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Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
1 may 2019
Foster niega que haya hecho una propuesta para la reconstrucción de Notre Dame
El
arquitecto inglés Norman Foster y otros seis expertos reflexionan para
ICON Design sobre los límites entre lo nuevo y lo histórico, el
imaginario colectivo y las posibilidades que ofrece una nueva catedral.
La
catedral de Notre Dame sufrió un incendio en la tarde del 15 de abril,
que ocasionó la pérdida de la cubierta y la aguja que proyectó
Viollet-le-Duc, entre 1844 y 1864. |Getty
Después de la catástrofe llegó el triunfalismo: "Reconstruiremos Notre Dame aún más hermosa, y quiero que se complete en cinco años. Nosotros podemos". Esta muestra de voluntariosa grandeur debida a Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, se produjo al cabo de 24 horas de extinguirse el incendio que se ensañó con la cubierta y otros elementos de la catedral
parisina, y posiblemente sirvió para consolar a muchos de los que
habían mostrado su desgarro ante la pérdida. Pero, ¿qué es lo que
procede reconstruir, y cómo? Lo primero que hay que advertir es que en realidad Notre Dame ya es
ante todo una gran reconstrucción. Debido a los ataques sufridos durante
la Revolución Francesa y al mero paso del tiempo, el monumento había llegado al siglo XIX en tal estado de ruina que se planteó seriamente el derribo total. Hizo falta que en 1831 el novelista Victor Hugo publicara su best sellerNuestra Señora de París
(ya saben: el jorobado Quasimodo, Esmeralda la zíngara y el malvado
Frollo entre las gárgolas y los arcos apuntados de la catedral) para que
se generara una nueva conciencia proclive a salvar el edificio. A esto
se sumó el nacionalismo de unos gobiernos que, desde Napoleón, estaban
interesados en utilizar los tesoros arquitectónicos franceses como
espejo de una imagen idealizada del espíritu nacional. Así que fueron elegidos para acometer la renovación de la catedral
Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste-Antoine Lassus, cuya agenda no
pasaba tanto por devolverle su esplendor como por edificar a partir de
él una especie de canon de lo que, en su opinión, debería ser un
monumento medieval francés. Abandonando en el camino todo rigor
histórico y apego a la verdad si hacía falta. Y la hizo, al parecer: por
eso entre 1844 y 1864 –desde la muerte de Lassus en 1857,
Viollet-le-Duc continuó en solitario– se dedicaron a rehacer agujas,
pináculos, rosetones, vitrales, gabletes y secciones enteras del
edificio, y recrearon gárgolas y esculturas copiándolas de otras
catedrales francesas como Chartres o Amiens. El resultado de esto es que lo que han contemplado los
aproximadamente 12 millones de visitantes que cada año se acercan a este
icono creyendo encontrarse ante un documento original de la Edad Media
es, en gran medida, una fantasía neomedieval producto del idealismo
romántico más arrebatado.
Lo mejor de lo nuevo para conservar lo viejo
Desde que Macron hizo su anuncio, y a la espera de que se resuelva el
correspondiente concurso público, se han publicado varias alternativas
de restauración. La más difundida es la que se atribuía al arquitecto
británico Norman Foster la idea de levantar una cubierta de cristal por
encima de las densas bóvedas de crucería que coronan las naves del
edificio. En realidad, según explican a ICON Design desde el estudio Foster + Partners, Lord Foster no ha emitido de momento ninguna propuesta pública para la restauración de Notre Dame. Pero el arquitecto británico sí desea puntualizar ahora algunas cuestiones sobre el asunto.
"Notre Dame de París es el monumento de alta tecnología más
importante de su época en términos de ingeniería gótica", afirma Foster. "Como muchas catedrales, su historia es de cambio y renovación. A lo
largo de los siglos, los techos de las catedrales medievales han sido
devastados por incendios y reemplazados (por ejemplo, Chartres en 1194 y
1836, Metz en 1877). En todos los casos, el reemplazo utilizó la tecnología de construcción más avanzada de la época; nunca replicó el original. En Chartres, las maderas del siglo XII fueron reemplazadas en el siglo
XIX por una nueva estructura de hierro fundido y cobre".
