Juan Carlos Galindo
Una nueva biografía rastrea la oscura etapa del autor de ‘Cosecha roja’ en la agencia Pinkerton, que alentaría una obra que transformó para siempre la novela negra.
Entre los miles de documentos preservados sobre la actividad de los
detectives de la agencia Pinkerton no hay ni rastro de un solo escrito
firmado por Dashiell Hammett (Maryland, 1894-Nueva York, 1961), no hay
una sola prueba documental de que el escritor trabajara para la mítica
compañía entre 1915 y 1922, de que anduviera espiando, siguiendo a
sospechosos, recabando pruebas en la basura, ajustando cuentas,
reventando huelgas.
“Hay tres razones que pueden justificar esto.
La primera es que los informes de la agencia eran propiedad de los clientes y muchos se quedaban con ellos.
Además, normalmente, estaban escritos con un alias.
Por último, puede que estuvieran varados en algún almacén que luego se quemó, que es la excusa preferida para justificar el destino de papeles que se pierden”, explica a este diario el periodista Nathan Ward quien, en Un detective llamado Dashiell Hammett (RBA, traducción de Eduardo Iriarte), prueba no solo que fuera un buen agente sino cómo influyó ese trabajo en su visión del mundo y cómo trasladó esa experiencia a las páginas de sus libros para refundar el género negro.
El caso Dashiell Hammett es un jugoso plato para cualquier investigador.
Veterano de las dos Guerras Mundiales, enfermo crónico de tuberculosis, bebedor impenitente, no se sabe por qué dejó de publicar, que no de escribir, tan pronto (su última novela,
El hombre delgado, es de 1934) ni mucho de lo que hizo antes de convertirse en el autor de El halcón maltés.
Hay, en esta historia, un detective de detectives que aporta la prueba definitiva a un pasado sobre el que, hasta ese momento, solo se tenía el testimonio de algunos familiares.
“Hay tres razones que pueden justificar esto.
La primera es que los informes de la agencia eran propiedad de los clientes y muchos se quedaban con ellos.
Además, normalmente, estaban escritos con un alias.
Por último, puede que estuvieran varados en algún almacén que luego se quemó, que es la excusa preferida para justificar el destino de papeles que se pierden”, explica a este diario el periodista Nathan Ward quien, en Un detective llamado Dashiell Hammett (RBA, traducción de Eduardo Iriarte), prueba no solo que fuera un buen agente sino cómo influyó ese trabajo en su visión del mundo y cómo trasladó esa experiencia a las páginas de sus libros para refundar el género negro.
El caso Dashiell Hammett es un jugoso plato para cualquier investigador.
Veterano de las dos Guerras Mundiales, enfermo crónico de tuberculosis, bebedor impenitente, no se sabe por qué dejó de publicar, que no de escribir, tan pronto (su última novela,
El hombre delgado, es de 1934) ni mucho de lo que hizo antes de convertirse en el autor de El halcón maltés.
Hay, en esta historia, un detective de detectives que aporta la prueba definitiva a un pasado sobre el que, hasta ese momento, solo se tenía el testimonio de algunos familiares.
Su nombre es David Fechheimer
y trabajó en la agencia Pinkerton en los años setenta.
Obsesionado con
seguir los pasos de Hammett, Fechheimer puso un anuncio en la prensa y
contactó con Phil Haultain, un exdetective que aprendió los trucos del
oficio con el escritor.
“Él me enseñó a ser un buen perseguidor. Era
alto, delgado y avispado.
No era un gran bebedor por aquellos tiempos,
no que yo recuerde, pero fumaba muchísimo”, contaba en 1975.
Su
testimonio se recogió en la revista City of San Francisco,
y cayó luego en el olvido, una simple anécdota para los biógrafos,
fascinados con los años dorados de Hammett como guionista en Hollywood,
su alcoholismo y su relación tormentosa con la escritora Lillian Hellman.
Ward lo rescata y consigue nuevas evidencias. “Tuve acceso a su
cartilla militar y ahí, en la casilla de profesión, puso: ‘Detective
privado”, cuenta.
Su literatura bebió de esa realidad. “Sus relatos de detectives
tienen el estilo de un informe de Pinkerton.
Podría haber sido poeta u
otro tipo de escritor, pero es la experiencia en la agencia la que le da
la materia y el hábito de escribir.
Sus historias eran más reales y
mejores que las de otros escritores”, asegura Ward.
Hammett no era Sam Spade, no era el agente de la Continental, pero su
visión de la corrupción total era la América de aquella época, la que
él había vivido al otro lado de la barricada en Baltimore y otros
lugares.
La legendaria Brigid O’Shaughnessy de El halcón maltés, la Elvira de La chica de los ojos de plata o la Dinah Brand de Cosecha roja son y a la vez no son Peggy O’Toole, una de sus muchas aventuras amorosas, un lance relatado con gusto y precisión por Ward.
