Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
1 ene 2019
Strauss vienés con brillantez prusiana................... Pablo L. Rodríguez
Christian Thielemann optó por el control y la calidad frente a la fantasía en su debut al frente del Concierto de Año Nuevo.
Christian Thielemann al frente de la Filarmónica de Viena durante el Concierto de Año Nuevo.
Ronald Zak
GTRES
Todas las biografías de
Christian Thielemann
(Berlín, 1959) relatan un curioso fracaso en su trayectoria.
Tuvo lugar en 1985, durante el Concurso Karajan para jóvenes directores, cuando resultó descalificado por no pasar de los primeros compases del preludio de
Tristán e Isolda
, de Wagner, tras veinte minutos de trabajo con la orquesta.
Los demás contendientes, en ese espacio de tiempo, habían ensayado e incluso tocado la obra, pero el berlinés quería bucear más profundamente en la partitura y encontrar sus propios tesoros.
Eso mismo ha hecho en su
debut en el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena
.
Pero si lo acontecido hace más de treinta años marcó el arranque de uno de los mejores wagnerianos del presente, lo sucedido este martes 1 de enero en Viena no pasará a la historia.
Vista de la Sala de oro del Musikverein en Vienna durante el Concierto de Año Nuevo
Ronald Zak
GTRES
El berlinés inició la primera parte
marcando el terreno con mucho temple
.
Pero la Filarmónica de Viena brilló hasta en una marcha de aire pomposo escrita por un músico rival de los Strauss y especializado en bandas, como Karl Michael Ziehrer. Siguió la primera prueba de fuego del concierto, el vals
Transacciones
, de Josef Strauss, donde se pretendía conmemorar el siglo y medio de relaciones comerciales austro-japonesas, y el berlinés sacó a relucir su paleta de colores y dinámicas, pero también asomó su rigidez prusiana.
Todo mejoró en la mendelssohniana pieza de carácter titulada
Corro de elfos
, de Josef Hellmesberger hijo, y lució encanto y precisión en la polca rápida
Exprés
, de Johann hijo, que era novedad en el Concierto de Año Nuevo.
Las cartas se volvieron en la introducción del vals
Estampas del mar del Norte
, del mismo compositor.
La relación de Thielemann con la Filarmónica de Viena
, dentro de su serie de conciertos en el Musikverein, se inició en octubre de 2000.
Dirigió entonces un memorable concierto con la
Sinfonía alpina
y la suite de la ópera
El caballero de la rosa
, de Richard Strauss, es decir, el compositor alemán que nada tiene que ver con la dinastía austríaca del mismo apellido que protagoniza el Concierto de Año Nuevo.
Thielemann relató a Kläre Warnecke su experiencia dentro de su biografía de 2003 (Henschel):
“Fue amor a primera vista con la Filarmónica de Viena.
Pensé que sería una orquesta difícil y me sorprendió gratamente lo extremadamente educada, amigable y abierta que era”.
El sensacional resultado puede escucharse en un CD publicado por Deutsche Grammophon.
Pero una cosa es el Strauss bávaro y otra bien diferente la saga vienesa, aunque Thielemann aplique con ellos el mismo patrón de refinamiento sonoro y esa personal visión global de la obra.
La exquisitez no se tradujo en magia.
Y pasaron delante de nuestros ojos unas evocaciones elegantes y naturalistas (como esa tormenta que sonó a
El holandés errante
wagneriano), pero el vals no terminó de despegar y sonó con poco sabor.
Thielemann imponía el acento prusiano sobre la natural y fluida pronunciación vienesa del vals.
La primera parte se cerró con un digno homenaje al menos habitual de los Strauss, Eduard, y una de sus mejores polcas rápidas,
Con franqueo extra
, que corrió como la electricidad por las secciones de la orquesta vienesa.
La segunda parte siguió el mismo recorrido.
En la obertura de la opereta
El barón gitano
, de Johann Strauss hijo, Thielemann hizo gala de oficio como director operístico.
