Hijo natural, homosexual, hubiera pasado sin pena ni gloria por esta vida de no haber entrado a saco con todo el desparpajo a formar parte de la Casa de Alba.
La duquesa de Alba y Jesús Aguirre, en marzo de 1978. MARISA FLÓREJesús Aguirre, decimoctavo duque de Alba, fue un personaje de ficción.
En el París de entreguerras pudo haber sido una criatura de Marcel Proust; y en España, sin duda, Ramón del Valle-Inclán lo hubiera introducido en la Corte de los Milagros.
Su vida forma parte del esperpento de medio siglo XX como un reflejo deformante de los espejos del callejón del Gato.
No obstante, fue un personaje real, no solo un ente literario.
Hijo natural, excura, homosexual, rodeado de teólogos alemanes, de escritores e intelectuales progresistas españoles, Jesús Aguirre hubiera pasado sin pena ni gloria por esta vida de no haber entrado a saco con todo el desparpajo a formar parte de la Casa de Alba.
Así recibieron la noticia sus amigos.
“El cura Aguirre, ¡duque de Alba! Es lo mejor que nos ha pasado en la vida”, exclamó José María Castellet.
“Primera impresión, desconcierto. Primera reflexión, entusiasmo”, fue el telegrama que le mandó Carlos Barral.
“Vamos a convertir Liria en nuestro Palacio de Invierno”, gritaron chocando las copas sus amigos progresistas en la tertulia de Parsifal, un sueño que, por supuesto, no se realizó.
La duquesa no entendía por qué se escandalizaba la gente.
Era viuda, se casaba con un hombre soltero del que estaba enamorada y, por otra parte, era una mujer que se había puesto el mundo por montera y había hecho siempre lo que le había dado la gana.
Lo que criticaba la gente no era la boda, sino la personalidad del novio, un excura con fama de izquierdista liberal, con ocho años menos que la duquesa y al que muchos consideraban un arribista cazadotes.
Antes de ser nombrado director general de Música por Pío Cabanillas, nuestro Jesús Aguirre se tomaba las vacaciones en julio, siempre invitado, esta vez allá por 1976, por su amigo el famoso jurista Matías Cortés y Mai, su primera mujer, en su casa de Marbella.
Una tarde, su amigo dio una copa y por allí de forma imprevista cayeron los duques de Arión acompañados por Cayetana de Alba. Aguirre en la hamaca lucía un pareo, barba negra, melena sobre las orejas y gafas de espejo.
Frente a estos aristócratas comenzó a lanzar algunas maldades ingeniosas con el afán de epatar como siempre, pero esta vez sin demasiado éxito porque al final cuando se largaron estos invitados Jesús le dijo a Matías:
“Esta Cayetana me ha caído de la patada”.
Y, a su vez, de vuelta a casa en el coche Cayetana le dijo a su amiga “A mí este hombre me ha parecido un fatuo, un impertinente”.
La próxima vez, nombrado director general de Música, Jesús y Cayetana se reencontraron en el palco principal del teatro de la Zarzuela y el sortilegio entre los dos se produjo mientras sonaba la barcarola de Los cuentos de Hoffman.
Desde ese palco se lanzó Jesús a la toma de la alta sociedad. Adoraba a los amos, despreciaba a los criados y con una boutade volteriana dejaba admirados a los distinguidos comensales de la nobleza poco leídos.
Era como un encantador de serpientes, mejor dicho, era la propia serpiente del paraíso dispuesto a regalar a cualquier Eva de alta cuna la manzana de su inteligencia divertida, cáustica y provocativa.
Todo le parecía fácil. Primero lo intentó con la princesa Irene de Grecia.
¿Por qué no enamorarla con una maldad unida a un verso de Hölderlin? Pero un día el rey Juan Carlos le paró: “Jesús, por ahí no. Pon tu fe en otra caza”.
Jesús le contestó: “Majestad, la fe es la salvación, pero no un consuelo”.
Jesús Aguirre que ya se movía a sus anchas por los salones de la aristocracia cañí, bajó el tiro y se consoló jugando a seducir a la duquesa de Alba.
Cuando estuve a punto de marchar me preguntó si me podía llamar. Le dije que sí. A los dos días fuimos a almorzar.
Luego vino otra cita y luego otra”.
A partir de ese momento se veían discretamente en Liria, en el castillo de Malpica de los duques de Arión, en cortijos y casas solariegas cedidas por los amigos.
La duquesa veía en Aguirre a un tipo cortés, divertido, brillante, que sabía de todo, que a cualquier pregunta tenía una respuesta erudita o mordaz.
Cayetana, amiga de toreros, de flamencos, de gitanos, de bailarines y de actores no estaba acostumbrada a un ser para ella extraterrestre.
Eran las doce y cuatro minutos del 1 de marzo de 1978 cuando Cayetana, duquesa de Alba y un antiguo clérigo volteriano se casaron en la capilla de Liria.
“Al principio fue difícil”, manifestó la duquesa.
“Era una persona nueva que entraba en nuestra familia, pero con el tiempo se creó una armonía estupenda entre nosotros.
De todos los hombres que han pasado por mi vida, Jesús ha sido el que más lejos me ha llevado en mis éxtasis”. ¿Quién podría negarlo?
La convivencia llena de chismes y quebrantos duró 23 años.
Jesús Aguirre murió el 11 de mayo de 2001, solo, abandonado en un rincón del palacio de Liria mientras Cayetana estaba en Sevilla entregando un trofeo a Curro Romero.
Un pésimo recuerdo
EL PAÍS
Los hijos de la duquesa siempre miraron con resquemor esta relación,
aunque han tardado años en hablar públicamente de esa época. Tres de ellos se han pronunciado. Eugenia, Cayetano y Fernando. La pequeña de los Alba abrió la caja de pandora en el programa de Jesús Calleja: “Aguirre fue pésimo para nosotros. Era muy culto, pero cero humano. Era muy malo”.
Cayetano Martínez de Irujo también se pronunció sobre él en el programa de Televisión Española Lazos de sangre: “Jesús llegó después de la muerte de mi padre y me dijo que yo estaba bajo su mando.
Y de eso nada”, afirmó entonces.
Ahora, Cayetano ha apoyado las palabras de su hermana Eugenia en unas declaraciones a Semana:
“Ratifico lo que ha dicho mi hermana al cien por cien, no tiene vuelta de hoja. Jesús fue nefasto, una cosa durísima y tremenda para todos”.
El cuarto de los hijos varones, Fernando, también ha dado su opinión sobre el que fue marido de su madre: “Aguirre era un hombre muy retorcido”.
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