.
“Concha iba todos los años a veranear a Formentor (Mallorca) y nosotros, los fotógrafos, la veíamos en la playa con su marido y sus hijos, entonces ella nos decía que ese día no, que mejor al día siguiente que iría a la peluquería y estaría más presentable, y acordábamos una hora para hacerle las fotos.
Ana Obregón siempre recibía amablemente a la prensa en la casa que su familia tenía en la Costa de los Pinos ( Mallorca)”, cuenta Paz. “Algunos posados no eran tan ‘voluntarios’, pero eran fruto de un acuerdo, porque si tenías unas fotos robadas en las que el personaje no lucía muy bien, la persona accedía a posar en mejores condiciones, a cambio de que las desafortunadas instantáneas no fueran nunca publicadas.
¿Recuerdas el desnudo de Marta Sánchez en Interviú?, pues fue un pacto a cambio de que no sacaran unas fotos suyas en la playa, en las que estaba un poco gordita, aunque se le pagó por ello”, recuerda este fotógrafo.
Más adelante, cuando empezaron a pagarse exclusivas, se daba también el caso inverso. Fotos supuestamente robadas que, en realidad, eran pactadas.
El ejemplo que ha pasado a la historia fue el top less de Lola Flores en la portada de Interviu. Las imágenes parecían hechas por un paparazzi mientras la cantaora tomaba el sol en el jardín de su casa, pero en realidad fue una exclusiva que le costó a la revista 6 millones de pesetas.
“Había también ocasiones en las que uno mismo se autocensuraba”, comenta, Paz, “yo recuerdo una vez cuando un grupo de colegas y yo estábamos en un chiringuito de una playa de Cataluña comiendo, haciendo un descanso, y de repente vemos que en la cala se está bañando Nelsy Chalala (una peletera canaria).
Era una mujer muy guapa y estaba con un bañador blanco. Le hicimos fotos y cuando ella se dio cuenta nos pidió que no las publicáramos y nos pagó la comida. Nos las guardamos y nunca salieron en los medios”.
Por aquellos años, Isabel Presley y Ladi Di (cuando todavía estaba casada con el príncipe Carlos) eran bocados sustanciosos a los que pillar en bañador.
Fotos por las que las revistas hubieran pagado sumas tentadoras, y personajes a los que los paparazzi acechaban sin parar. Javier de Montini, ex director de la revista Lecturas, cargo que ostentó desde 1972 al 2006, publicó unas fotos de la Presley en biquini, “no era un posado eran robadas, aunque estaba muy guapa. Pero se que no le sentó muy bien, aunque ella es una dama y nunca se enfada por nada”.
“La revista Hola compró unas fotos de Lady Di, tomando el sol, en las que se le veía un pecho (muy probablemente se le había caído el bañador y no se había dado cuenta). Costaron 40 millones de pesetas y nunca salieron a la luz, pero la información es poder y a cambio Hola sacaba luego muchas exclusivas de la familia real inglesa”, recuerda Paz.
“Cuando la prensa rosa empezó a decaer, las fotos dejaron de pagarse bien. Antes uno podía ganar mucho dinero con una sola instantánea, era lo que en el gremio llamábamos “el pelotazo”, recuerda Bernardo Paz.
“Yo di uno con la imagen en la que Camilo José Cela le pegó un puñetazo al periodista Jesús Mariñas en el verano de 1991, en la Marbella de Jesús Gil. Y luego otra que me reportó bastantes dividendos. Fue una que tenía archivada, sin pena ni gloria, pero que cobró actualidad cuando Isabel Presley se casó con Miguel Boyer.
Yo los había retratado el día que se conocieron en unos premios Naranja-Limón. Dedicarse, hoy en día, a ser solo paparazzi y vivir de ello es imposible.
Hay que compaginar varias cosas. Yo, por ejemplo, hago moda (pasarelas), cine (estrenos) y casas reales.
Ese mundo que algunos conocimos ya se ha acabado. Ahora son los famosos, los que ellos mismos sacan sus posados en Instagram, pero eso ha contribuido a que el glamour desaparezca”.
