El príncipe muestra su versión más 'eco' y desvela que fue su padre Rainiero quien le inculcó su defensa del medio ambiente.
Alberto de Mónaco fue un angelical príncipe rubio que se colaba entre el glamour incuestionable de su madre Gracia de Mónaco —Grace Kelly, hasta su real boda—
el tirón de su hermana mayor, Carolina, y la rebeldía de la menor,
Estefanía.
Ocurrió desde su nacimiento, el 14 de marzo de 1958, y siguió sucediendo en los años sesenta y setenta.
Entonces, Mónaco florecía bajo el embrujo de la familia de revista que había formando la oscarizada exactriz de Hollywood con Rainiero III, el monarca que manejaba los designios de un principado de dos kilómetros cuadrados de superficie preso de su minúsculo tamaño y su situación entre la costa y los acantilados que sirven de frontera a este país que parece de cartón piedra.
Después, aquel joven llamado a ser el heredero de la monarquía que regenta Mónaco, vivió la pérdida de su hipnotizante madre víctima de un accidente automovilístico cuando ella tenía 52 años. Algo cambió para siempre en el Principado que entonces era refugio de la jet set internacional y hoy lo es de millonarios oligarcas rusos y acaudalados deportistas.
Rainiero nunca dejó del todo esa doliente imagen que dio la vuelta al mundo durante los funerales por su esposa, y sus tres hijos siguieron copando portadas de revistas pero más por sus idas y venidas sentimentales que por sus logros intelectuales o profesionales.
Del príncipe Alberto se esperaba un matrimonio modélico y un heredero , pero él tardó algo más de cinco décadas en decidirse. Mientras vivió la dolce vita que le permitía su posición y acumuló rumores, aventuras amorosas y un par de hijos extramatrimoniales, Jazmín y Alexander, con los que mantiene relación, a quienes ha reconocido pero que no tienen derechos sucesorios.
En 2011, con 53 años, se casó con Charlene Lynette Wittstock, una exnadadora sudafricana que se convirtió en la princesa Charlene —no sin rumores de novia a la fuga en los días previos a su boda— y en la madre de sus dos hijos pequeños, los mellizos Jacques (el heredero) y Gabriella.
El pasado jueves, Alberto de Mónaco recaló en Madrid y, en un momento de noticias felices en el Principado —bodas y proyectos profesionales de sus sobrinos, que siguen copando las revistas del corazón— mostró su versión más eco y activista.
El motivo de su visita fue entregar, por primera vez en España, los premios de la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco, que han celebrado su XII edición.
Una entidad creada en 2006 con el objetivo de proteger el medio ambiente e impulsar un desarrollo sostenible.
“En 1992 acudí con mi padre a la Cumbre de la Tierra y me abrió los
ojos sobre el gran problema que existía con el medio ambiente. Ya se
hablaba de situación de emergencia y me dije a mí mismo que algún día
haría algo al respecto.
Fui ganando experiencia, conocí a muchos científicos y tomé conciencia de diferentes problemas.
En 2006 viajé al Polo Norte y vi directamente los efectos del cambio climático.
Me dije que tenía que hacer algo más personal y así nació mi fundación”, explica Alberto II durante el encuentro con EL PAÍS que tuvo lugar horas antes de la entrega de premios.
Ocurrió desde su nacimiento, el 14 de marzo de 1958, y siguió sucediendo en los años sesenta y setenta.
Entonces, Mónaco florecía bajo el embrujo de la familia de revista que había formando la oscarizada exactriz de Hollywood con Rainiero III, el monarca que manejaba los designios de un principado de dos kilómetros cuadrados de superficie preso de su minúsculo tamaño y su situación entre la costa y los acantilados que sirven de frontera a este país que parece de cartón piedra.
Después, aquel joven llamado a ser el heredero de la monarquía que regenta Mónaco, vivió la pérdida de su hipnotizante madre víctima de un accidente automovilístico cuando ella tenía 52 años. Algo cambió para siempre en el Principado que entonces era refugio de la jet set internacional y hoy lo es de millonarios oligarcas rusos y acaudalados deportistas.
Rainiero nunca dejó del todo esa doliente imagen que dio la vuelta al mundo durante los funerales por su esposa, y sus tres hijos siguieron copando portadas de revistas pero más por sus idas y venidas sentimentales que por sus logros intelectuales o profesionales.
Del príncipe Alberto se esperaba un matrimonio modélico y un heredero , pero él tardó algo más de cinco décadas en decidirse. Mientras vivió la dolce vita que le permitía su posición y acumuló rumores, aventuras amorosas y un par de hijos extramatrimoniales, Jazmín y Alexander, con los que mantiene relación, a quienes ha reconocido pero que no tienen derechos sucesorios.
En 2011, con 53 años, se casó con Charlene Lynette Wittstock, una exnadadora sudafricana que se convirtió en la princesa Charlene —no sin rumores de novia a la fuga en los días previos a su boda— y en la madre de sus dos hijos pequeños, los mellizos Jacques (el heredero) y Gabriella.
El pasado jueves, Alberto de Mónaco recaló en Madrid y, en un momento de noticias felices en el Principado —bodas y proyectos profesionales de sus sobrinos, que siguen copando las revistas del corazón— mostró su versión más eco y activista.
El motivo de su visita fue entregar, por primera vez en España, los premios de la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco, que han celebrado su XII edición.
Una entidad creada en 2006 con el objetivo de proteger el medio ambiente e impulsar un desarrollo sostenible.
Fui ganando experiencia, conocí a muchos científicos y tomé conciencia de diferentes problemas.
En 2006 viajé al Polo Norte y vi directamente los efectos del cambio climático.
Me dije que tenía que hacer algo más personal y así nació mi fundación”, explica Alberto II durante el encuentro con EL PAÍS que tuvo lugar horas antes de la entrega de premios.
Si no tenemos sistemas sanos que se preocupen por la Tierra, no tenemos futuro y no lo tendrán nuestros hijos.
El objetivo es desarrollar economías sostenibles que atiendan a los recursos naturales”.
Pero además de las grandilocuencias, Alberto de Mónaco reconoce que los grandes proyectos comienzan por los detalles pequeños: “La educación es imprescindible. A mis hijos les llevo a espacios naturales, a estar en contacto con la naturaleza y con los animales. Tenemos la suerte de tener una granja y hacer así que estén más conectados con el entorno para que puedan defenderlo en un futuro”.
"En Mónaco lo que intento hacer es animar a la gente a que se mueva en transporte público, dar incentivos para comprar vehículos eléctricos y que la gente vaya aceptando el cambio poco a poco", explica sobre su actuación como gobernante.
Resulta inevitable preguntar a quien es miembro muy activo del Comité Olímpico Internacional (COI) por su opinión sobre la posibilidad de que Madrid vuelva a presentar su candidatura como sede olímpica.
Precisamente a él, a quien muchos españoles señalan como quien frustró el intento de conseguirlo en 2012 cuando en una de las últimas reuniones del COI para decidirlo él preguntó sobre si España podía garantizar la seguridad frente al terrorismo.
La respuesta es digna de un príncipe:
"Todas las veces que Madrid se ha presentado a la candidatura olímpica yo lo he apoyado mucho. Estoy seguro de que en un futuro, Madrid será ciudad olímpica".
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