Hablar de teatro en España es hablar de José Sanchis Sinisterra.
El autor de ¡Ay, Carmela! publica ahora el primer volumen de sus obras completas, Teatro reunido 1980-1996 (editorial La Uña Rota), una oportunidad excelente para echar la vista atrás y repasar los libros que han marcado su vida.
¿Cómo fue el proceso de selección de las obras incluidas en este primer volumen de sus obras completas?
Son
ese tipo de textos que uno escribe de joven.
Para hacer la selección y
el prólogo de los doce textos incluidos en este primer volumen me apoyé
en Ruth Vilar, que también se encarga del prólogo.
La primera obra que
se incluye en este libro es de 1980, cuando ya llevaba más de veinte
años escribiendo teatro aunque tuviera muy poca obra estrenada.
Llevo
escribiendo teatro desde los dieciocho o los diecinueve años. Hay obras
que no quiero ni pensar en que se editen.
En
este primer volumen de las obras hay doce textos y en el segundo, que
está previsto se publique en 2020, habrá dieciséis.
Y así y todo han
quedado fuera obras que para mí han sido importantes y que son las
dramaturgias de textos narrativos.
Soy un lector no sé si compulsivo,
pero sí con muchos años de vuelo.
El relato me ha generado una gran
envidia por su enorme libertad para inventarse en cada generación.
Yo
intentaba ya en los 70 y 80 darle esa libertad adaptando para el teatro
obras narrativas.
Y pienso en novelas como Rayuela de Cortázar o Moby
Dick de Melville.
Son algunos de los textos que yo considero también
obras mías.
¿Le gustaría sacarlo en un volumen aparte?
Sí,
le he dado vueltas varias veces porque además es una actividad que yo
sigo practicando.
En Teatro Fronterizo lo he hecho un texto de Piglia,
otro de Rulfo… El año pasado hice un texto a partir de La carta al padre de Kafka, otro a partir de las Memorias de abajo de Leonora Carrington.
¿Qué libro fue el primero que le marcó en su vida?
Tengo
una especie de agujero negro en mi memoria porque sí que hubo una
novela de aventuras que leí en clase de francés a los 10 años, cuando
estaba en Valencia, y esa lectura concreta me indujo a, de pronto,
empezar a escribir novelas.
Se la llevé al profesor y él la leyó en voz
alta.
Ese día decidí empezar a escribir, pero no recuerdo la maldita
novela que lo desencandenó todo.
Luego
ha habido otros libros que me han impactado considerablemente y que han
ido haciéndome prisionero de la literatura.
Y hablo de libros que
independientemente de su valor cayeron en mis manos en el momento justo.
Podría decir que en su momento Rayuela me marcó, pero también me marcó
todo el universo kafkiano y particularmente sus Diarios. El Ulises de
Joyce también me creó muchos problemas porque me provocó una irritación
muy estimulante sobre el discurso narrativo e incluso escribí varias
versiones de un mismo capítulo a modo de experimentación.
¿Si no hubiese sido escritor qué sería?
Yo
supongo que a lo que me he dedicado también, porque no hay
incompatibilidad, a la enseñanza.
Mi padre era profesor de Física, mi
madre era maestra.
Yo hice la carrera de Letras porque con las ciencias
no conseguía avanzar mucho, fui el fracaso pedagógico de mi padre.
Pero
para mí la enseñanza ha sido una actividad muy determinante porque me
obliga a estar en contacto con nuevas generaciones y a compartir lo que
sé.
Sigo haciendo talleres de dramaturgia y eso me sigue alimentando.
¿Con qué autor se siente más identificado?
Con
el autor que más me identifico es con Kafka, y es curioso porque él era
un personaje atormentado, y yo tengo una actitud ante el mundo tan
mediterránea…
Pero desde el momento en que descubrí su humor kafkiano
algo se encendió dentro de mí.
El hecho de que semanas antes de su
muerte destruyera decenas de cuadernos con obras suyas no deja de
parecerme fascinante.
Es un personaje que me atrae mucho.
¿Qué libro de otro autor le hubiera gustado escribir?
Me hubiera gustado escribir tantos.
Pero si me haces elegir uno te voy a decir Final de partida,
de Samuel Beckett, que es otro de mis maestros.
Es una obra que cuando
apareció en España no la entendimos ninguno porque en aquel momento
nosotros alimentábamos la resistencia y pensábamos en ese tipo de obras…
Cuando la leímos nos pareció teatro del absurdo.
Pero cuando la he
releído me parece una obra muy especial.
Dice
que en su momento no se entendió la obra de Beckett, ¿tiene la
sensación de que hay alguna obra suya que no se ha entendido?
Alguna obra como Sangre lunar no
se entendió.
Y creo que no fue tanto por el texto en sí, que reconozco
que es raro, sino porque la puesta en escena tampoco ayudaba.
El
hándicap que tenemos los autores es que o bien dirigimos nosotros o bien
estamos en manos de que la obra se muestre al público a través de la
lectura de otros, que en muchos casos la enriquecen pero que no siempre
es así.
Como desgraciadamente la edición y la lectura de textos
teatrales en España es muy escasa digamos que se juega su éxito en la
puesta en escena.
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