El origen de la confusión
Idoia Sota
Pocos días después del incendio de la catedral de Notre Dame en París, el diario británico The Times
recogía varias opiniones y propuestas de arquitectos de Reino Unido
para acometer una reconstrucción de la aguja y la cubierta del edificio. Entre ellas, la de Norman Foster que, como en este artículo,
reflexionaba sobre las oportunidades que ofrece el concurso abierto por
el gobierno francés y defendía la opción de hacerla con la última
tecnología. El diario recogió en una infografía (en el tuit de abajo)
una combinación de las propuestas, como la del arquitecto Ian Ritchie
que imaginaba una aguja de cristal con acero inoxidable, vaciada al 50%
para evitar que el viento la terminara venciendo. Las redes sociales
rápidamente atribuyeron esta propuesta a Norman Foster porque el
artículo de The Times, que solo puede leerse completo bajo
suscripción, solo dejaba ver de forma gratuita las declaraciones de
Foster y el gráfico resumen. La decisión de celebrar ahora un concurso para la reconstrucción de
Notre Dame, reconoce Foster, "debe ser aplaudida porque es un
reconocimiento de esa tradición de nuevas intervenciones y un compromiso
para su continuación. De lo contrario, si la decisión fuera simplemente
replicar el pasado, sería inútil abrir una competición". Además, la cubierta que ha sido destruida "tenía una estructura de
vigas de madera, cada una hecha de un roble individual, con un total de
1.300. De ahí su apodo, El Bosque. Rara vez se ha visitado, por lo que,
seguramente, esta es una oportunidad para recrear una estructura que una
vez estuvo oculta, y ahora está destruida, con un reemplazo moderno,
ignífugo y liviano. El resultado ideal sería una combinación respetuosa de lo antiguo dominante con lo mejor de lo nuevo". Norman Foster es, precisamente, una de las opciones con las que sueña la arquitecta Teresa Sapey
para la renovada Notre Dame: "Él sabría perfectamente hacer una
aportación contemporánea en un contexto histórico", valora antes de
añadir a su lista de candidatos otro nombre, David Chipperfield: "Un gran maestro de la elegancia contemporánea".
El límite entre restaurar y falsificar un documento histórico
Para Sapey, más que un arquitecto Viollet-le-Duc fue "un escenógrafo
teatral", y lo peor es que los errores cometidos en el siglo XIX no
parecen habernos enseñado nada en el XXI: "Detesto los falsos
históricos, y por eso estoy también en contra de lo que se ha hecho con
la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona. En cuanto a Notre Dame, entre
las nuevas propuestas he visto la de rehacer la cubierta en cristal y
eso me parece algo mucho más inteligente". Lo mejor, opina la arquitecta, "es que se haga un concurso
internacional y ver qué proponen los arquitectos más brillantes del
mundo, que seguro que tienen muy buenas ideas. Además, si hay una nación capaz de borrar su pasado por un futuro mejor cuando ha hecho falta, esa es la francesa. Mira el Pompidou de Rogers y Piano, o la pirámide de Pei en el Louvre. Me parecería magnífico que ahora volvieran a hacer lo mismo a nivel
sacro con Notre Dame".
Con su habitual ironía, Sapey no deja pasar la ocasión para referirse
a la aguja que despareció con el incendio: "¡Esa aguja era como una
antena de la tele! Las torres de la catedral son tan tochas que quedaba ridícula. Mira, a veces no hay mal que por bien no venga. Como se ha dicho, lo que ha pasado con Notre Dame es un drama, no una tragedia".
Pese al evidente humor del comentario, no hay en él nada frívolo.
Pensemos que la imagen más impactante difundida por los medios durante
el incendio fue precisamente la de la aguja colapsando convertida en una
tea ardiente. Pues bien, esa aguja cuya caída hizo a muchos hablar
sobre la pérdida fulminante de 800 años de historia tenía en realidad
siglo y medio de vida y era quizá el más discutible de los añadidos a
los que se atrevió Viollet-le-Duc. El principal reproche que se le podría hacer no es que resultara demasiado llamativa, sino precisamente lo contrario, que tratara de hacerse pasar por algo que siempre había estado ahí.
La Carta de Venecia –documento firmado por los expertos reunidos en
el II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos
Históricos de 1964– establece que los elementos que reemplacen partes inexistentes deben integrarse armoniosamente, pero "distinguiéndose claramente de los originales, a fin de que no se falsifique el documento artístico o histórico".
El Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, ICOMOS, organismo
–con sede precisamente en París, y que asesora a la UNESCO sobre sitios
Patrimonio de la Humanidad–, adoptó el documento en 1965 y desde
entonces se lo considera una de las referencias básicas a las que
atenerse en toda restauración de un edificio histórico.
Cuestión de Estado: lo que se juega Macron
Manuel Blanco,
director de la ETSAM que además, como arquitecto en activo, trabaja en
la actualidad en el diseño expositivo del futuro Museo de las
Colecciones Reales de Madrid, también nos coloca en el contexto
histórico: "El quid de la cuestión sobre cómo va a ser la
restauración está en una toma de decisiones que radica en la Ley de
separación de las iglesias y el estado de la República Francesa de 1905,
en que se consolida la pertenencia de la catedral al Estado. Mitterrand
fue un presidente constructor de un nuevo Paris y la joya de la corona
de su presidencia fue la reorganización del Louvre, introduciendo una
pieza de arquitectura contemporánea en su patio", ilustra.
Notre Dame, antes y después del fuego. |Getty
Por esto, en el caso de Notre Dame "está en duda que se recupere la
imagen de la catedral que cristalizó Viollet-le-Duc. El que se recupere
esta imagen decimonónica grabada a fuego en nuestro imaginario colectivo
o que se incorpore ahora una nueva pieza de arquitectura contemporánea
que hable de la modernidad dependerá de cuál es la imagen de Francia que quiera dar el presidente Macron a través de la pieza simbólica más importante que permanecerá de su presidencia. Esa es una verdadera cuestión de Estado".