Y funcionó idealmente esa fusión entre lo rapsódico húngaro y la elegancia vienesa, pero el vals no terminó de ascender.
El berlinés controlaba con precisión cada detalle de las polcas, como la francesa
La bailarina
, de Josef Strauss, o
La bayadera
, de su hermano Johann, incluida en su opereta
Índigo y los cuarenta ladrones
.
Pero los valses seguían el trazo de un poema sinfónico, tal como demostró en el famoso
Vida de artista
, de Johann hijo.
Aquí pudo verse la primera de las dos escenas pregrabadas de ballet, con coreografía de Andrei Kaidanovski y vestuario de Arthur Arbesser, como homenaje al 150º aniversario de la Ópera Estatal de Viena.
Ambos insuflaron aires de modernidad y frescura visual, como también hizo Henning Kasten con su excelente realización.
Lo mejor volvieron a ser las polcas, con una deliciosa versión de la francesa
Tarde en la ópera
, de Eduard Strauss, que era también novedad en el Concierto de Año Nuevo.
Una versión brillante pero sin fantasía
El referido homenaje al aniversario del teatro de la Ringstrasse vienesa se centró en dos obras instrumentales de la única ópera que Johann Strauss hijo estrenó allí, precisamente un 1 de enero de 1892:
Caballero Pásmán
, un título insulso que hoy se recuerda, especialmente, por su magnífico ballet.
Sonó el
Vals de Eva
, otra novedad en esta edición, seguido de la sensacional zarda del ballet.
Thielemann dirigió una versión brillante, pero sin un ápice de fantasía; muy lejos de ese hito que fue Carlos Kleiber, en 1989.
Otra vez la escena pregrabada de ballet volvió a ganar la partida a la música con la magnífica coreografía y vestuario ambientada en el bello Castillo Grafenegg.
La
Marcha egípcia
, de Johann Strauss hijo, incluyó la única concesión lúdica, a pesar de que el canturreo de la orquesta venga indicado en la partitura.
Y el estilo prusiano de los valses de Thielemann llegó al extremo con el
Vals entreacto
, de Hellmesberger hijo.
La polca mazurca
Elogio de las mujeres
, de Johann hijo, fue quizá lo mejor de todo el concierto, junto al vals
Música de las esferas
, de Josef Strauss, con ese perfume del
Tannhäuser
wagneriano.
Thielemann volvió a un trazo global de poema sinfónico, pero sin atender a las sutilezas del vals vienés que representaron en esta misma sala Karajan o Kleiber en los conciertos de Año Nuevo de 1987 y 1992.
La relación del berlinés con la orquesta es ciertamente inmejorable.
Lo demostró haciendo levantar a varios músicos al final de las obras programadas.
Entre ellos más mujeres que nunca, y en puestos destacados, como la violinista búlgara Albena Danailova, la flautista italiana Silvia Careddu y la fagotista francesa Sophie Dervaux.
Las propinas arrancaron este año con la polca rápida
Deprisa y corriendo
, también de la
opereta Índigo y los cuarenta ladrones
, de Johann hijo, con otra brillante versión de Thielemann.
Tras la felicitación del año, el concierto se cerró con las dos composiciones de rigor: el vals
El bello Danubio azul
, de Johann Strauss hijo, otro poema sinfónico en manos del berlinés y una curiosa versión de la palmeada
Marcha Radetzky
, donde Thielemann lució su poder de sugestión con el público, al que indicó todo tipo de dinámicas, como si fuera parte de la orquesta.
El documental del intermedio, de Felix Breisach , se dedicó al referido aniversario de la Ópera vienesa y terminó con una versión excepcional de los valses de
El caballero de la rosa
, pero en un arreglo para violín y piano, que tocó magistralmente el concertino de la orquesta vienesa Volkhard Steude.
Fue la prueba fehaciente de que el Strauss alemán sí funciona a la vienesa.
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