El programa de Telecinco, convertido en la franquicia del cotilleo, es una formidable caja registradora para millones de espectadores.
El 27 de abril de 2009, con el país conteniendo la respiración debido a la gripe porcina (“La OMS reconoce que no puede frenar el avance”, titulaba a toda página EL PAÍS), Telecinco estrenó un programa de televisión.
“Con ustedes, la joven promesa de la televisión, ¡Jorge Javier Vázquez!”, anunció una voz en off.
“Yo prefiero lo de joven a lo de promesa”, dijo Jorge Javier, bajando las escaleras entre el público, mientras avisaba de que venía “para quedarnos mucho tiempo, de aquí a la eternidad, así que hágannos caso”.
Diez años después, Sálvame se ha pasado la eternidad: dejó las noches detrás de Supervivientes —empezó como un debate del reality— para ocupar las tardes y después los fines de semana. Dejaron de hablar de las vidas de los demás para hablar de sus propias vidas, sus sobresaltos amorosos, familiares, sus glorias y miserias.
Y dejaron de comentar Supervivientes para viajar ellos mismos a la isla.
Y así fue cómo Sálvame (“hágannos caso”) se convirtió en Sálvame Naranja, Sálvame Limón, Sálvame Deluxe, Sálvame Stars o Sálvame Fashion Week; una franquicia como la de la WWF Wrestling, la lucha libre fingida, pero esto sin fingir del todo sobre infidelidades, familias rotas y recompuestas, adicciones a las drogas, ruinas económicas, pelotazos, amistades y enemistades personales.
Todo ello orbitando sobre las exclusivas de personajes de los que nunca se sabe dónde acaba el guion y empieza la vida.
En cualquier caso, una formidable caja registradora que millones de españoles escuchan fascinados cada tarde.
La animó a cantar un tema de Alaska, pero Esteban, la denominada princesa del pueblo, prefirió arrancarse con Tengo un tractor amarillo.
Había empezado una época cuya influencia destroyer llegó a todos los ámbitos, desde el fútbol hasta la política, donde es imposible pensar en el éxito de un debate sin la fabricación de unos personajes con tanto o más protagonismo que el objeto a debatir, cuando hay objeto.
Eso, la conversión de los antaños comentaristas o tertulianos en cabezas de cartel, es la mejor huella de Sálvame en televisión.
Son sus gustos y sus pasiones —amorosas, políticas y futbolísticas, según el debate— los que marcan la actualidad que comentan ellos mismos.
El último reclamo de Telecinco son las invitaciones de boda de la exmujer de Jesulín de Ubrique, matrimonio por el que saltó a la fama en 1999. Veinte años después, el telespectador ha visto a crecer a la Esteban, como la llaman sus fans, del mismo modo que un telespectador sigue la vida en directo de Jim Carrey en el show de Truman: sus separaciones y romances, adicciones y desintoxicaciones, juicios, llantos y risas.
Ahora, una boda. ¿Y a quién va a invitar Belén Esteban de sus compañeros de programa, los Patiño, Matamoros, Lozano, Mora y etcétera? El dilema ocupa horas de debate, de tensiones, de rótulos sobreimpresos llenos de suspense.
Y hay gente al otro lado del televisor, mucha. Gente para la que esos personajes que gritan en un plató son su compañía, a menudo la única que tienen, o su evasión, la forma más fácil y gratuita de olvidar sus problemas para consolarse con los de los demás, que siempre son más entretenidos.
Aquel primer día entre los invitados estaban Kiko Hernández y Jimmy Giménez Arnau, los dos con mascarillas a causa de la gripe porcina.
También Begoña Alonso y Karmele Marchante. Las mascarillas en muchas tardes pasaron de los participantes a la audiencia. Giménez Arnau, precisamente, fue el protagonista de una pelea con Pipi Estrada: primero a insultos en el plató y luego a golpes en los pasillos de Mediaset.
No habían pasado tres meses y Sálvame ya se había estrenado, ya había presentado a Belén Esteban, ya había provocado la primera pelea y llegaba a los hospitales y los juzgados, dos de sus escenarios emblemáticos junto a las discotecas.
Estrada, años después, dio la clave: “Les di la idea de lo que tiene que ser Sálvame: la pelea. Sin llegar a las manos pero pandillera, barriobajera, donde se empiece a rascar y salga la mierda”.
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