La idea de fotografiar a las estrellas en la playa, en biquini o bañador, empezó en Hollywood.
Santa Mónica, Venice Beach y otros arenales californianos, cercanos a Los Ángeles, eran los escenarios perfectos para que las actrices posaran con poca ropa (lo que sin duda atraía al público) y siguieran siendo decentes y respetables, ya que la playa es el único lugar donde estar parcialmente desnudo es socialmente aceptable. A menudo, las actrices imitaban las poses atrevidas de las pin-ups, solo que con bañador, lo que establecía una gran diferencia y ayudaba a promocionar la película.
En los archivos gráficos de los mejores años de la industria del cine no hay actriz que se precie que no tenga sus consabidas fotos en la playa o, en su defecto, en la piscina.
Marilyn Monroe, Ava Gardner, Rita Hayworth, Joan Crawford, Bette Davis, Janet Leigh, Natalie Wood, Jayne Mansfield o Doris Day son algunas de las que se retrataron a orillas del mar.
Costumbre que abrazaron, tímidamente, algunos galanes de la gran pantalla como Rock Hudson o Errol Flynn, que no tenían problema en exhibir sus fuertes hombros y sus marcadas cinturas.
Imágenes que recogían revistas tan prestigiosas como la norteamericana Life y que hacían soñar a sus lectores.
Muy pronto esta tendencia se contagió a toda Europa y el Festival de Cannes se apuntó también a inmortalizar a sus invitadas en la arena.
En la retina de medio mundo todavía está la foto de una Brigitte Bardot adolescente, en la edición de 1953, posando en la playa con un biquini floreado.
Es muy probable que la popularidad de la actriz, que empezaba entonces su carrera, subiera como la espuma tras esas imágenes.
Los posados playeros de las actrices y determinadas escenas míticas del cine inmortalizaron algunos modelos de bañadores, que luego todo el mundo quería lucir para tener algún punto de semejanza con estas divinidades.
Algunos ejemplos son el bañador blanco de Elizabeth Taylor en De repente, el último verano (1959), el biquini de Ursula Andress en Dr. No (1962) o el maillot nude de Bo Derek en 10, la mujer perfecta (1982).
De hecho, como cuenta el periodista gráfico Bernardo Paz, un veterano de la prensa del corazón, con 62 años, “a menudo, las firmas de trajes de baño pagaban a las famosas por salir con sus bañadores, ya que ellas no cobraban nada por parte de la revista.
Era la época anterior a las exclusivas y lo hacían porque les daba popularidad, por seguir en el candelero”.
Paz vivió ese periodo dorado de la prensa rosa, cuando famosos y fotógrafos vivían un idilio que tenía como fin mostrar la cara más glamurosa y amable de las celebrities, y sus veranos los pasaba entre Mallorca y Marbella.
“Nos conocíamos todos y las relaciones eran de cordialidad, también porque no éramos muchos.
Yo recuerdo que el padre del actual rey, Juan Carlos I, se sabía el nombre de todos nosotros.
Eran épocas en las que las estrellas de Hollywood, cuando iban a Madrid al estreno de una de sus películas, salían a la calle e iban a cenar a un restaurante y luego a una discoteca y los podías fotografiar en el Café de Chinitas o bailando por la noche.
Ahora no salen del hotel”, cuenta este fotógrafo.
Ana Obregón, la reina indiscutible
El posado veraniego se convirtió en tradición obligada para muchas de nuestras famosas con el reinado indiscutible de Ana Obregón, que publicó su primer posado (con bañador de Mickey Mouse) en la revista Diez Minutos, en el año 1985.
Las fotos habían sido hechas en una playa de Los Ángeles tras el rodaje de Bolero (donde compartía reparto con Bo Derek) y cuando empezaba su participación en la serie El equipo A.
Tita Cervera, Norma Duval o Concha Velasco fueron también otras figuras que practicaron este deporte veraniego.
