Mujeres que frenan su vida sexual por nódulos o quistes, empresas que no contratan a candidatos con psoriasis y adolescentes con trastornos de ansiedad a causa de un liviano acné.
"La piel perfecta es el deseo más universal sobre el cuerpo", aseguraba el zoólogo y divulgador científico Desmond Morris en El mono desnudo (1967), uno de los ensayos más importantes sobre la evolución del comportamiento humano.
Morris explicaba entonces que la importancia de "la buena piel" reside en su función, como una suerte de soporte publicitario sobre el que los seres humanos anuncian salud, bienestar y fertilidad.
Hasta hace poco, las redes sociales de los guapos, ricos y famosos eran una sucesión de luminosos con este mensaje, interrumpida —eso sí— por el esperanzador despertar de un movimiento, con Justin Bieber, Kylie Jenner o Lorde en sus filas, que no se corta al mostrar a sus millones de seguidores granos, eccemas o sarpullidos. No son mayoría.
La membrana más superficial del organismo protege el interior, pero su aspecto trasciende a lo orgánico repercutiendo en el ámbito social de los individuos.
Y si el clasismo es una actitud que discrimina por clases, el pielismo lo hace por el aspecto de la piel.
Un ejemplo conocido es el de la percepción de la lepra, una enfermedad cutánea muy poco contagiosa, cuya asociación a lo vergonzante aparece ya en textos sagrados del judaísmo, el cristianismo y el hinduismo.
Pero, a pesar de la antigüedad de las fuentes que constatan su existencia, estarán en un error quienes piensen que el ostracismo hacia estos enfermos desapareció con el paso del medievo a la Edad Moderna.
Monica Green, investigadora experta en historia de la salud de la Universidad de Arizona (EE UU), sostiene en Dermatology Times que las mayores acciones de rechazo social tuvieron lugar en occidente, ya bien entrado el siglo XX, con el confinamiento de miles de pacientes a las llamadas "islas de leprosos" en Grecia, Chile, Argentina, Filipinas o Hawái.
Testimonios de los supervivientes relatan que no se les permitió despedirse de su familia ni mantener con ellos ningún tipo de contacto, ni tan siquiera postal.
Casos de estigmatización y aislamiento que los expertos en salud pública temieron que se volviesen a repetir durante los primeros años del VIH, cuyo primer síntoma y elemento discriminatorio principal lo conformaban las lesiones del sarcoma de Kaposi, unas agresivas manchas negras que avanzaban imparables sobre todo el cuerpo.
Son dos apuntes de la historia reciente sobre cómo la enfermedad cutánea puede despertar actitudes miserables en la sociedad.
Y los medios de comunicación, a veces, reman a favor.
Un estudio de 2016 publicado en JAMA, con el título La cara del mal, constató que seis de los diez villanos más populares del cine en EE UU, entre otros, Freddy Krueger o Darth Vader, lidian con problemas dermatológicos como alopecia (el 30%); hiperpigmentación (30%); arrugas profundas en la cara (20%); múltiples cicatrices faciales (20%); verrugas (10%) o rhinophyma (10%), el enrojecimiento y espesor anómalos de la piel alrededor de la nariz.
Pero el organismo no siempre atiende a la meritocracia, y la biología y la genética establecen sus propias circunstancias.
La realidad es que ninguna de esas rutinas hacia la piel perfecta pueden evitar la aparición de granos, picores, rojeces o descamación.
Y lo peor es que supone un peaje psicológico y social para quienes los padecen.
Una ramificación más de la conocida como "dictadura del bienestar", que el profesor André Spicer, de la Cass Business School de la City University de Londres, y Carl Cederstörm, de la Universidad de Estocolmo, definían en su libro The Wellness Syndrome:
"Se está imponiendo la idea de que una persona sana y feliz es moralmente una buena persona, mientras que quien no se cuida tiene fallas morales".