“Creo que en 1915 necesitaba un empleo y odiaba todo lo que había hecho hasta ese momento.
Aquí tenía que viajar, algo que le interesaba.
El trabajo de reventador de huelgas y otras actividades desagradables le molestaban, pero no creo que en los años veinte las ideas políticas de Hammett estuvieran tan desarrolladas.
Lo veía como algo feo pero al mismo tiempo como una experiencia que le podía ser útil y que fue parte esencial de su posterior éxito literario.
Comparados con él, sus amigos de la izquierda tenían muy poca experiencia en la vida real y a Hammett le encantaba escandalizarlos con las historias de sus días en Pinkerton”, narra Ward.
Las últimas décadas de vida de Hammett están presididas por su silencio como escritor.
La legendaria Brigid O’Shaughnessy de El halcón maltés, la Elvira de La chica de los ojos de plata o la Dinah Brand de Cosecha roja son y a la vez no son Peggy O’Toole, una de sus muchas aventuras amorosas, un lance relatado con gusto y precisión por Ward.
Silencio y frustración
Cuesta imaginar cómo una de las voces de la izquierda estadounidense en los años treinta y cuarenta pudo estar años al servicio de una agencia que trabajaba de mamporrera de las empresas que no respetaban los derechos de sus trabajadores.“Creo que en 1915 necesitaba un empleo y odiaba todo lo que había hecho hasta ese momento.
Aquí tenía que viajar, algo que le interesaba.
El trabajo de reventador de huelgas y otras actividades desagradables le molestaban, pero no creo que en los años veinte las ideas políticas de Hammett estuvieran tan desarrolladas.
Lo veía como algo feo pero al mismo tiempo como una experiencia que le podía ser útil y que fue parte esencial de su posterior éxito literario.
Comparados con él, sus amigos de la izquierda tenían muy poca experiencia en la vida real y a Hammett le encantaba escandalizarlos con las historias de sus días en Pinkerton”, narra Ward.
Las últimas décadas de vida de Hammett están presididas por su silencio como escritor.
Víctima durante muchos años de la tuberculosis,
que le impedía trabajar durante largas épocas, y de las estrecheces de
un autor desconocido que se está abriendo camino con sus relatos
vendidos al peso en la emergente revista Black Mask,
cuando Hammett conoció el honor y la gloria decidió aprovechar.
Ward
resume: “Creo que dejó de publicar por varias razones. Esperaba durar
mucho menos tiempo por culpa de la tuberculosis y vivió a lo grande una
vez que vio que tenía dinero.
Pero la razón más profunda para explicar
por qué dejó de publicar es que quería ser visto como un novelista
legítimo, como Hemingway, y no como el rey de los escritores de novelas
criminales, cosa que ya era. El hombre delgado es una
sátira de la estructura y el estilo de las novelas negras con el
borracho exdetective Nick Charles volviendo a la vida que había
intentado dejar.
Fue el libro más popular de Hammett pero no consiguió
terminar ninguna de las novelas más literarias que intentó escribir
después en los años treinta.
Se tuvo que conformar con ser el autor de Cosecha roja y El halcón maltés.
Creo que no está mal”.
"Evidentemente, él ya tenía mucho éxito con los relatos de Black Mask y era la atracción de la revista", cuenta Ward, "pero Blanche Knopf creía, y así lo hizo, que las historias de detectives eran un asunto serio y le ayudó a darles la forma adecuada para otros lectores.
En Black Mask, el editor quería tanta acción como fuera posible meter y, empezando con Cosecha roja, Knopf le hizo podar tiroteos y explosiones con dinamita para no perder a los lectores habituales de novela".
Menos explosiones y menos sangre, por favor
Cuando Dashiell Hammett publicó Cosecha roja
inició una nueva vertiente del género negro que ha llegado hasta
nuestros días y que ha influido en autores como Ward, que reconoce que
la leyó "cuatro o cinco veces" mientras investigaba para este libro.
Sin embargo, la historia de corrupción y violencia de Poisonville era
mucho más escabrosa y sangrienta en sus primeras versiones. Cuando la
editora Blanche Knopf tuvo entre manos los manuscritos de la obra de
Hammett supo qué había que hacer para convertirlos en libros literarios y
ganar lectores ajenos al mundo de las revistas populares que a lo largo
de la década de los años veinte publicaban sus historias."Evidentemente, él ya tenía mucho éxito con los relatos de Black Mask y era la atracción de la revista", cuenta Ward, "pero Blanche Knopf creía, y así lo hizo, que las historias de detectives eran un asunto serio y le ayudó a darles la forma adecuada para otros lectores.
En Black Mask, el editor quería tanta acción como fuera posible meter y, empezando con Cosecha roja, Knopf le hizo podar tiroteos y explosiones con dinamita para no perder a los lectores habituales de novela".
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