Todo con el pueblo
Alicia Castillo Mena, presidenta del Comité Nacional Español de ICOMOS
y profesora del departamento de Prehistoria de la Universidad
Complutense, aprecia dos vertientes que deben contemplarse en la
restauración. "Por una parte, es una cuestión técnica en la que deben
intervenir los expertos, y de hecho ICOMOS está encima del caso asesorando a través de su Comité Nacional Francés. Pero también hay que tener en cuenta que Notre Dame es parte del
imaginario colectivo de París y del resto del mundo, y por eso una
restauración ideal también debería acompañarse de procesos
participativos que consideren la visión de la sociedad sobre el lugar".
El
interior de la catedral antes y después del fuego. Se puede ver cómo la
caída de la aguja de Viollet-le-Duc destrozó algunas cúpulas de Notre
Dame. |Getty
Belinda Tato,
profesora en la Universidad de Harvard y directora de la agencia de
diseño y consultoría urbanística Ecosistema Urbano, coincide en que el
edificio debe reflejar unos determinados valores sociales y políticos. Como Alicia Castillo, considera que el proceso debe ser lo más
democrático posible, y además hacer honor a la propia historia de la
catedral: "Notre Dame es resultado de la participación anónima y
colectiva de una serie de personas que contribuyeron con su trabajo y su
aportación económica", señala. "Creo que ante todo debe prevalecer ese espíritu de lo común, y que se
ha de responder a la voluntad de las personas que se sienten
identificadas con este elemento icónico", continúa Tato. "No puede ser
que la decisión final recaiga exclusivamente en la voluntad de un
político o de un arquitecto; tendrá que haber un proceso colectivo que
genere un debate en torno a las posibilidades existentes. Por otro lado,
precisamente por lo icónica que es, me parece fundamental que la
restauración incorpore los valores que nos deberían representar como
civilización: la sostenibilidad, la inclusividad, la democracia, valores
medioambientales y sociales".
¿Y si la dejamos tal y como ha quedado tras el fuego?
Andrés Jaque,
arquitecto español residente en Nueva York y fundador de la Oficina de
Innovación Política, habla de brecha generacional: "Esta es una
discusión importante que separa a los arquitectos entre aquellos se han
lanzado a proponer de manera superficial soluciones formales de nuevas
generaciones que entendemos que la responsabilidad de la arquitectura va
más allá de lo estilístico". Y ofrece un enfoque muy distinto que podría incluso considerarse provocador: "Notre
Dame quemada es el mejor monumento de un tiempo en el que Europa debe
cambiar y deshacerse de muchos de sus fantasmas del pasado. El vacío de sus cubiertas chamuscadas es la mejor arquitectura que de momento puede reivindicarse para Notre Dame”. Así que, ante la disyuntiva de una restauración que deje la catedral
como estaba antes del incendio u otra que emplee nuevas técnicas y
materiales, Jaque opta por no restaurar. Esta idea se fundamenta en su
propia experiencia personal, pero también en sólidos argumentos
políticos: "A finales de los noventa estudié en Dresde (Alemania),
cuando los fragmentos de los edificios destruidos en la Segunda Guerra
Mundial todavía ocupaban el espacio público. Y pude vivir cómo entonces
se cimentaba una sociedad más solidaria y valiente sobre estas ruinas". "La misión de la arquitectura aquí", completa Jaque, "es aportar un
marco para que, en un proceso de deliberación colectiva, la
reconstrucción de Notre Dame contribuya a reconstruir Europa como
diversa, disidente, alternativa, queer y desafiante ante las
hegemonías. Además, con cinco millones de musulmanes, 27 millones de
agnósticos y un pasado colonial que ha dejado un legado de conflictos
que siguen marcando el día a día de ciudades como París, la Francia del futuro solo puede ser multicultural".
Lo que hemos aprendido de la Mezquita de Córdoba
Por su parte, la arquitecta y comisaria Mara Sánchez Llorens,
que trabajó durante cuatro años en la restauración de la Mezquita de
Córdoba, se refiere a los monumentos como si fueran seres vivos. Así
que, además de a los expertos y a los ciudadanos, considera que hay que
escucharles a ellos: "La restauración de edificios que son historia viva
como Notre Dame requiere de una actitud humilde, respetuosa,
conservadora en lo que sea necesario y contemporánea en lo que mejore el
edificio y en lo que este nos diga. Siempre hay que escuchar
cariñosamente a edificios como este, con el que los habitantes de París
se identificaron desde su construcción". Volviendo a Macron, la duda definitiva es si cinco años bastarán para
reparar lo que se ha ido construyendo a lo largo de los siglos desde
que en 1163 se puso la primera piedra. De nuevo, Lord Foster nos aporta
la clave: "Francia tiene una reputación envidiable para la realización
de grandes proyectos. Teniendo en cuenta estos antecedentes, no hay
ninguna razón por la que no pueda lograrse el compromiso optimista del
presidente Macron".
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