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13 ene 2019
Rosa Luxemburgo: mujer, marxista, pacifista
Carteles de Rosa Luxemburgo y Lenin en una manifestación en Berlín contra la guerra de Vietnam, el 18 de febrero de 1968.Rogge/ ullstein bildGetty Images
Antimilitarista,
defensora de la democracia en el seno de la revolución, está
considerada como la dirigente marxista más importante de la historia.
Se
cumple un siglo de su asesinato, pero su vasta producción teórica sigue
viva.
Debía ser muy especial fue la única mujer que se escribía con LENIN.
Si van a Berlín no dejen de pasar por la calle donde vivía.
No creo que Lenin contara con la opinión de su esposa Kruskaya....
En el hotel Eden de Berlín, el soldado Runge le destroza el cráneo y
la cara a culatazos; otro militar, también al servicio del capitán
Pabst, la remata de un tiro en la nuca. Atan su cadáver a unos sacos con
piedras para que pese y no flote, y es arrojado a uno de los canales
del río Spree, cerca del puente Cornelio. No aparecerá hasta dos semanas
después. El Gobierno del socialdemócrata Friedrich Ebert acababa así
con la vida de Rosa Luxemburgo (RL),
la más importante dirigente marxista de la historia, antigua militante
del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), la líder más
significativa de la Liga Espartaquista y fundadora del Partido Comunista
de Alemania. Unos minutos antes, los mismos personajes habían asesinado al
principal compañero de RL en su larga marcha. Karl Liebknecht, el único
parlamentario que en primera instancia (año 1914) votó en el Reichstag
(Parlamento) en contra de los créditos de guerra para financiar la
presencia de Alemania en la Primera Guerra Mundial, iba a ser trasladado
a la cárcel desde el mismo hotel, pero antes de abandonar el local
donde había sido interrogado le dan dos culatazos que lo dejan aturdido y
se desmaya; arrastrado hasta un automóvil, es trasladado al Tiergarten,
el gran parque berlinés, donde es rematado a sangre fría con disparos de pistola
y abandonado en el suelo hasta que alguien lo encuentra. “Intento de
fuga”, dirá la nota oficial; la de Luxemburgo rezará: “Linchada por las
masas”.
Era la noche del 15 de enero de 1919.
Este martes se cumplirá el
centenario de la detención y asesinato de los principales líderes de la Liga Espartaquista e iconos históricos de la revolución alemana de 1918-1919,
que estalla inmediatamente después de que el Ejército germano fuese
derrotado y humillado en la Gran Guerra.
RL había pasado los cuatro años
largos de la guerra en prisión, después de que en un mitin, en
Fráncfort, hubiera pedido a los soldados, con su arrolladora oratoria,
que se negasen a combatir, hermanos contra hermanos, y a los
trabajadores de su país, que iniciasen una huelga general que se debía
contagiar a los trabajadores de los otros países en el bando contrario,
para que todos confluyesen bajo la misma bandera más allá de las
patrias.
Sale de la cárcel a principios de noviembre de 1918 y se une a la
oleada revolucionaria que inunda las calles de las principales ciudades
y, sobre todo, de Berlín.
Dos años antes, en otro mitin, el 1 de mayo de
1916, en medio de la conflagración, Liebknecht finaliza su arenga al
grito de “¡Abajo la guerra, abajo el Gobierno!”. También es detenido y
pasa en prisión dos años y medio. Sale el 23 de octubre de 1918.
A partir de ese momento, a los dos dirigentes espartaquistas les
quedaban apenas dos meses de vida, y dedican sus fuerzas a publicar un
periódico (La Bandera Roja) y a fundar el Partido Comunista de
Alemania (KPD). Se convierten en objeto del desprecio y del odio de sus
antiguos compañeros de la socialdemocracia, que gobernaban en Alemania
desde unas semanas antes. Odio mortal. El historiador Sebastian Haffner (La revolución alemana de 1918-1919;
Historia Inédita) escribe que el asesinato de RL y de Liebknecht se
planeó, como tarde, a principios de diciembre de 1918 y se ejecutó de
forma sistemática. Aparecieron carteles en los postes de las calles que
decían: “¡Obreros, ciudadanos! ¡A la patria se le acerca el final!
¡Salvadla! Se encuentra amenazada y no desde fuera, sino desde el
interior, por la Liga Espartaquista. ¡Matad a sus líderes! ¡Matad a
Liebknecht! ¡Entonces tendréis paz, trabajo y pan!”. Firmado: “Los
soldados del frente”. A pesar de las generalizadas amenazas, ninguno de
los dos abandonó Berlín ni llevaba guardaespaldas; simplemente cambiaban
de domicilio.
¿Quiénes fueron los autores intelectuales del asesinato?
El
protagonista material fue el capitán Pabst (quien décadas más tarde, en
1962, protegido por la prescripción del delito, habló abiertamente de lo
sucedido) y su escuadrón de la muerte, pero —según el historiador
Haffner— no actuaron como simples ejecutores que obedecían con
indiferencia una orden, sino como autores voluntarios y convencidos de
lo que hacían.
