Las cadenas del grupo fueron las únicas que no montaron noches electorales el domingo.
Ya puede estallar una guerra, que Mediaset va a lo suyo.
Sus cadenas fueron las únicas que no montaron noches electorales el domingo, representando a esa España extraparlamentaria que solo vota en Gran Hermano y ofreciendo un descanso para el forofismo de García Ferreras, la neutralidad imperturbable de Ana Blanco o la opción centrista de Susanna Griso.
En Mediaset no salían Carmenas despidiéndose ni concejales de Vox palmoteándose la espalda unos a otros.
Hubo un momento en que, mientras Telecinco le daba a sus Supervivientes con sus concursantes en pelotas, Íker Jiménez hablaba en Cuatro de una isla del doctor Moreau de Liberia llena de chimpancés infectados con las enfermedades más espantosas que se conocen.
Deseé que Vasile no estuviese viendo lo que yo, porque la idea de un crossover de Supervivientes con la Monkey Island de Liberia es demasiado tentadora para dejarla pasar.
Conforme avanzaba el escrutinio, la España de Mediaset y la España que votaba empezaron a converger, y no solo porque los tertulianos políticos iban engorilándose y pareciéndose cada vez más en sus intervenciones a los comentaristas de Supervivientes o a los conspiranoicos de Cuarto milenio.
La semejanza era más sutil y antropológica.
Tertulianos y dirigentes contemplaban el escrutinio con la misma perplejidad con que los simios se rascaban las pulgas o con que los concursantes en pelotas de Telecinco respondían a Jordi González, cuya seriedad también parecía aludir al reparto de concejales y no a las cuitas paranoides de los protas de su programa.
¿Dónde estaba el relato paranormal? ¿No eran mucho más inexplicables las victorias de Díaz Ayuso o del PSOE en Castilla y León que cualquier contenido de Cuarto Milenio? ¿No daban más miedo las lágrimas de Colau o que Revilla sea el señor absoluto de Cantabria? ¿Qué España era más real, la de Mediaset o la que votaba? Yo no tengo ni idea.
Sus cadenas fueron las únicas que no montaron noches electorales el domingo, representando a esa España extraparlamentaria que solo vota en Gran Hermano y ofreciendo un descanso para el forofismo de García Ferreras, la neutralidad imperturbable de Ana Blanco o la opción centrista de Susanna Griso.
En Mediaset no salían Carmenas despidiéndose ni concejales de Vox palmoteándose la espalda unos a otros.
Hubo un momento en que, mientras Telecinco le daba a sus Supervivientes con sus concursantes en pelotas, Íker Jiménez hablaba en Cuatro de una isla del doctor Moreau de Liberia llena de chimpancés infectados con las enfermedades más espantosas que se conocen.
Deseé que Vasile no estuviese viendo lo que yo, porque la idea de un crossover de Supervivientes con la Monkey Island de Liberia es demasiado tentadora para dejarla pasar.
Conforme avanzaba el escrutinio, la España de Mediaset y la España que votaba empezaron a converger, y no solo porque los tertulianos políticos iban engorilándose y pareciéndose cada vez más en sus intervenciones a los comentaristas de Supervivientes o a los conspiranoicos de Cuarto milenio.
La semejanza era más sutil y antropológica.
Tertulianos y dirigentes contemplaban el escrutinio con la misma perplejidad con que los simios se rascaban las pulgas o con que los concursantes en pelotas de Telecinco respondían a Jordi González, cuya seriedad también parecía aludir al reparto de concejales y no a las cuitas paranoides de los protas de su programa.
¿Dónde estaba el relato paranormal? ¿No eran mucho más inexplicables las victorias de Díaz Ayuso o del PSOE en Castilla y León que cualquier contenido de Cuarto Milenio? ¿No daban más miedo las lágrimas de Colau o que Revilla sea el señor absoluto de Cantabria? ¿Qué España era más real, la de Mediaset o la que votaba? Yo no tengo ni idea.
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