Quienes dan por hecho que un problema de piel esconde este comportamiento practican la discriminación. "Hasta el punto de que algo tan inofensivo como los granos puede causar una patología psiquiátrica tan importante como el trastorno dismórfico [síntomas ansioso-depresivos por percibir un presunto defecto físico propio de forma exagerada]", apunta Servando Marrón, dermatólogo e investigador principal del Grupo Aragonés de Investigación en Psicodermatología.
La brecha socioeconómica también se plasma en la piel.
Morris explicaba entonces que la importancia de "la buena piel" reside en su función, como una suerte de soporte publicitario sobre el que los seres humanos anuncian salud, bienestar y fertilidad.
Hasta hace poco, las redes sociales de los guapos, ricos y famosos eran una sucesión de luminosos con este mensaje, interrumpida —eso sí— por el esperanzador despertar de un movimiento, con Justin Bieber, Kylie Jenner o Lorde en sus filas, que no se corta al mostrar a sus millones de seguidores granos, eccemas o sarpullidos. No son mayoría.
La membrana más superficial del organismo protege el interior, pero su aspecto trasciende a lo orgánico repercutiendo en el ámbito social de los individuos.
Y si el clasismo es una actitud que discrimina por clases, el pielismo lo hace por el aspecto de la piel.
Un ejemplo conocido es el de la percepción de la lepra, una enfermedad cutánea muy poco contagiosa, cuya asociación a lo vergonzante aparece ya en textos sagrados del judaísmo, el cristianismo y el hinduismo.
Pero, a pesar de la antigüedad de las fuentes que constatan su existencia, estarán en un error quienes piensen que el ostracismo hacia estos enfermos desapareció con el paso del medievo a la Edad Moderna.
Monica Green, investigadora experta en historia de la salud de la Universidad de Arizona (EE UU), sostiene en Dermatology Times que las mayores acciones de rechazo social tuvieron lugar en occidente, ya bien entrado el siglo XX, con el confinamiento de miles de pacientes a las llamadas "islas de leprosos" en Grecia, Chile, Argentina, Filipinas o Hawái.
Testimonios de los supervivientes relatan que no se les permitió despedirse de su familia ni mantener con ellos ningún tipo de contacto, ni tan siquiera postal.
Casos de estigmatización y aislamiento que los expertos en salud pública temieron que se volviesen a repetir durante los primeros años del VIH, cuyo primer síntoma y elemento discriminatorio principal lo conformaban las lesiones del sarcoma de Kaposi, unas agresivas manchas negras que avanzaban imparables sobre todo el cuerpo.
Son dos apuntes de la historia reciente sobre cómo la enfermedad cutánea puede despertar actitudes miserables en la sociedad.
Y los medios de comunicación, a veces, reman a favor.
Un estudio de 2016 publicado en JAMA, con el título La cara del mal, constató que seis de los diez villanos más populares del cine en EE UU, entre otros, Freddy Krueger o Darth Vader, lidian con problemas dermatológicos como alopecia (el 30%); hiperpigmentación (30%); arrugas profundas en la cara (20%); múltiples cicatrices faciales (20%); verrugas (10%) o rhinophyma (10%), el enrojecimiento y espesor anómalos de la piel alrededor de la nariz.
¿Piel de ricos, piel de pobres? El organismo no siempre lo entiende
La ciencia determina para la piel sana unas pautas basadas en una alimentación equilibrada con predominio de frutas y verduras, así como pasos diarios de higiene facial, hidratación y fotoprotección, además de un canon de vida no sedentario con suficientes horas de sueño.Pero el organismo no siempre atiende a la meritocracia, y la biología y la genética establecen sus propias circunstancias.
La realidad es que ninguna de esas rutinas hacia la piel perfecta pueden evitar la aparición de granos, picores, rojeces o descamación.
Y lo peor es que supone un peaje psicológico y social para quienes los padecen.