La prensa burguesa y socialdemócrata difundió sin pudor sucesivas
incitaciones al asesinato, mientras que los responsables
socialdemócratas —Ebert, Noske, Scheidemann…— miraban hacia otro lado y
permanecían callados. Cuando RL y Liebknecht salen de la cárcel, los frentes alemanes de
la guerra se van desmoronando y se extiende la desmoralización en las
trincheras. El káiser Guillermo II se refugia en Holanda. El mismo día
en que RL es liberada, el socialdemócrata Scheidemann proclama la república alemana
desde un balcón del Reichstag. Ebert ocupa la presidencia, forma un
Consejo de Ministros socialdemócratas moderados y pide al pueblo que
abandone las calles y vuelva a la normalidad. El ala mayoritaria del SPD
quería la república y las libertades, mientras que los espartaquistas
pretendían la revolución proletaria, como indican las proclamas: “Ha
pasado la hora de los manifiestos varios, de las resoluciones platónicas
y las palabras tonantes. Para la Internacional ha sonado la hora de la
acción”. Ambas facciones, reformistas y revolucionarios, lucharán
encarnizadamente en las calles de Berlín, a veces edificio por edificio. El Gobierno de Ebert confía la represión de los insurrectos al
socialdemócrata moderado Noske, que organiza una fuerza militar en la
que permite la integración de los oficiales del antiguo Ejército
monárquico. El 13 de enero había sido sofocada la insurrección
espartaquista. Dos días después, acaban violentamente con la vida de sus
principales líderes.
Retrato de Rosa Luxemburgo.Rosa Luxemburg Stiftung
RL no llegó a cumplir los 50 años.
Nacida en la Polonia rusa en el
año 1871 en el seno de una familia judía, pronto se dio cuenta de que la
lucha por su ideario marxista sería muy reducida si se quedaba en su
país y que para tener influencia debía traspasar la frontera de
Alemania, donde existía el Partido Socialdemócrata (SPD) más fuerte del
mundo.
Para ser ciudadana alemana legal, firmó un matrimonio de
conveniencia con un socialista alemán, lo que le dio derecho a la
nacionalidad de ese país.
A partir de ese momento, Alemania fue su
principal campo de acción.
En el seno de la socialdemocracia y de la
Segunda Internacional, aunó teoría (multitud de artículos y libros muy
importantes) y praxis (intervención en congresos, debates con muchos de
los popes del marxismo —su amigo Franz Mehring la definió como “la mejor
cabeza después de Marx”—, clases en la escuela de formación del
partido…).
En cambio, no tenía dotes organizativas.
Su presencia física era una
mezcla de fuerza y de ternura, de decisión y de prudencia, dicen sus
biógrafos.
Un dirigente judío la describe del siguiente modo: “Rosa era
pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos, con una gran
nariz, un andar difícil, a veces irregular debido a una ligera cojera.
La primera impresión era poco favorable, pero bastaba pasar un momento
con ella para comprobar qué vida y qué energía había en esa mujer, qué
gran inteligencia poseía, cuál era su nivel intelectual”.
De su vasta producción teórica destacan los temas que forman parte de
su legado y que constituyen lo que, una vez muerta Rosa, se denominó
“luxemburguismo”, una escuela marxista de características propias: su
pacifismo, su lucha contra el revisionismo y la defensa de la democracia
en el seno de la revolución . Sus posiciones, a veces intransigentes, le
hicieron polemizar con las figuras más relevantes del socialismo marxista, como Lenin, Trotski, Bernstein, Kautsky…
Reivindicándose del mejor marxismo (aunque también polemizó con algunas de las ideas del Marx economista en el libro La acumulación de capital),
argumentó en favor del internacionalismo como forma de pensar y de
vivir. El Manifiesto comunista terminaba con la célebre fórmula de
“¡Proletarios de todos los países, uníos!”, y RL y Liebknecht la
hicieron suya relacionándola con la Gran Guerra. Los partidos
socialdemócratas habían defendido tradicionalmente que en caso de
conflicto bélico entre potencias capitalistas, los trabajadores se
negarían a combatir y llamarían a la huelga general (la “huelga de
masas” en la terminología luxemburguista). Pero en el momento decisivo,
el SPD, el partido más grande y más influyente de la Segunda
Internacional (más de un millón de afiliados), votó a favor de los
empréstitos de guerra, y el resto de los partidos socialistas siguió sus
pasos. Cada uno de ellos se puso detrás de sus Gobiernos. Prevaleció la
patria sobre la clase social.
Ya a principios del siglo XX, en un congreso de la Internacional en
París, RL presentó una ponencia de convicciones profundamente
antimilitaristas, las que mantendría hasta el final de sus días.
En ella se defendía que los ataques armados entre potencias
imperialistas devendrían en formidables coyunturas revolucionarias. Diecisiete años después, la revolución bolchevique fue un testimonio
irrefutable de esta tesis. RL recomendaba no solo una crítica abierta al
imperialismo, sino que se preparase a las masas con vistas a aprovechar
las crisis internacionales y las eventuales crisis nacionales generadas
por aquellas para asaltar el poder. Consideraba imprescindible
intensificar la acción de todos los partidos socialistas contra el
militarismo.
Siete años después, en otro congreso de la Internacional, RL presenta
una enmienda firmada conjuntamente con Lenin y Mártov (que luego sería
el líder menchevique) que sostiene que, si existe la amenaza de que la
guerra estalle, es obligación de la clase trabajadora y de los
representantes parlamentarios, con la ayuda de la Internacional como
poder coordinador, hacer todos los esfuerzos por evitar los
enfrentamientos violentos; en el caso de que a pesar de ello se
multiplicase el conflicto armado, era su obligación intervenir a fin de
ponerle fin enseguida y aprovechar la crisis creada por la guerra para
agitar los estratos más profundos del pueblo para “precipitar la caída
de la dominación capitalista”. Estas palabras suponían una llamada a la
insurrección, que fue lo que hicieron los espartaquistas en 1919, con la
participación de RL. Esa Rosa Luxemburgo, asesinada por los soldados prusianos, más que
posiblemente con la complicidad activa o pasiva de sus antiguos
compañeros socialdemócratas, fue despedida en su entierro por su amiga
Clara Zetkin (otra espartaquista) con las siguientes palabras: “En Rosa
Luxemburgo, la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del
corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía
incesantemente. (…) Rosa fue la afilada espada, la llama viviente de la
revolución”.
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