TENGO ENTRE mis manos una revista preciosa.
Es cuadrada, bastante gruesa, con un diseño moderno y un papel estupendo.
Dentro hay, entre otras cosas, poemas, chistes, recetas de cocina, pequeños relatos, entrevistas, un genial trabajo sobre la lengua caló con un glosario de palabras (¿sabían que “fardar” es caló y significa “vestir bien”?) y un reportaje-testimonio sobre las madres que cumplen condena en un centro penitenciario y que viven entre rejas con sus bebés hasta que estos alcanzan los tres años:
¿Es bueno llamar casa a la cárcel delante de los niños? ¿Cómo ir explicándoles dónde están a medida que crecen?
¿Es posible preparar a los pequeños y prepararse una misma para el desgarro de la separación cuando se van?
Es un texto conmovedor y fascinante, como otros que se recogen en estas páginas.
La revista se llama Expresas y está hecha por las internas del centro penitenciario de Picassent, en Valencia.
Desde fuera solemos tener una visión descuidada y lejana de lo que es una cárcel. Incluso si acudes de visita (he dado charlas en media docena de centros penitenciarios) eres incapaz de ver más allá de la primera ojeada.
Impresiona el ruido de los cerrojos restallando a la espalda a medida que cruzas los diversos controles, pero aún vas protegida y envuelta en la burbuja de tu libertad y del pleno dominio de ti misma, así que no te parece tan difícil de soportar.
Sin embargo, mis amigos abogados me cuentan de la extrema dureza de la cárcel.
Del quebranto que supone no ser dueño de tu tiempo ni de tu vida. Esta revista es un pellizco de normalidad dentro de la desolada anormalidad de estar prisionera.
Es un poderoso remedio contra la humillación.
Siempre he admirado a esas personas que no sólo sienten un vago deseo de mejorar el mundo, como nos sucede a la mayoría, sino que además deciden hacerlo.
Es cuadrada, bastante gruesa, con un diseño moderno y un papel estupendo.
Dentro hay, entre otras cosas, poemas, chistes, recetas de cocina, pequeños relatos, entrevistas, un genial trabajo sobre la lengua caló con un glosario de palabras (¿sabían que “fardar” es caló y significa “vestir bien”?) y un reportaje-testimonio sobre las madres que cumplen condena en un centro penitenciario y que viven entre rejas con sus bebés hasta que estos alcanzan los tres años:
¿Es bueno llamar casa a la cárcel delante de los niños? ¿Cómo ir explicándoles dónde están a medida que crecen?
¿Es posible preparar a los pequeños y prepararse una misma para el desgarro de la separación cuando se van?
Es un texto conmovedor y fascinante, como otros que se recogen en estas páginas.
La revista se llama Expresas y está hecha por las internas del centro penitenciario de Picassent, en Valencia.
Desde fuera solemos tener una visión descuidada y lejana de lo que es una cárcel. Incluso si acudes de visita (he dado charlas en media docena de centros penitenciarios) eres incapaz de ver más allá de la primera ojeada.
Impresiona el ruido de los cerrojos restallando a la espalda a medida que cruzas los diversos controles, pero aún vas protegida y envuelta en la burbuja de tu libertad y del pleno dominio de ti misma, así que no te parece tan difícil de soportar.
Sin embargo, mis amigos abogados me cuentan de la extrema dureza de la cárcel.
Del quebranto que supone no ser dueño de tu tiempo ni de tu vida. Esta revista es un pellizco de normalidad dentro de la desolada anormalidad de estar prisionera.
Es un poderoso remedio contra la humillación.
Siempre he admirado a esas personas que no sólo sienten un vago deseo de mejorar el mundo, como nos sucede a la mayoría, sino que además deciden hacerlo.
Gente que tiene una idea y, sobre todo, la formidable
voluntad de ponerse en marcha.
Qué generosos son en tiempo y energía.Sesenta reclusas
acudieron a la presentación de los talleres periodísticos y, al final,
15 internas hicieron la revista por completo.
Decidieron absolutamente
todo, incluso el elocuente título de Expresas.
La revista salió
el 8 de marzo y está en versión digital, pero también se imprimieron
unos cuantos ejemplares, objetos preciosos para las presas, que carecen
de acceso a Internet:
“La revista tenía que salir en papel para salvar
la brecha digital con sus familias y para poder ser un puente entre el
interior y el exterior”, explica Pilar. “Quería que ellas pudieran
entregar la publicación en mano a sus hijos y decirles:
‘Esto es lo que
yo soy capaz de crear. Esta sí soy yo”.
La escritura como salvación, la comunicación como herramienta potenciadora de la autoestima. En un reportaje publicado en elsaltodiario.com, Eva, una de las redactoras de Expresas,
decía: “Es una experiencia nueva que te demuestra a ti misma lo que
eres capaz de hacer. Como nunca te han dicho cómo hacerlo (…), lo tienes
ahí, pero es una parte que tienes dormida. Y cuando se despierta es un
monstruo que crece y crece ¡para bien!”.
Las mujeres son sólo un 8% de la población reclusa en España y los recursos para su reinserción son por consiguiente menores que los de los hombres.
El proyecto Impresas cuenta con el apoyo de la Universidad de Valencia, pero ha sido muy difícil conseguir financiación para sacar este primer número.
Ahora están buscando fondos para una segunda edición, lo cual implica llamar a mil puertas, porque la sociedad no es lo que se dice muy receptiva ante las necesidades de los presos: vivimos de espaldas a ellos.
De nuevo palabras de Eva expresando lo que sintió al ver por primera vez el borrador:
“Por la noche no podía dormir, se me revolvía el estómago de pensar que lo habíamos hecho, que lo habíamos logrado.
Estábamos todas como en un sueño”. Pequeños gestos que pueden cambiar vidas y que, en mitad de la desesperanza, logran despertar al monstruo bueno.
Las mujeres son sólo un 8% de la población reclusa en España y los recursos para su reinserción son por consiguiente menores que los de los hombres.
El proyecto Impresas cuenta con el apoyo de la Universidad de Valencia, pero ha sido muy difícil conseguir financiación para sacar este primer número.
Ahora están buscando fondos para una segunda edición, lo cual implica llamar a mil puertas, porque la sociedad no es lo que se dice muy receptiva ante las necesidades de los presos: vivimos de espaldas a ellos.
De nuevo palabras de Eva expresando lo que sintió al ver por primera vez el borrador:
“Por la noche no podía dormir, se me revolvía el estómago de pensar que lo habíamos hecho, que lo habíamos logrado.
Estábamos todas como en un sueño”. Pequeños gestos que pueden cambiar vidas y que, en mitad de la desesperanza, logran despertar al monstruo bueno.
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