Una ramificación más de la conocida como "dictadura del bienestar", que el profesor André Spicer, de la Cass Business School de la City University de Londres, y Carl Cederstörm, de la Universidad de Estocolmo, definían en su libro The Wellness Syndrome:
"Se está imponiendo la idea de que una persona sana y feliz es moralmente una buena persona, mientras que quien no se cuida tiene fallas morales".
Quienes dan por hecho que un problema de piel esconde este comportamiento practican la discriminación. "Hasta el punto de que algo tan inofensivo como los granos puede causar una patología psiquiátrica tan importante como el trastorno dismórfico [síntomas ansioso-depresivos por percibir un presunto defecto físico propio de forma exagerada]", apunta Servando Marrón, dermatólogo e investigador principal del Grupo Aragonés de Investigación en Psicodermatología.
El negocio de las pieles blancas
Más allá de las condiciones clínicas, hay una tendencia
dermatológica que apuntala el clasismo imperante en la obsesión por el
cutis perfecto: que sea cuanto más blanco, mejor.
El bleaching, cosmética destinada a aclarar la piel, es hoy un negocio multimillonario en todo el mundo, aunque en muchos países florezca en el mercado ilegal por los riesgos asociados al uso de componentes como la hidroquinona (puede producir irritaciones, eritemas...) o el mercurio, cuya toxicidad siempre ha estado en entredicho.
En el continente americano, su auge en las comunidades afroamericanas, asiáticas y latinas se circunscribe a mujeres adolescentes, según sostiene un estudio de la Universidad de Southern Misisipi del Sur, en Estados Unidos, en el que se afirma que, a pesar de que la mayor parte de las usuarias conocen los peligros de aplicarse estos productos en casa, se sienten forzadas a utilizarlos por aceptación social.
Los blanqueadores tienen también especial arraigo en Asia, donde la identificación de la piel blanca con la belleza ha llevado a que un 50% de las féminas de Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Filipinas los usen con frecuencia, según alumbra otra investigación del Ateneo de Zamboanga (Filipinas).
El bleaching, cosmética destinada a aclarar la piel, es hoy un negocio multimillonario en todo el mundo, aunque en muchos países florezca en el mercado ilegal por los riesgos asociados al uso de componentes como la hidroquinona (puede producir irritaciones, eritemas...) o el mercurio, cuya toxicidad siempre ha estado en entredicho.
En el continente americano, su auge en las comunidades afroamericanas, asiáticas y latinas se circunscribe a mujeres adolescentes, según sostiene un estudio de la Universidad de Southern Misisipi del Sur, en Estados Unidos, en el que se afirma que, a pesar de que la mayor parte de las usuarias conocen los peligros de aplicarse estos productos en casa, se sienten forzadas a utilizarlos por aceptación social.
Los blanqueadores tienen también especial arraigo en Asia, donde la identificación de la piel blanca con la belleza ha llevado a que un 50% de las féminas de Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Filipinas los usen con frecuencia, según alumbra otra investigación del Ateneo de Zamboanga (Filipinas).
Lo explica Servando Marrón:
"Cualquier patología dermatológica se ve
más afectada en entornos desfavorecidos.
Además de con el acceso a
determinados productos o tratamientos, tiene que ver con la alimentación
y la posibilidad de llevar una vida tranquila". En algunas enfermedades
se añade el problema de que parte de los productos necesarios, como
limpiadores y emolientes, no los financia la Seguridad Social a pesar de
la carga económica para el usuario, una antigua —y desoída— demanda de
las asociaciones de pacientes.
Comprar todo lo que hay no siempre es buena estrategia
La multiplicidad de productos que venden la idea de una "piel perfecta" aviva el debate del disease mongering, un término acuñado por la periodista Lynn Payer en The New York Times,
en los años 90, para describir la mala praxis de algunos laboratorios
al convertir condiciones no patológicas en enfermedades, para poner a la
venta el remedio.