“Concha iba todos los años a veranear a Formentor (Mallorca) y nosotros, los fotógrafos, la veíamos en la playa con su marido y sus hijos, entonces ella nos decía que ese día no, que mejor al día siguiente que iría a la peluquería y estaría más presentable, y acordábamos una hora para hacerle las fotos.
Ana Obregón siempre recibía amablemente a la prensa en la casa que su familia tenía en la Costa de los Pinos ( Mallorca)”, cuenta Paz. “Algunos posados no eran tan ‘voluntarios’, pero eran fruto de un acuerdo, porque si tenías unas fotos robadas en las que el personaje no lucía muy bien, la persona accedía a posar en mejores condiciones, a cambio de que las desafortunadas instantáneas no fueran nunca publicadas.
¿Recuerdas el desnudo de Marta Sánchez en Interviú?, pues fue un pacto a cambio de que no sacaran unas fotos suyas en la playa, en las que estaba un poco gordita, aunque se le pagó por ello”, recuerda este fotógrafo.
Más adelante, cuando empezaron a pagarse exclusivas, se daba también el caso inverso. Fotos supuestamente robadas que, en realidad, eran pactadas.
El ejemplo que ha pasado a la historia fue el top less de Lola Flores en la portada de Interviu. Las imágenes parecían hechas por un paparazzi mientras la cantaora tomaba el sol en el jardín de su casa, pero en realidad fue una exclusiva que le costó a la revista 6 millones de pesetas.
“Había también ocasiones en las que uno mismo se autocensuraba”, comenta, Paz, “yo recuerdo una vez cuando un grupo de colegas y yo estábamos en un chiringuito de una playa de Cataluña comiendo, haciendo un descanso, y de repente vemos que en la cala se está bañando Nelsy Chalala (una peletera canaria).
Era una mujer muy guapa y estaba con un bañador blanco. Le hicimos fotos y cuando ella se dio cuenta nos pidió que no las publicáramos y nos pagó la comida. Nos las guardamos y nunca salieron en los medios”.
Por aquellos años, Isabel Presley y Ladi Di (cuando todavía estaba casada con el príncipe Carlos) eran bocados sustanciosos a los que pillar en bañador.
Fotos por las que las revistas hubieran pagado sumas tentadoras, y personajes a los que los paparazzi acechaban sin parar. Javier de Montini, ex director de la revista Lecturas, cargo que ostentó desde 1972 al 2006, publicó unas fotos de la Presley en biquini, “no era un posado eran robadas, aunque estaba muy guapa. Pero se que no le sentó muy bien, aunque ella es una dama y nunca se enfada por nada”.
“La revista Hola compró unas fotos de Lady Di, tomando el sol, en las que se le veía un pecho (muy probablemente se le había caído el bañador y no se había dado cuenta). Costaron 40 millones de pesetas y nunca salieron a la luz, pero la información es poder y a cambio Hola sacaba luego muchas exclusivas de la familia real inglesa”, recuerda Paz.
“Cuando la prensa rosa empezó a decaer, las fotos dejaron de pagarse bien. Antes uno podía ganar mucho dinero con una sola instantánea, era lo que en el gremio llamábamos “el pelotazo”, recuerda Bernardo Paz.
“Yo di uno con la imagen en la que Camilo José Cela le pegó un puñetazo al periodista Jesús Mariñas en el verano de 1991, en la Marbella de Jesús Gil. Y luego otra que me reportó bastantes dividendos. Fue una que tenía archivada, sin pena ni gloria, pero que cobró actualidad cuando Isabel Presley se casó con Miguel Boyer.
Yo los había retratado el día que se conocieron en unos premios Naranja-Limón. Dedicarse, hoy en día, a ser solo paparazzi y vivir de ello es imposible.
Hay que compaginar varias cosas. Yo, por ejemplo, hago moda (pasarelas), cine (estrenos) y casas reales.
Ese mundo que algunos conocimos ya se ha acabado. Ahora son los famosos, los que ellos mismos sacan sus posados en Instagram, pero eso ha contribuido a que el glamour desaparezca”.
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