Un estudio de la Universidad de Jena (Alemania) de 2016, publicado en Journal of the European Academy of Dermatology and Venerology, baraja esta hipótesis en torno al concepto de "piel frágil", una condición calificada por algunos laboratorios como "infradiagnosticada en consulta", pero de la que no hay suficiente evidencia.
Un estudio de la Universidad de Jena (Alemania) de 2016, publicado en Journal of the European Academy of Dermatology and Venerology, baraja esta hipótesis en torno al concepto de "piel frágil", una condición calificada por algunos laboratorios como "infradiagnosticada en consulta", pero de la que no hay suficiente evidencia.
Sin vida sexual por una dolencia ninguneada por la sanidad y el mercado
La hidradenitis supurativa es una enfermedad autoinmune crónica, también denominada "acné inverso", consistente en nódulos, quistes y abcesos que aparecen en zonas como axilas, senos o ingles y que, en algunos casos, causan dolor.
Su aparición es incompatible, entre otras cosas, con el uso de un gran número de desodorantes, así como con sistemas de depilación habituales como cera o cuchilla.
Condenados al paro por culpa de un eczema atópico
Es uno de los problemas más comunes de las pieles infantiles, pero que a veces también persiste en adultos.Se trata de una enfermedad inflamatoria que causa picor incesante e irritación.
Como apuntan desde la Asociación de Afectados por la Dermatitis Atópica (AADA), "en grados moderados y severos, la piel, además de picar, duele y tira de manera intensa e incesante.
Es vivir incómodo dentro de tu propio envoltorio.
La sensación de que todo el mundo te mira y juzga por las lesiones genera ansiedad.
Muchos pacientes llegan a evitar interactuar con otras personas, lo que les condena a la soledad".
El eccema también puede provocar casos de exclusión laboral, como apuntan desde AADA: "Pasa mucho, sobre todo en trabajos de cara al público.
Tenemos el caso de una persona que en el momento de tener unas lesiones más visibles en la cara no fue aceptada en el proceso de selección de un establecimiento hotelero.
Y, al cabo de un tiempo, después de haber controlado los síntomas con medicación, dejó el currículo en la misma empresa sin comentar que anteriormente se había interesado por el puesto; la compañía no solo la seleccionó, sino que le ofreció una posición más alta".
Así las tratan los dermatólogos
Por José Luis Martínez-Amo Gámez, del Grupo Español de Dermatología Estética y Terapéutica de la AEDV
Psoriasis, dermatitis atópica y eccemas.
Dependerá mucho de la extensión y afectación clínico-psicológica sobre
el paciente. La hidratación con cremas emolientes resulta fundamental. La helioterapia cautelosa (tomar el sol con precaución) suele ser muy eficaz. Y la aplicación de corticoides tópicos es el tratamiento más contrastado y útil.
Para casos más graves puede recurrirse a terapias inmunosupresoras y biológicas. El dermatólogo se convierte en la pieza clave para su control y diagnóstico.
Acné. El tratamiento dependerá del tipo y de la afectación psicológica y repercusión que tenga para el paciente.
Los que más evidencia científica atesoran son los retinoides, tanto tópicos como orales, los anticonceptivos hormonales en la mujer y otros tratamientos queratolíticos (ácido retinoico tópico, salicílico, glicólico, pirúvico); seborreguladores (retinoides, peróxido de benzoilo); antiinflamatorios (peróxido de benzoilo, tetraciclinas, indometacina) y/o antibióticos (tetraciclinas, metronidazol, eritromicina).
Para las cicatrices, nada como el láser CO2 fraccionado.
Rosácea. Para ese tipo de piel que se sonroja con facilidad, y sobre la que pueden aparecer venitas como un proceso evolutivo, el mejor tratamiento es la aplicación de láseres vasculares (láser vascular de colorante pulsado, luz pulsada intensa o Nd-YAG de pulso largo). Los tratamientos tópicos se usan como calmantes del malestar y para favorecer un aclaramiento parcial y poco duradero.
El dermatólogo ha de asesorar al paciente en cada caso.
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